Sufridos escritores: Manuel Vilas y Marta Sanz relatan sus zozobras
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Por lo visto, el público lector español anda interesado en conocer la vida de sus escritores favoritos, sus alegrías, sus miedos, sus amistades, por lo que algunas editoriales se han puesto manos a la obra para cumplir tales deseos. Si en el inicio de temporada fue Martínez de Pisón con su Ropa de casa quien acaparaba la atención de los suplementos literarios, con entrevistas, portadas y reseñas, llega ahora el turno a Manuel Vilas, que publica El mejor libro del mundo (es el título, no una valoración), y Marta Sanz, que firma Los íntimos (Memoria del pan y las rosas). Para la entrevista- diálogo con ambos, que se publica en Babelia, Laura Fernández les reunió en una librería madrileña para hablar del “espejismo del éxito”, de sus vicisitudes para llegar a donde lo han hecho, y de “la vulnerabilidad del escritor español”, de la que no teníamos noticia. Se adelanta en portada: “En la cima de su madurez profesional, Marta Sanz y Manuel Vilas convierten sus miedos en materia literaria para reflexionar sobre el fin del mundo cultural en el que han desarrollado su obra”.
Vilas utiliza en su novela a un personaje que se llama como él para relatar “el desencanto de toda una vida dedicada a tratar de alcanzar lo que, a todas luces, parece, en España, un espejismo”. Se refiere al éxito. Mientras que Sanz declara haber pretendido reflejar en Los íntimos “todo aquello que normalmente queda fuera de la literatura, las amistades literarias, el mercado, lo que representas, lo que haces cada día, porque todo eso configura tu mirada y tu voz, porque tu medio de vida está en lo que haces”.
Coinciden ambos escritores en haber estudiado Filología Hispánica, en pertenecer a la misma generación (62 años él, 57 ella) y también ¡en la fecha de lanzamiento de sus últimas obras!, que fue el pasado miércoles. No acaban ahí las coincidencias, ambos confiesan padecer mucho por “su condición de escritores respetados y, sin embargo, extremadamente vulnerables”. “La vulnerabilidad es terrible, sólo te sientes vulnerable”, dice Vilas.
“No es casualidad que estemos haciendo esto ahora. Creo que es un poco, o así lo veo yo, la conciencia de un mundo literario que se acaba. Diría que el tono es claramente elegiaco”. El último entrecomillado era una reflexión de Marta Sanz, quien “se siente cansada de no poder dejar los caminos, ese ir y venir de un pueblo a otro, ese enlazar charlas, clubes de lectura, festivales. Ese no parar. Nunca parar”, transcribe (también con cierto tono elegiaco) la periodista.
La trayectoria literaria de ambos, en la que no han faltado los premios, no impide que al llegar a este punto de su vida teman la invisibilidad. Sanz lo explica así: “En nuestra neurosis tiene mucha importancia la violencia de un sistema cultural cada vez más marcado por el capitalismo: el movimiento perpetuo, la alienación, la autoexplotación”. Hablan también de dinero, pues un “mes cobras un buen dinero y otros nada”, y de cómo tras “30 años de trabajo a lo bestia” Sanz ha podido tener un piso en propiedad.
Y además está el sufrimiento que provocan los comentarios negativos o la crítica adversa. “Yo sufro como Cristo en la cruz cuando alguien dice que no le ha gustado [un libro suyo], porque le he fallado”, dice Vilas, que también arremete contra parte de la crítica: “ciertos críticos, en España, odian la vida, y no se puede amar la literatura si odias la vida”.
No da nombres de críticos amargados, por lo que no sabemos si entre esos críticos está incluido Santos Sanz Villanueva, que firma la reseña del libro de Vilas en El Cultural. Recuerda el crítico que la de Vilas fue “una de las voces más originales de nuestras letras a comienzos de siglo”. Escribía por entonces prosa y poesía en la que se distinguía inteligencia y agudeza –explica–, una literatura minoritaria. “Después, con Ordesa, le llegó el éxito con un alto precio. Sus obras siguientes o cayeron en la repetición o carecieron de exigencia literaria. Era de temer que este fuera su derrotero posterior, pero El mejor libro del mundo recupera en buena medida el impulso creativo inicial”. (Lo de “en buena medida” no sé si le va a parecer suficiente a Vilas). Uno de los pivotes del libro, cuenta Sanz Villanueva, gira en torno a la literatura y aprecia “apuntes meritorios” sobre el proceso creativo, aunque al escritor parece interesarle más reflejar “su situación angustiosa, un tanto esquizofrénica, en la sociedad literaria y la zozobra causada por lograr reconocimiento y fama”. Y termina la crítica otorgando a la obra “un saldo positivo”, aunque en el párrafo anterior se puede leer: “Manuel Vilas somete su umbraliano memorialismo a un constante juego retórico. Por este gusto tan suyo resulta en exceso artificioso y algo impostado, e incluso suscita sospechas acerca de su sinceridad”.
Manuel Vilas también es entrevistado en La Lectura por Andrés Seoane, en la que incide sobre la atormentada vida del escritor en busca del éxito y cuenta cómo padece si en una feria del libro no aparece nadie a pedir su firma durante diez minutos, o cómo son muchos los escritores que visitan librerías para ver si están bien expuestos sus libros.
La reseña del libro de Marta Sanz en La Lectura, que firma Juan Marqués, sospechamos que sí le va a gustar a la madrileña. En Los íntimos, escribe, “Sanz cuenta, por un lado, su evolución y crecimiento como escritora desde la anonimia de hace veinte años al prestigio de hoy, y, por otro, aplica su reconocida mirada crítica al ambiguo tinglado editorial, al negocio, al mercado, a las vanidades, a las falsedades y a las tonterías. Porque los suyo no es tanto chismorreo fino como el afilado bisturí…” Leyendo esta reseña da la impresión, por lo que cuenta Marqués, que Sanz padece menos por su condición de escritora de lo que pudiera deducirse leyendo lo de Babelia.
Aquél nuevo periodismo: 100 años de T. Capote
El Cultural y ABC Cultural recuerdan a Truman Capote, del que hoy, 30 de septiembre, se cumplen cien años de su nacimiento. “Soy drogadicto y homosexual. Soy un genio”, se definía. Lo recuerda en El Cultural Luis Antonio de Villena, que hace un repaso a su obra y vida social, a sus amistades y enemistades. En el mismo suplemento, Juan Carlos Laviana escribe sobre la obra más aplaudida del autor, A sangre fría, considerada “una obra revolucionaria del periodismo. Con ella, se decía, nacía una nueva forma de informar, la novela de no ficción”. La crítica la elevó a cumbre de la literatura, por su estilo y porque suponía una ruptura con la narrativa al uso. Esto le valió ser coronado con “padre del Nuevo Periodismo”. Aunque no todos fueron de la misma opinión y se atrevieron a cuestionar que “más que de no ficción”, estábamos ante “una historia novelada, basada en hechos reales”. Desde que Capote leyera la noticia del asesinato de un rico agricultor y tres miembros de su familia, en noviembre de 1959, hasta la publicación de A sangre fría, en 1966, habían pasado casi siete años en los que investigó a fondo el caso, para lo que realizó numerosas entrevistas a vecinos de las víctimas, al responsable de la investigación y a los propios asesinos. La publicación se hizo primero por entregas en The New Yorker y después como libro. El éxito fue arrollador. La crítica se deshizo en elogios, aunque ya entonces surgieron “voces que cuestionan su fidelidad a los hechos”, lo que lleva a Laviana a cuestionar si se puede considerar periodismo lo escrito. Para ello se apoya en el testimonio del crítico Phillip K. Tompkins, que fue quien más a fondo investigó la veracidad de lo relatado por Capote y descubrió que muchos de los vecinos con los que se entrevistó el escritor afirmaban que se habían distorsionado, cuando no inventado, sus palabras. Tompkins publicó su investigación y aunque calificó la novela de “obra de arte”, objetó que en sus esfuerzos por autopromocionarse se cometió un error táctico y moral que le perjudicaría: “insistir en que `cada palabra´ de su libro es cierta”. En España se conoce el texto de Tompkins (In Cold Fact), informa Laviana, gracias al periodista Arcadi Espada, que impulsó su traducción y ha escrito sobre “las falsedades de la influyente novela de Capote”. Por su parte, Leyla Guerriero, reconoce que literariamente A sangre fría “es una obra muy potente, sobre todo teniendo en cuenta el contexto en el que se produjo: Capote no era un periodista, nadie le enseñó a ser periodista”, afirma la escritora argentina, que acaba de publicar La dificultad del fantasma, un ensayo sobre la estancia de Capote en la Costa Brava, durante la cual escribió parte de su obra maestra.
Para quien desee profundizar más en la personalidad del escritor norteamericano se ha publicado un libro, que comenta en ABC Cultural Rodrigo Fresán, Truman Capote, de G. Plimpton, donde se recogen “Remembranzas y confidencias de sus amistades, enemigos, conocidos y detractores”, según reza en la portada del libro.
Apunte del buen periodismo
La edad de oro del periodismo es el título del libro que ha escrito Juan Antonio Giner, un ensayo que, en palabras del autor de la reseña en Cultura/s, Toni Aira, “puede subir la moral de la tropa periodística en tiempos de dudas existenciales y decaimiento general”. Giner reconoce el papel de “quienes sobresalen en la profesión, impulsándola”, reivindicando su función social en estos tiempos de intoxicación, de fake news y de superficialidad en la relación de la ciudadanía con la mayoría de aquello que nos rodea. Es esa esencia lo que singulariza esta tan importante profesión que, no nos engañemos, –sostiene Aira– “la construyen sus manufactureros, a pie de artículo y a pie de dirección”. La nueva edad de oro del periodismo hunde sus raíces en el mejor periodismo del pasado; herencia que garantiza un futuro donde, como siempre, habrá héroes y villanos, pero que nunca podrán ensombrecer el trabajo ejemplar de tantas empresas, editores y periodistas.
En estos diferentes hábitats destacaron por su profesionalidad los protagonistas de esta obra, desde Horacio Sáenz Guerrero y Walter Lippmann a Kay Graham y Hubert Beuve-Méry o Bob Woodward. Hasta Rupert Murdoch es citado. Directores (en el centro), editores, periodistas, reporteros. “A todos ellos reconoce Giner su contribución (con luces y sombras) a uno de los oficios más antiguos del mundo”.
Intermezzo se somete a la crítica
A sus 33 años, la escritora irlandesa Sally Rooney goza de un gran reconocimiento y lectores. Con 26 años obtuvo por su primera novela, Conversaciones entre amigos, “un entusiasta aplauso de todo el mundo”, según cuenta en El Cultural Lourdes Ventura, obteniendo el Premio Escritora Joven del Año del Sunday Times, mientras que el diario The Observer la reconocia como el talento más prometedor de su generación. Su segunda novela, Gente normal, también fue premiada: el British Book Award a la mejor novela del año, y nominada al Man Booker Prize. Hubo una tercera, Donde estás mundo bello, reconocida y muy vendida, y ahora llega Intermezzo, “lanzada al mismo tiempo en varios países”. Cuenta Ventura que a la autora le molesta que la etiqueten, como que es “la gran escritoria de los millenians”, o la nueva Jane Austen; y lo peor que es “la Salinger irlandesa”. Y aquí arriesga Ventura su opinión: “puestos a comparar, su estilo es bastante más cercano a la exactitud de las descripciones emocionales de los personajes de Henry James, a quien admira”. Y elogia la novela, por su trama sencilla, bien organizada, porque los dos personajes principales, en este caso dos hermanos, están “extraordinariamente perfilados”, y un narrador omnisciente con reflexiones inteligentes… Porque el punto fuerte de Rooney, afirma, es “una especie de puntillismo psicológico y en ese campo no tiene nada que envidiar a algunos grandes escritores decimonónicos. La diferencia estriba en la poca hojarasca, en las elipsis descriptivas y en que no hay comillas ni guiones en los diálogos”.
Intermezzo, según el resumen que hace Nadal Suau en la reseña que firma en Babelia, tiene por protagonistas a dos hermanos de carácter y vidas muy diferentes a los que conocemos bajo el influjo decisivo de la muerte de su padre, lo que “le permite a Rooney rastrear la cotidianeidad de unos personajes que destilan “rooneydad” (no solo ellos, también las mujeres con las que interactúan), añadiendo además un nuevo círculo concéntrico a la gama de sus preocupaciones como narradora: la herencia familiar, el peso de ese legado en el destino individual, las constelaciones que se derivan del hogar infantil”.
Advierte el crítico que todo fenómeno de éxito, y con Sally Rooney sucede, las expectativas condicionan la lectura, y que, por ejemplo, no se debe esperar de ella “una renovación para la novela del siglo XXI” (¿será por lo de la novela decimonónica que apuntaba Ventura? Y recuerda en este punto “las bofetadas que han recibido sus libros por parte de no pocas voces críticas”. Y con cierto sentimiento de culpa trata de no descalificar a la irlandesa: “Rooney es una buena narradora, aseada (sé que suena a sarcasmo malvado, pero esa no es la intención: busco rebajar las dichosas expectativas, no tumbar a una autora), atenta al detalle. Y es cierto que sus obras son un buen observatorio de la contemporaneidad, con un acento generacional muy marcado”. Pero esto no evita que sus obras delaten que estamos ante “una novelista más bien conservadora. No me refiero a lo que vota, claro, sino a cómo escribe: la estructura, el fraseo, el tono o la intencionalidad son inteligentes y eficaces, pero fáciles de asimilar a lo que un lector medio entiende por “novela literaria”. ¿Es eso malo? ¿Soy otro cariacontecido que la acusa de sentimentalidad comercial? No exactamente, entre otras razones, porque no es una acusación (y no creo que Rooney sea particularmente sentimentaloide, por cierto). No hagan caso a los haters: he aquí una buena novelista. Tampoco a los fans: no es una novelista muy importante”. (También sufren los críticos, algunos, al menos.)
Vayamos con una tercera visión, la de Aloma Rodríguez en La Lectura, que coincide con Suau en cuanto a que hay una “cierta sobreexplicación de los detalles escogidos” para concretar los dilemas y las situaciones que viven los hermanos entre sí y con sus respectivas parejas. Si bien domina con maestría las escenas de sexo”, argumenta Rodríguez, “da con el equilibrio entre lo explícito y lo no dicho para que la imaginación complete y se divierta también”, en la exploración de la mente de los personajes y de sus sentimientos detecta “una verborrea a veces cargante […] Sorprende un poco la autoconciencia de todos los personajes, que analizan cada acción, cada frase del otro […] Hay un sobreanálisis de los personajes hacia sus propios actos, como si se hubieran caído en la marmita del elixir de la teoría de la mente”. Se queda la reseñista con los momentos de ternura, los diálogos ingeniosos y las escenas de sexo, que –reitera–, están bien escritas. “Quizá con eso baste”, concluye.
E. Huilson
Gran trabajo