Semanario Cultural

De Kafka a John Banville, la Europa cultural también se vota

La incertidumbre sobre el resultado de las elecciones europeas, y las consecuencias que pudiera acarrear un fuerte ascenso de la extrema derecha para el proyecto común de paz y progreso que es la UE, ha marcado durante las últimas semanas la actualidad. También, como no podía ser menos, el mundo de la cultura ha expresado de múltiples maneras su visión sobre ese futuro incierto con presencia de artistas, escritores e intelectuales en el debate público. Los suplementos culturales se sumaron al presente electoral y abrieron sus páginas a la reflexión sobre Europa y su futuro. 

CULTURA/S lo llevó a portada preguntándose si es que existe una conciencia cultural compartida en Europa, y, si fuera así, qué la constituye. Escribe Toni Montesinos, autor del reportaje, que “durante siglos muchas han sido las personalidades, de Winston Churchill a Simone Veil, que han luchado por concretarla desde la conciencia de una cultura compartida, clave para apuntalar y hacer comprensible su edificio institucional”.

En la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión se dice que esta se asienta en “la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa (Grecia, Roma y el cristianismo), a partir de la cual se han desarrollado los valores universales de los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad y el Estado de derecho”, a la vez que se enfatiza que se trata de una “unidad en la diversidad”.

Cierto que la mezcla de esos valores y la libre circulación de personas en el llamado espacio Schengen, debería ser el puntal de un rumbo hacia una cultura europea, pues “los primeros tienen la virtud, que a su vez es un defecto, de encajar con la normatividad imperante. Son tan obvios que por eso mismo pueden olvidarse con facilidad, mientras la apertura de barreras a lo largo y ancho del Viejo Mundo plantea una cuestión en conflicto con un pasado no tan lejano”. 

¿Son Rusia o el Reino Unido del brexit impedimentos para una cultura común?

La respuesta debería ser no. La invasión rusa contra Ucrania, argumenta Montesinos, es una encrucijada del siglo y una prueba más de cómo nuestro presente tiende a desplegarse desde reacciones veloces en la condena a causa de un predominio del maniqueísmo. ¿Qué tiene que ver la política agresiva de Putin con la obra de Fiódor Dostoievski? Nada, ¿cierto? Pues en una universidad de Milán se anunció la suspensión de un curso sobre la escritura del autor ruso. Después rectificaron; y algo parecido pudo ocurrir en Florencia cuando un grupo de ciudadanos propuso derribar la estatua del autor de Crimen y castigo ¡por ruso! Menos mal que el alcalde, con preclaro criterio, los conminó a no crear confusión: “Esta es la loca guerra de un dictador y su Gobierno, no de un pueblo contra otro. En vez de cancelar siglos de cultura rusa pensemos en parar a Putin lo más rápido posible”, les dijo a sus exaltados vecinos.  

“Si Dostoievski es amado en Italia, Verdi lo es en Rusia y ambos han fraguado la sensibilidad de muchos seres humanos con independencia de su nacionalidad”, nos recuerda Montesinos, y, en alusión al Brexit, advierte de que “un viajero atento puede leer Europa como un enorme museo al aire libre. En Roma o Atenas, templos de nuestra cultura, no es complicado localizar en sus calles referencias a británicos ilustres como Lord Byron o John Keats, ambos fallecidos en plena juventud durante la década de 1820. El segundo es una maravillosa excusa para aprehender las transformaciones de la Ciudad Eterna”. Y así podríamos citar a todos aquellos que han sido fundamentales para ir tejiendo esa cultura europea: “Europa no existiría como entidad sin sus padres culturales, cuya estela es otro canto a la ausencia de fronteras entre estados. William Shakespeare, Miguel de Cervantes, Dante Alighieri, Johan Wolfgang Goethe o François Rabelais inauguraron un canon indiscutible y ampliado generación tras generación hasta configurar un todo que, sin embargo, aún suele clasificarse desde parámetros nacionales”. En el relevo, Yourcenar, Mann, Magris, Ernaux, Marías, y tantos otros pueden irse añadiendo al canon. Un canon que sí ha aprehendido su dimensión europea al incorporar las letras de los países del este: “Esta senda, quizá estrenada por Milan Kundera, se ha extendido en los últimos años con escritores del calibre del rumano Mircea Cartarescu, el albanés Ismail Kadaré o el ucraniano Andréi Kurkov, cuyas obras sí pueden vencer a la rabiosa velocidad de nuestro presente al publicarse en España dentro de un mismo sello editorial (respectivamente Impedimenta, Alianza y Alfaguara).”

El mundo de ayer

“La última oportunidad de Europa”, titula EL CULTURAL la conversación entre el filósofo francés Bernard- Henry Lévy y el historiador y periodista británico Timothy Garton Ash, a los que califica Alberto Ojeda, coordinador del diálogo, como dos “entusiastas de la unidad del viejo continente y de sus ideales humanistas”. Lévy tiene claro que “por donde hay que recomenzar es por la política”, en contra de los que piensan que habría que hacerlo por la cultura, aunque se presta a ofrecer unos pocos nombres de autores fundamentales: “Toda la literatura austrohúngara de finales del XIX: Musil, Zweig, Kafka… Pero antes de todo esto, mucho antes, Cervantes”. 

Y recuerda Garton Ash a Stefan Zweig y su obra El mundo de ayer, “que es una referencia obvia, porque, de alguna manera, lo que muchos europeos tienen hoy es lo mismo que él tenía antes de 1914, y que desapareció de repente”. 

Lévy añade a esa lista al español Jorge Semprún, “uno de los escritores, hombre y obra, que más he admirado. Y un personaje clave también en la literatura europea”. El diálogo entre ambos nos deja muchas reflexiones interesantes: “Europa no es solo burocracia. Es un alma. Es una cara. O, al menos, así tiene que ser. Estamos contra la pared”, defiende el francés, abrumado por el alza de los extremismos, mientras que el británico nos ofrece tres títulos para que los jóvenes se ilustren sobre la idea de Europa: Homenaje a Cataluña, de Orwell, El mundo de ayer, de Zweig, y La Europa negra, del historiador Mark Mazower.  

Banville, una memoria de Dublín

En estas, el próximo domingo se celebrará, un año más desde 1954, otro acontecimiento que nadie discutiría que forma parte del alma cultural de los europeos, el Bloomsday, el recorrido por Dublín que homenajea a Leopold Bloom, el personaje principal del Ulises, de James Joyce. Del mismo modo, es indiscutible que el irlandés John Banville, uno de los escritores más traducidos a las distintas lenguas europeas, es también patrimonio cultural nuestro.

Javier Marías, que además de escritor ejerció como traductor del inglés al español, consideraba, (hacia finales de 2016, leído en BABELIA), que “la prosa de John Banville era quizá la mejor que existía en inglés”. A pocos días de la celebración del bloomsday, Andrés Seoane, de LA LECTURA ha paseado con John Banville el Dublín de Joyce y su propio Dublín. A Banville le fascinaba llegar de jovencito a la capital de Irlanda desde su pueblo, Wesford, una viaje que hacía el día de su cumpleaños: “Dublín era para mí lo que Moscú para Irina en Las tres hermanas de Chéjov, un lugar de promesas mágicas. Yo me crie en un pequeño pueblo que entonces me parecía muy aburrido. Ni siquiera me molesté nunca en aprender los nombres de las calles, tan seguro estaba de que pronto me iría de allí (…) la urbe era como París o Nueva York, un sueño de sofisticación y aventuras. En realidad, en los años 50 era una pequeña ciudad mugrienta llena de pobreza, pero era todo lo que conocía”. 

Después de la publicación de su última novela, Las singularidades, llega ahora a las librerías unas memorias que ha titulado La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés, que Seoane define como “una compleja amalgama de vivencias personales, datos históricos e historias literarias, trufado de profundas reflexiones vitales e hilarantes anécdotas, que dibujan el fresco de un Dublín desaparecido en el que recibió su educación sentimental aquel artista adolescente”. Banville deja caer durante ese paseo una frase que bien puede aplicarse al momento que Europa vive, que “el presente no existe, es algo que fluye, y el futuro es la improbabilidad más grande. El pasado es lo único que tenemos”, el mundo de ayer, quizás. En su recorrido por la memoria, el escritor irlandés se enfrentó a no pocas disyuntivas. La primera describir el Dublín donde se hizo como escritor: “¿Cómo narrar Dublín después de Joyce? Él ya hizo un mapa completo de la ciudad, la agotó literalmente”. Y otra no menor, huir del nacionalismo acérrimo: “En esta isla hay una presión constante por ser muy, muy irlandés y yo no consigo estar a la altura de esas exigencias tan patrióticas. Me veo más bien como un escritor europeo”. Una presión de la que le salva, como decíamos, el aprecio europeo por su obra: “Tengo mejor fama en España que en mi país”, le comenta al periodista. 

Cierre y despedida

Nuestro espacio se agota por lo que es imposible ahondar en los muchos ejemplos sobre esa cultura europea de la que nos estamos ocupando que podríamos ilustrar desde esta particular lectura de los suplementos culturales de la última semana. Por ejemplo, Kafka, al que ABC CULTURAL dedica un especial muy recomendable con varios artículos, y entrevista a su biógrafo Reine Stach, que se enorgullece del éxito que están teniendo los actos de conmemoración del centenario de su muerte, porque es la gente joven la que más se interesa por Kafka. Pone de ejemplo una conferencia reciente en la Sociedad Goethe de Hannover, donde suele acudir un público muy mayor, que versaba sobre el checo, y el público mayoritario rondaba, para su sorpresa, los treinta, lo que le lleva a deducir que “Kafka vive”. No podía ser de otro modo, argumenta, por la actualidad que representa: “Como en El proceso, recibimos hoy gran cantidad de información, pero las preguntas decisivas no reciben respuesta, como quién tiene realmente el poder. Son temas propios del siglo XXI, reconocemos perfectamente esa atmósfera”.

Hay otras muchas recomendaciones para profundizar en la cultura e historia europea, desde ensayos sobre el más reciente y convulso pasado (siglo XX) hasta novelas que rememoran nuestros propios episodios enmarcados en el contexto europeo, como fue la Guerra Civil española, que David Uclés cuenta en La península de las casas vacías, una novela de gran éxito de la que habla el autor con Inés Martín Rodrigo en ABRIL. O la novela que acaba de publicar Juan Manuel de Prada, Mil ojos esconde la noche, la primera parte de una historia de 1.600 páginas, con una segunda entrega que llevará por título Cárcel de tinieblas. 

Mil ojos… está cosechando, como ya avanzamos en estas páginas, críticas muy elogiosas. En algunas de ellas se advierte indirectamente al lector que no se deje llevar por la faceta de articulista del autor, que animan poco a su lectura. En ABRIL, Javier García Recio lo explica claro: “Juan Manuel de Prada ha vuelto a reconciliarse con la literatura y a mostrar la continuidad de su talento narrativo. A finales del siglo pasado, firmó una novela perfecta en su prosa, en su relato. Era Las máscaras del héroe, y nació con ella un novelista auténtico y brillante. Pero luego le tentó la prosa fácil de corte ideológico y otras frivolidades al uso donde ha prodigado y malgastado su talento. Recuperado de esa enfermedad, se reconcilia, como decimos, con la literatura y presenta una obra memorable: Mil ojos esconde la noche. Todo un reto narrativo y de demostración de talento”. Fernando Navales, el mismo protagonista de Las máscaras del héroe, en la que ofrecía “una visión extravagante y lúcida de la bohemia madrileña del pasado siglo, ahora muestra los ambientes literarios y artísticos de los españoles que vivían exiliados o por gusto en el París ocupado de la Segunda Guerra Mundial. Navales, un falangista de camisa vieja, resentido, sin escrúpulos y carente de moral, un fracasado movido por el resentimiento por no haber triunfado como escritor, recibe el encargo de atraer a la Falange a aquellos republicanos españoles de corte moderado que viven en París”. Un argumento que forma parte también de la historia de Europa, no hay duda. Volvemos sobre ello en septiembre. 

E. Huilson

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