El Gato
I
Por mi cerebro se pasea,
Como en su casa, encantador,
Un gato hermoso, dulce y fuerte.
Cuando maya se le oye apenas,
Tan tierno y discreto es su timbre;
Mas, gruña o se calme su voz,
Siempre resulta rica y honda.
Y ése es su encanto y su secreto.
Su voz que gotea y trasmina
Hasta mi hondura más sombría,
Me colma como un verso múltiple
Y como filtro me alboroza.
Adormece los males crueles
Y contiene todos los éxtasis;
Para hacer las frases más largas
No necesita de palabras.
No hay arco capaz de rasgar
Mi corazón, puro instrumento,
Y que haga que mi cuerda cante
Más regiamente y más vibrante.
Sino tu voz, gato enigmático,
Gato seráfico y extraño,
En quien todo es, como en un ángel,
Tan sutil como melodioso.
II
De su piel dorada y morena
Brota un perfume tan suave
Que un día, por rozarla solo
Una vez, me quedé impregnado.
Es el genio del lugar: juzga,
Preside e inspira, doméstico,
Todo cuanto ocurre en su imperio;
¿No será un hada o un dios?
Cuando hacia ese gato querido,
Como si un imán los captara,
Mis ojos sumisos, se vuelven,
Mirándome en mi fuero interno,
Puedo ver con gran extrañeza
El fuego de sus iris pálidos,
Claros fanales, vivos ópalos,
Que me contemplan fijamente.
Charles Baudelaire
Este poema es uno de los tres que Baudelaire dedicó a los gatos en Las flores del mal. Se ha dicho que constituyen una de las mejores llaves para penetrar en la obra del poeta, y, de hecho, “es difícil imaginar a los gatos sin una referencia o una resonancia “baudelairiana”, e imposible imaginar al poeta sin los gatos” (Frederic Vitoux).
Jorge Luis Borges dijo aquello de que “Dios creó al gato para que el hombre pudiera acariciar al tigre”, aunque la frase se la habría leído a Víctor Hugo, otro amante de los gatos.
En otro de los poemas dedicados al gato, escribe Baudelaire: “Los férvidos amantes y los sabios austeros/en sus años maduros suelen ambos amar/a los potentes gatos, orgullo del hogar,/como ellos sedentarios y también frioleros”.
Que nos sirvan estos versos para recordar a Nonnete, la gata que correteó por este Patio algunos años, en silencio casi siempre, maullando a veces, aunque no se sabe si en neerlandés o francés, dado su origen belga; o en un español tabernario que habría aprendido en los tres meses de anduvo escapada por bares y parques de la ciudad; o español culto, pues también le gustaba visitar la biblioteca para, además de espantar potenciales ratones, lo propio de su oficio, demorarse entre libros. Autónoma siempre al administrar sus caricias, se mostró altiva hasta el final, y hasta decidió morirse cuando no estábamos cerca para no ver así la pena de aquellos a los que “El fuego de sus iris pálidos,/Claros fanales, vivos ópalos” contempló tantas veces fijamente.
A. S.
Bonito artículo, recordando a Nonnette.