Relatos con música

Un éxito y un disgusto

Baile de corte en el palacio imperial de Hofburg (1800). Obra de Wilhelm Gause

Pudiera parecer que los amantes de la música del siglo XIX eran todos aburridos, señoras y señores que acudían a los conciertos vestidos de punta en blanco, dispuestos a escuchar obras de reconocido éxito, muy bien valoradas por los críticos de la época y, al final, tediosas veladas a las que había que asistir por el qué dirán. Pues no. También había diversión, músicas que hoy en día podríamos calificar como “pop”. Los clásicos también tenían su particular ranking de popularidad y sabían diferenciar entre la música culta  y la menos instruida.

Para esta segunda faceta, los compositores optaban por las serenatas y los divertimentos. Se utilizaban en veladas lúdicas: fiestas al aire libre en los jardines de los nobles y aristócratas, reuniones para tomar el té, convocatorias para los juegos de naipes, cenas improvisadas en casa de tal duque o barón sin la etiqueta propia de su rango… Y los compositores, los buenos y los aficionados, entraban en el juego, pasaban por el aro y no hacían ascos a los beneficios que los editores de partituras les reportaban. Y Beethoven no fue ajeno a la moda, aunque le repeliera. Pero ya sabemos cómo se las gastaba el sordo.

El Septimino en mi bemol mayor fue una de las piezas que compuso Beethoven para deleite de los oyentes en esas jornadas de francachela y diversión a las que aludíamos antes. Fue compuesta en 1799, cuando el compositor contaba 29 años de edad y en los prolegómenos de la enfermedad que le produjo sordera y le apartó de los círculos sociales para siempre. Para demostrar su entusiasmo por la obra (lo que era mentira) dedicó la partitura a la cuñada del archiduque Rodolfo, María Teresa, segunda esposa del emperador Francisco II. Fue estrenada en Viena el 2 de abril de 1800, junto a la primera sinfonía. Todo un éxito. Las partituras comenzaron a distribuirse por todo el imperio y comenzaron también las versiones que los envidiosos hacían de la obra del genio de Bonn. Versiones para dos guitarras, piano a cuatro manos, cuarteto, trío, trío con clarinete, otra sólo para instrumentos de cuerda… Eran las versiones que salían de las cabezas de los aficionados. Y, claro, tal proliferación de versiones de su obra, enfurecieron al autor, a pesar del éxito y de los réditos que éste le producía: “Esta bagatela lo único que hace es ensombrecer mis mejores obras. Pasaré a la historia como compositor de estas piezas sin ningún valor y se olvidarán de mis obras más importantes”, llegó a pensar el compositor, a la vista del éxito que obtenía su Septimino. Nada más lejos de la realidad, según todo el mundo reconoce a día de hoy. Aunque, echando la vista atrás, el temor de Beethoven sobre la posibilidad de que el divertimento eclipsara obras de mayor calado, como la Primera Sinfonía, por ejemplo, que estrenó el mismo día  y de la que nadie habló en ese momento, era evidente. 

Nunca aceptó el éxito de la obra y siempre la repudió.

Pero el destino da muchas vueltas y, en este caso, para bien. El  éxito de su obra-bagatela llegó hasta nuestros días y todo el mundo la tarareó en su momento. Incluso los niños. El tercer movimiento del Septimino en mi bemol mayor de Beethoven fue elegido como banda sonora de la serie de televisión Érase una vez el hombre, emitida por TVE en 1979  y en la que se daban a los espectadores más pequeños las claves de la evolución del mundo en el planeta Tierra. Escuchen, ya verán cómo reconocen la obra. Hasta para eso Beethoven era genial.

Gabriel Sánchez

El Septimino en mi bemol mayor de Beethoven completo, grabado en 2011 durante el Festival Internacional de Música de Cámara con Janine Jansen (Utrecht). Tempo de minuetto, en el minuto 20:40, es reconocido por utilizarse para la banda sonora de Érase una vez el hombre:

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