Ha llegado el otoño
Domingo, 22 de septiembre, a las 14:44h. El patio está vacío. Recibe con prudencia los débiles rayos de sol que penetran por el toldo a medio echar. La mecedora se mueve muy lentamente, batida por una débil brisa que penetra por la rendija del portón que da a la calle. Es hora de comer y los vecinos se disponen a sentarse a la mesa. Es festivo y se ha preparado un menú algo extraordinario en comparación con los de diario. De pronto alguien exclama: ¡Cómo se nota que ha llegado el otoño!
Es la época de la vendimia, se abre la veda, se mudan las hojas de los árboles. Si la primavera es la estación alegre y divertida porque la propia naturaleza nos invita al júbilo, el otoño parece sinónimo de decadencia, de tristeza. Pero no es cierto. Hay motivos también para disfrutar de esta tercera estación del año.
Así lo pensó Antonio Vivaldi cuando desarrolló la idea de componer un concierto para esta época del año. El proyecto iba precedido de un poema que él mismo había escrito, en el que plasmaba los sentimientos que le sobrevenían cuando llegaba esta estación. El poema, según los expertos, es malo, impropio de los versos que se componían en la Italia barroca. Pero Vivaldi era un músico, no un poeta. A partir de sus reflexiones, trazó los rasgos más característicos que han hecho de esta obra una de las más sublimes de la época.
Las cuatro estaciones se compusieron entre 1723 y 1725. El autor decidió componer cuatro sinfonías, una para cada época del año. Todas tienen la misma estructura: alegría, serenidad y tristeza y vuelta al júbilo en la parte final. Vivaldi era un virtuoso del violín y en su composición quiso dar protagonismo a este instrumento, aunque respetando el valor y la importancia de la orquesta. Ojo, de la orquesta de la época, mucho más austera que la orquesta sinfónica del romanticismo y con pocos instrumentos.
Pero fijémonos hoy en el valor del otoño, que para eso acabamos de estrenar estación.
Gran observador de la naturaleza, Antonio Vivaldi fue capaz de trasladar a la partitura las sensaciones que le provocaban esta época del año, a base de muchas melodías, a cual más descriptiva.
En el primer movimiento reconocemos la alegría de los campesinos italianos por la buena cosecha que han recogido. Se había plantado una buena semilla, se habían podado bien las viñas y ahora el fruto era el mejor regalo que podían obtener. Bailes, que siempre tenían como mejor compañero el vino, camaradería y buen humor se reconocen en esta partitura. Y después, naturalmente, el sueño y la modorra. Es lo que nos sugiere el segundo movimiento del concierto, un adagio suave que nos permite relajarnos, después del jolgorio y antes de la otra gran actividad propia del otoño: la caza.
El tercer movimiento, otro allegro, nos lleva hasta la campiña italiana, donde los cazadores se preparan para una jornada en la que se proponen batir las mejores piezas. Una melodía alegre y juguetona da paso a un diálogo entre el instrumento solista y la orquesta. Es la conversación que mantienen los cazadores antes de dar paso a la batida. Ya cabalgando, escuchamos el crujir de las hojas que han caído de los árboles y que son pisoteadas por los cascos de los caballos. Es lo que hace el clavecín. El violín y el cello imitan el cuerno de caza. Podría decirse que cada instrumento tiene su particular función en el pentagrama ideado por el maestro italiano.
Los críticos dicen que, de Las cuatro estaciones, ésta del otoño es la más lograda. Tal vez porque el carácter del compositor está más identificado con las sensaciones que transmite la época, aunque, ya se sabe, el cura le daba a todo y siempre estaba contento. Como debe ser.
Gabriel Sánchez
La violinista Fredcerieke Saeijs interpreta Otoño de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, con la Orquesta Sinfónica de los Países Bajos (2014):