Rodrigo Cortés, cineasta de éxito y escritor drolático
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Andrés Ibáñez, crítico de ABC CULTURAL, echa mano del galicismo drólatico para calificar los Cuentos telúricos que acaba de publicar el escritor (y también cineasta y actor y guionista y productor y articulista), Rodrigo Cortés. Drolático es un adjetivo que no incluye la RAE en su diccionario, pero sí ha sido utilizado por poetas y escritores hispanoamericanos. Así, el cubano Rogelio Saunders en el poema El despertar de Finnegan dice: “Ah si yo fuera el drolático insustancial, el sonriente oligofántico/Ah si yo no fuera el que lo ha ganado todo”. Y también el cubano (y francés) Alejo Carpertier en El siglo de las luces utiliza el término, y tiene su lógica, porque Carpentier, de padre francés, tuvo que tener noticia de Les cent contes drolatiques, de Honoré de Balzac, en cuyas traducciones al español, por cierto, (véase la entrada en el Instituto Cervantes sobre el particular) no se utilizaron los términos “chistoso” o “picaresco”, que serían adjetivos equivalentes a drolatique en nuestra lengua, sino que se dejó en drolático.
Cita Ibáñez dicho término del escritor francés para situar estos cuentos de Cortés en lo que llama “un territorio drolático”, que se mueve “entre lo fantástico, lo desquiciado, el humor y el absurdo, sobre todo el absurdo. Absurdo por desconexión de todas las ligazones lógicas de la frase y de la narración”. E incide en cómo Cortés parece especialmente obsesionado en destruir cualquier noción de magia o de milagro, y somete a durísimas e hilarantes sátiras las formas literarias que sugieren un aprendizaje o una enseñanza.
En la reseña se van desgranando el puñado de cuentos en los que Cortés, según Ibáñez, da la impresión de que escribe un poco al azar, “confiando en los poderes de su creatividad, añadiendo al párrafo las cosas que se le van ocurriendo, aunque no tengan pies ni cabeza y creando así frases larguísimas llenas de observaciones droláticas, porque no puedo evitar pensar que la palabra drolático significa también loco, chiflado, desquiciado”. Y concluye que “lo más drolático de todo es el estilo: caprichoso, saltimbanqui, tumultuoso, indisciplinado, se niega a cualquier forma y a cualquier sentido, se cancela a sí mismo todo el rato y cede una y otra vez a una palabrería incontenible”. La ilustración de la portada del libro es creación del artista visual Armando Veve, significativa para el reseñista, pues “expresa a la perfección el espíritu de este libro único”.
El autor de estos cuentos defiende, por el contrario, que son “telúricos”, porque se asientan en las fuerzas primigenias de la tierra: “Por mucho que se desplacen a lo estelar, siempre hay alguien que suelta un ancla y sujeta el platillo volador al suelo”. En la entrevista que publica EL CULTURAL, realizada por Jaime Cedillo, Cortés aboga por la “irrealidad” en la escritura, y la exageración, “un ángulo que nos permite volver a ver las cosas por primera vez. Mi idea –afirma– es ponerlo todo patas arriba para ver qué aspecto tiene”. La faceta cinematográfica del autor orensano centra buena parte de la entrevista, y no faltan las comparaciones entre escribir y dirigir. A la pregunta de a qué se parece más ser autor de narrativa si a dirigir una película o escribir el guion, Cortés aboga por lo primero: “porque (dirigir) es un acto demiúrgico, son lenguajes muy distintos. El cinematográfico se articula en presente continuo y describe una acción; el personaje se define a través de sus decisiones. En el lenguaje literario, en cambio, el personaje se piensa a sí mismo, entran en juego la evocación o la resonancia y suele ser menos importante la trama que el modo en que el personaje digiere los hechos”
Y como no hay dos sin tres, y al estar en plena promoción de estos cuentos telúricos o droláticos (editados por Random House) leemos que Elena Pita, en ABRIL, traza su peculiar semblanza del autor, tras rastrear en su biografía: “quiso ser (por orden cronológico) pintor, músico y escritor, y hoy está encantado de conocerse porque ha logrado aunar sus variadas vocaciones en el cine”.
Nació en Pazos Hermos, “aldea orensana, tierra de vinos y clérigos, a la que su madre regresó para parir a su vástago en un lugar con carácter”, y se crió en Salamanca: “Había empezado muy bien: una casa llena de libros y una portada que llama su atención de chiquillo, y con 9 años se sumerge en La metamorfosis de Kafka. Ocurrió que de ahí saltó a Stephen King, y el terror psicológico versión B se le enquistó en la médula”. Y continúa Pita: “dice cosas para parecer intrascendente, que es lo más in que instauró el pesado posmodernismo”. Expresiones como que “el creador se define a través del estilo y no de sus tesis; por lo general, la tesis es banal y lo que uno cree que cree casi siempre sobra”, o su defensa de “escribir tonterías”, y tonterías son, según dice Pita que dice Cortés, la Odisea, el Quijote, Los viajes de Gulliver o Alicia en el país de las maravillas”. Epatante tontería, porque –según escribe Pita– lo que no es tontería pierde vigencia en tres años “y él escribe, entendamos, para la posteridad…”, y así un puñado más de comentarios de Pita, bastante droláticos también, la verdad.
Sabina Urraca publica El celo
La escritora (y editora) donostiarra también cuenta con entrevista destacada esta semana, ¡y con portada!, en EL CULTURAL. Ya lo hicieron hace dos números en LA LECTURA con motivo de la publicación (y promoción) de El celo, en Alfaguara, una novela donde se cuenta la historia de una mujer en la treintena que un día se encuentra una perra abandonada decidida a seguirla hasta su casa. De la convivencia con el animal, según se va avanzando en la historia, se rememoran viejos traumas y miedos de la protagonista, que padeció una relación abusiva que la llevó a participar en una terapia de mujeres maltratadas, una experiencia por la que pasó la propia Sabina Urraca en su día. En la entrevista de El Cultural, la escritora le cuenta a Nuria Azancot que la historia de este libro empezó en un día de verano estando con su perra y unos amigos en el Retiro: “Mi perra estaba en celo y no dejaban de acercarse perros machos a intentar montarla. Ella se les arrimaba entre cachonda y desesperada. Era un espectáculo angustioso. Yo me veía como una madre castradora, conteniéndole ese instinto, alejando a los perros. Hubo un momento en el que me harté y dije algo así como: `Dios mío, ¿cuándo se va a acabar esto del celo?´ Y una amiga que estaba en ese momento tirada en la hierba, besándose con su amante, se pasó las manos por el cuerpo y dijo, entre la desesperación y la risa: `Sí, por favor… ¿Cuándo?”. Y cuenta también que desde el principio tenía claro que la novela sería la historia de una maldición, de cómo afecta psicológicamente la amenaza de alguien que tiene poder sobre otra persona: “Me interesaba esa capacidad anuladora en una relación abusiva, mostrándola más cerca a lo paranormal que a un fenómeno explicable”. Porque según comenta, no es fácil para las víctimas de la violencia de género salir del círculo y “en muchos casos, las víctimas recaen con sus maltratadores”, y por ello “no es nada fácil acompañar a una víctima de violencia de género, porque difícilmente será una víctima perfecta”.
Luchadora Celine, heroína en la Francia revolucionaria
Ya les recomendamos en estas páginas (de la mano del escritor y crítico Rodrigo Fresán) que si querían paladear una buena novela histórica que poco se parece a una novela histórica leyeran El futuro futuro, del británico Adam Thirlwell, al que entrevista en BABELIA Alex Vicente. Cuenta la novela la historia de Celine, dama de la corte que es víctima de un panfleto pornográfico, lo que la llevará a revelarse y enfrentarse a sus críticos. En la entrevista cuenta Thirlwell cómo tras años burlándose, junto a su colega Zadie Smith, de la obsesión británica por la novela histórica, “de la reverencia ante la realeza y ante nuestro pasado, los dos hemos acabado escribiendo una”. Pero no una novela histórica al uso, al menos en el caso de Thirlwell: “Yo intenté firmar una novela histórica distinta, influida por la tradición latinoamericana”, y en este punto cita las influencias de Ricardo Piglia y Alejo Carpentier, de los que aprendió que “un escritor puede cambiar el pasado y ser juguetón con él”. Y como modelo de fondo… el Orlando de Virginia Woolf, “un libro que se mueve libremente en el tiempo y el espacio y que está protagonizado por un personaje cambiante”.
Y además, la de Thirlwell es una novela con anacronismos por doquier, pues se habla de gasolineras y fascistas o locales de Nueva York cuando estamos a finales del XVIII. Es así porque la intención del autor era escribir una novela histórica que fuera un libro contemporáneo y no solo un ejercicio de nostalgia: “a los libros históricos no se les perdona el más mínimo anacronismo (…) yo decidí multiplicarlos para que nadie pudiera criticarme”. Y luego están los que encuentran anacronismos donde no los hay: “por ejemplo, las protestas contra la política de desforestación del Gobierno francés en 1790, que fueron reales, o la presencia en el libro de un diplomático transgénero, Chevalier d’Eon, que en realidad existió. O muchas de las cosas que cuento de Beaumarchais como agente secreto de Luis XV…”
Entre los personajes reales nos encontramos a Toussaint Louverture, uno de los principales líderes de la revolución que, desde 1791 hasta 1804, transformó la colonia de Saint-Domingue (colonia francesa que llegó a abarcar toda la isla de La Española, los actuales Haití y la República Dominicana). Llamado el Espartaco Negro, se acaba de publicar una biografía Louverture de la que es autor Sudhir Hazareesingh, y que reseña en BABELIA Joseba Louzao (y citamos porque su lectura puede ser un buen complemento histórico a la novela).
Música para una época oscura
Música en la oscuridad lleva por título la última novela de Antonio Iturbe y tiene, por la época en que se sitúa la trama, bastante de “histórica” al transcurrir la acción en las postrimerías del reinado de Alfonso XIII y la llegada de la República, el golpe del 36 y las tropelías cometidas en un pueblo, Casetas, cercano a Zaragoza, por sanguinarios falangistas. En la crítica que firma Santos Sanz Villanueva para EL CULTURAL, se apunta que algunas características de la narración, como la utilización de voces locales, vulgarismos y fonética popular, y las referencias socioeconómicas, que dan muestra de una extrema pobreza e incultura, nos pueden llevar a pensar que estamos ante un drama rural: “Pronto, sin embargo, la novela desmiente la impresión de alicorto relato de penalidades rurales para convertirse en una jugosa narración con atractivas peripecias y con aire un tanto de vodevil”. La novela cuenta la historia de la llegada de un sastre y músico, Mariano, a Casetas para ponerse al frente de la banda municipal, donde se encuentra que no hay ni músicos ni instrumentos por lo que tiene que echar mano de ingeniosas artimañas hasta que consigue formar algo parecido a la banda que trata de crear. Destaca Sanz Villanueva que todo el proceso es muy divertido, “y los ensayos de la estrafalaria tropilla filarmónica alcanzan altísima hilaridad”. Es la cara amable del relato, porque también está su cruz penosa: existencias miserables de los lugareños, un alcalde autoritario y un cura tridentino. “Una realidad bien sombría que, sin embargo, el autor no la presenta con una mirada severa, sino que la somete al eficaz torcedor de los registros distanciadores del humor, la burla, la ironía y la parodia”. Luchan el racionalismo ilustrado contra la superchería y el irracionalismo visionario, por lo que lo peculiar de “esta enésima crónica de la Guerra Civil radica en la cerrada apuesta del autor por el poder de la educación y la cultura en la regeneración colectiva. Aunque las fuerzas reaccionarias impidan todo aliento reformista, Iturbe lo celebra como meta alcanzable de la humanidad”.
E. Huilson
Posdata: ABRIL ha alcanzado su número 100. El suplemento literario de El Periódico y El Periódico de España, pasó recientemente de distribuirse los jueves a hacerlo los sábados. Nuestro reconocimiento a todo el equipo que lo ha hecho posible.