Una guerra (civil) interminable
Un relato de Paco Cerdà
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOs
Cuando apenas han pasado seis meses de la publicación de La península de las casas vacías, la novela de David Uclés que tantos elogios ¡y lectores! sigue cosechando, y sobre la que algún crítico llegó a preguntarse si podría interesar “otra novela sobre la guerra civil española”, llega ahora a las librerías, en plena campaña promocional, Presentes, un libro de no ficción del escritor Paco Cerdà, en el que narra el traslado de los restos del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, de Alicante, donde fue fusilado, al Valle de los Caídos. De la guerra civil, pues, a la inmediata exaltación de la victoria y la elevación de José Antonio al rango de mito (El Ausente siempre presente, que les gustaba decir…), además de una mirada a la cruda represión contra los vencidos; y a la vez, el anuncio de que la violencia no había terminado para los que acababan de perder la guerra. El fantasmal desfile mortuorio a pie se realizó entre el 20 y el 30 de noviembre de 1939. Lo protagonizaron falangistas que llevaron el féretro a hombros día y noche a lo largo de 467 kilómetros. Estamos pues ante un relato de “la insólita empresa” con dos planos que se contraponen, según el propio autor: el traslado propiamente dicho y el reverso de aquellos días: el país sojuzgado que ocultaban los vencedores.
En El Cultural, Sanz Villanueva apunta en su reseña que “la meritoria labor historiográfica (en archivos, hemeroteca y testimonios privados) de Cerdà no está abocada a una simple crónica, sino que se instala en un artefacto narrativo complejo y prolijo de recursos formales”. El contraste entre el desfile fantasmal y los múltiples testimonios de fusilamientos, atropellos, venganza y represión llevados a cabo por los franquistas es aterrador, “un copioso catálogo de terror e injusticia” basado en sucesos reales con nombres y datos precisos en gran medida producto de la investigación personal del autor. Para el crítico, no obstante, el trabajo es un tanto excesivo, pues “aunque aporte variedad al relato, le resta intensidad emotiva”, si bien semejante prurito literario no reblandece en absoluto “el alegato cerrado contra el franquismo ni minimiza las injusticias sufridas por sus muchas víctimas”.
En Babelia, en una entrevista realizada por Ferrán Bono, se cuenta que Cerdà, 84 años después, ha realizado aquél mismo trayecto a pie, para escribir “el relato de un viaje guiado por un ataúd, por la muerte de una persona que iba a ser mitificada, casi divinizada, en un país dominado por la cultura de la muerte (…), un político que en vida solo atrajo al 0,4% de electores y que, muerto, fue convertido en un mesías redentor. Un símbolo deformado y manipulado por Franco”, en palabras del propio Cerdà. La guerra ha terminado, pero no ha terminado, se repite a lo largo de la obra.
En la entrevista, el autor de Presentes dice sentirse deudor de periodistas como Ben Bradlee (editor de The Washington Post durante el escándalo del Watergate), Truman Capote, Gay Talese o Chaves Nogales. De estas lecturas le llegó el impulso para inscribirse en el “marco del nuevo periodismo para hacer literatura y escribir sobre la realidad”. Aunque siempre ha tenido aversión al yo como elemento gravitatorio, ello no le ha impedido una escueta referencia personal en el libro, “como una pequeña voladura controlada insertada en la vida de los otros, pero significativa”, y que tiene que ver con la muerte de su bisabuelo en la cárcel, un electricista que fue concejal de Unión Republicana de Burjassot, y los recuerdos de su abuelo de las visitas a la cárcel Modelo de Valencia para ver a su padre, visitas de las que siguen resonando en su memoria las frases que el padre encarcelado le decía: “Podad el limonero, cuidad de los animales, regad las plantas, dale un beso a tu madre”.
La niña que escuchó (de lejos) la guerra
En aquellos años en los que los españoles guerreaban entre sí, una niña italiana escuchaba de lejos la guerra desde la isla de Mallorca. Era la hija del cónsul de la Italia de Mussolini en la isla balear. Fabrizia Ramondino, escritora italiana (fallecida en 2008), era la hija de aquel cónsul, y autora de la novela Guerra de infancia y de España que comienza recordando aquel traslado: “Era el 13 de febrero de 1937. El cónsul Luigi Ferdinando Baldaro se disponía a partir hacia España para tomar posesión de su cargo en Mallorca”. Cuenta Lourdes Ventura en El Cultural que este primer episodio está narrado por una tercera persona, y, a continuación, “será Titina, la hija del cónsul, quien tome las riendas, en una obra dividida en cinco partes”, a modo de mosaico, en el que brilla la isla de Mallorca, con su exuberancia y belleza, “incluso en tiempos de guerra”. Este mundo mítico de una niña italiana, tan minucioso como imaginativo, “es probablemente uno de los más deslumbrantes relatos de infancia femenina de la literatura contemporánea”, según Ventura. Y advierte a los lectores que, animados por la promoción de la novela, busquen una inquietante intriga novelesca, pues quedarán decepcionados. “Penetrar en esta obra” –escribe– “es encontrarse en un relato atmosférico y en la reconstitución poética de un aprendizaje vital. Estas autorreflexiones son la mirada de una hija de la alta burguesía sobre la elitista sociedad de su familia, la severidad de un colegio de monjas, y el contraste con el mundo de los sirvientes mallorquines”. La protagonista se siente en Mallorca y, según ella misma cuenta, “como encerrada en una pompa de jabón, estaba fuera de la guerra. Estaba fuera del tiempo”. Su guerra particular la libraba contra la vida adulta, sus rígidas normas, contra las personas odiadas y amadas a la vez.
Como ya escribimos la semana pasada en esta misma sección, hay ecos de la misma guerra en la autobiografía de Martínez de Pisón, Ropa de casa, que continúa coleccionando buenas críticas. Esos ecos vienen de su familia, del recuerdo de su padre, militar franquista, que murió de un infarto, dejando cinco hijos y una viuda. No podían faltar las referencias a la época, muy especialmente a la muerte de Franco, “ese caudillo de voz atiplada y barriga de quinielista”, según cuenta Masoliver Ródenas en la crítica que publica en Cultura/s. También se recuerda la militancia carlista de su familia. “Curiosamente, gracias al carlismo de mi abuelo aprendí a percibir la literatura como un arte”, ha recordado Pisón, y eso le llevó a leer a Valle-Inclán y sus novelas carlistas. Junto a la familia están los amigos o escritores cercanos a él, como Enrique Vila-Matas, Cristina Fernández Cubas o Bernardo Atxaga, entre otros; escritores de los de antes.
Admirados escritores de antaño
De los escritores de antes a los de ahora. Sobre este cambio de paradigma escribe en Cultura/s Álvaro Colomer, y viene a sentenciar que, mientras antes los “aspirantes a literatos y jóvenes letraheridos veían a sus predecesores como modelos, hoy el intelectual influyente parece haber desaparecido. El influencer está en las redes”.
En la crónica se cuenta alguna anécdota divertida para ilustrar la tesis, como cuando en París, en la primavera de 1957, un joven Gabriel García Márquez (30 años) entrevé a un ya maduro Ernest Hemingway (57) caminando por la acera contraria del bulevar Saint-Michel. El colombiano no puede creerse la suerte que tiene, lleva mucho tiempo deseando tropezar con su ídolo, incluso frecuenta su cafetería preferida para hacerse el encontradizo. Y, sin embargo, ahora que lo tiene al otro lado de la calzada, no sabe qué decirle. Le entra el pánico, no se atreve a abordarle, se siente una pulga ante un gigante. Al final, cuando ya queda poco para que el estadounidense doble la esquina y desaparezca para siempre, Gabo reúne fuerzas y, ahuecando las manos alrededor de la boca, grita: “¡Maestro!”. El otro se gira, le saluda y se aleja.
Frente a esta escena, “un bloqueo por admiración” podríamos denominarlo, contrapone Colomer una segunda, ocurrida hace solo unos meses en Barcelona, cuando los pirulís publicitarios de la capital catalana amanecen empapelados con carteles en los que se anuncia el “Tour España 2024” (sic) de la escritora Mariana Enríquez. “Los otros pósters informan sobre actos protagonizados por estrellas del panorama musical. Pero es que ella también es una estrella, aunque del panorama literario. Durante los siguientes días, presentará su libro en diez librerías repartidas por todo el país. Siempre habrá llenazo, incluso gente que no cabrá. En algunos casos, las charlas serán colgadas en YouTube y, como ocurre con sus entrevistas digitales o con sus conferencias retransmitidas en streaming, alcanzarán miles de reproducciones”.
En su última novela, Montevideo, Enrique Vila-Matas (el amigo de Pisón), aludía a esta transformación, recuerda Colomer, cuando, en cierto momento, su narrador “evoca la época en la que los jóvenes letraheridos frecuentaban los cafés parisinos no tanto para saciar su sed como para coincidir con los grandes autores del siglo XX –la generación perdida, los surrealistas, los existencialistas, los representantes del nouveau roman…– y observarlos no solo con el deseo de llegar algún día a escribir como ellos, sino también con la esperanza de llevar su mismo tipo de vida. A esos literatos, a esos intelectuales a los que los jóvenes veían como modelos de vida, Vila-Matas los llama escritores de antes y, según afirma, pertenecen a una raza que ya se ha extinguido”.
El cronista recuerda también como Miguel Munárriz, escritor y gestor cultural, acaba de publicar Empeñados en ser felices por cuyas páginas transitan escritores como Ángel González, Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Carmen Martín Gaite y tantos otros referentes de la literatura española. “Ellos fueron mis modelos –asegura el autor–, entre otras cosas porque eran los que ocupaban la escena literaria durante mi juventud y porque, en consecuencia, eran a quienes yo miraba embelesado”.
Todos esos modelos de escritor, tanto los mencionados por Vila-Matas como los citados por Munárriz ya no existen. “Y no lo hacen en gran medida por un motivo: todos pertenecen a la época predigital”. Lo explica Juan Villoro en su ensayo No soy un robot, en el que reflexiona sobre la transformación que el mundo de los libros ha sufrido a raíz de la irrupción del mundo virtual, escribe Colomer, y transcribe la siguiente reflexión del mexicano: “Yo pasé de la máquina de escribir a la máquina eléctrica, y de ahí al ordenador. Las herramientas de trabajo influyen mucho en lo que hacemos. El ordenador tiene pros y contras: es más veloz, pero los textos no se tienen que pasar en limpio de principio a fin y se corrige menos. Ganamos en rapidez, pero perdemos oportunidades de arrepentirnos”.
Otro ángulo que se aborda es el del poder de influencia: los escritores de hoy ya no tienen el poder de influencia social que tenían sus colegas de antaño. El foco ya no está constantemente sobre ellos, entre otros motivos porque han aparecido dos profesiones, la de tertuliano y la de influencer, que han captado la atención del público. Por otra parte, la sociedad ha aprendido a pensar por sí misma y, sobre todo, ha aprendido que los problemas reales no se solucionan con frases bonitas, sino con respuestas técnicas –dice Xavi Ayén, redactor jefe de Cultura de La Vanguardia especializado en otro tipo de escritor de antes, el del boom latinoamericano–. Es bueno que la gente ya no mire a los escritores pensando que tienen respuestas para todo, porque lógicamente nunca las han tenido”.
Y no podía faltar en el reportaje la mención al teórico Roland Barthes que “ya acuñó la expresión ‘el fantasma del escritor’ para denunciar la idealización del pasado que suele haber en el mundo cultural”. Dicha expresión definiría la tendencia a pensar que hubo una época en que el oficio estaba recubierto de más dignidad de la que tiene en la actualidad. Es, evidentemente, un problema de nostalgia que, como suele pasar con ese sentimiento, pocas veces coincide con la realidad.
Escritor heredero, escritor obrero
La escritora mexicana Cristina Rivera Garza (Premio Pulitzer en 2024), directora del doctorado en escritura creativa en español de la Universidad de Houston, cuando se le pregunta sobre la expresión “escritor de antes”, deduce que responde a la de “un individuo que se ha hecho a sí mismo –y recalco el masculino y el singular–, que se ha nutrido de la biblioteca familiar, que ha heredado suficiente dinero como para tener la vida financiada… Por así decirlo, es alguien que nació con las horas de ocio pagadas y que por eso se dedicó a la literatura. En definitiva, el escritor de antes es la viva imagen del hombre con privilegios”. Ese escritor de antes contrasta con el contemporáneo, según Rivera Garza, que se caracteriza por tener que trabajar, “como periodistas, como correctores de estilo, como profesores, como camareros… y disponen cada vez de menos tiempo para escribir. El tiempo del ocio ha desaparecido del oficio. Hoy tenemos al escritor obrero, no al escritor heredero. En términos implícitos, lo que estoy diciendo es que ha habido un cambio de clase social y, por supuesto, también de género”.
Y este cambio influye, aunque no se pueda generalizar, en los asuntos que aborda su literatura, como un interés de los escritores de ahora por los asuntos de materialidad, es decir, por los asuntos de condiciones de producción. “Por ejemplo, cuando lees a varias mujeres, enseguida detectas un discurso similar sobre la combinación entre el trabajo doméstico y el trabajo intelectual, sobre la lucha de horarios, sobre la agenda familiar, etcétera. Eso es algo que rara vez encontrabas en sus pares masculinos de décadas anteriores”, concluye la mexicana.
Y para la semana que viene…
… adquirimos el compromiso de hablarles de Mircea Cărtărescu, portada en ABC Cultural, por la publicación en España de su última novela Theodoros (que se nos queda fuera por falta de espacio esta semana) . Cărtărescu es un autor admirado en El Patio y este 2024 podría ser premio Nobel (¡vayan haciendo sus apuestas!).
Y también estaremos atentos a la inminente entrega del Premio Formentor al escritor húngaro László Karsznahorkai (portada en Abril) prevista para el 27 de este mes.
E. Huilson