Narrar para entendernos, y una lección de crítica literaria
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
“Todos somos narradores”, afirma Inés Martín Rodrigo en la entrevista que publica ABRIL con la escritora Margaret Atwood, y esta lo corrobora: “Exacto. Esa es una de las grandes capacidades humanas. Probablemente, lo más importante de convertirnos en humanos fue que desarrollamos la capacidad de contar historias, no sólo sobre el pasado, también sobre el futuro, y no sólo sobre las cosas que tenemos delante, también sobre las cosas invisibles. Fue algo muy importante, porque cuando los seres humanos empezaron a contar historias sobre su origen o quiénes eran, eso cohesionó al grupo, al darse cuenta de que compartían la misma historia”. Y le pregunta a continuación por qué eligió la escritura para crear y la autora canadiense responde no saber la respuesta y que “si algún escritor da una razón será algo inventado, porque en realidad nadie lo sabe”.
Gabriel García Márquez respondió en su día a esa pregunta, que lo hacía, lo de escribir, “para que mis amigos me quieran más”. Está de vuelta a la actualidad literaria estos días tras la decisión de sus hijos de “no privar a sus muchos seguidores” (y amigos, deducimos) de un nuevo relato del autor de Cien años de soledad. La semana pasada ya nos hicimos eco de este “acontecimiento literario” citando el artículo de Dasso Saldívar que publicaba LA LECTURA, donde contaba los avatares de la publicación de esta novela inédita de Gabo (así le decían los amigos) En agosto nos vemos. Una semana después, los suplementos recogen valoraciones, críticas más o menos benévolas, y opiniones académicas. Resumimos lo que del “acontecimiento editorial” opinan los críticos, que la ocasión lo merece.
Excusa no pedida…
Llama la atención que en todas las reseñas leídas el primer asunto al que tratan de responder los críticos es si un libro que el autor no publicó en vida, del que incluso llegó a decir que no servía, que “había que destruirlo”, puede publicarse por decisión de sus herederos. Parece que se hubieran visto impelidos a contestar a una fantasmal protesta de fieles lectores de Gabo echados a la calle con una pancarta que rezara: ¡Cómo se os ocurre!
En ABRIL, Ricardo Baixeras empieza por aclarar que “la decisión de sacar a la luz un libro que el autor no publicó en vida es siempre controvertida”, y más si este animó a “destruirlo”. Pero como es Gabriel García Márquez el autor, –continúa– se puede pensar que quisiera emular “aquellas legendarias intenciones de Virgilio y de Franz Kafka con sus propios manuscritos”, por lo que la cuestión se vuelve más compleja. Dicho esto, defiende que la decisión ha valido la pena: “Es una ficción que vuelve a mostrar hasta qué punto García Márquez, a pesar del temor de no ser ya el mismo por su pérdida de memoria, seguía dominando el arte de contar historias”.
Santos Sanz Villanueva, en EL CULTURAL, prefiere no entrar en disquisiciones sobre la oportunidad de la publicación, aunque no elude pronunciarse. Apoya la decisión: “Los descendientes, a pesar de apreciar baches, pequeñas contradicciones e imperfecciones, han permitido la publicación porque han antepuesto el placer de los lectores a los defectos. Y han hecho bien, aunque se trate de una obra menor”. El “editor” del original, Cristóbal Pera, en las páginas finales explica las vicisitudes de ordenar el texto ante los numerosos originales que de la obra redactó el autor. Esas explicaciones, a modo de epílogo, no le han gustado mucho a Sanz Villanueva a tenor de lo que escribe: “Por cierto, la editorial tendría que haberle impedido al mencionado Pera ditirambos y arrebatos infantiles que a nadie le importan nada”. Y tras algunos elogios, termina la reseña criticando el desenlace de la trama, por considerarlo fallido, “como si el autor, por no saber bien qué hacer con la historia, la resolviera con un expeditivo descabello. No debo precisar más el desenlace en atención al lector, pero el realismo esencial del conjunto se despeña en lo absurdo e inverosímil. Se rinde al folletín”. No obstante, el crítico vuelve al principio para defender otra vez la decisión de publicarlo “a pesar de tales reparos”, pues hubiera sido una pena que los lectores se perdieran “un relato corto, ligero y agradable”, sentencia.
En BABELIA, Nadal Suau también se posiciona, y a favor, por si a alguien se le ocurriera polemizar sobre si es honesto publicar o no un texto en contra de la opinión del autor. Nos advierte para que no seamos aburridos: “Hay una discusión de reaparición periódica y, por lo tanto, ya muy tediosa, que podríamos ahorrarnos solo con asumir de una vez lo inevitable de esta regla: cuando un autor relevante deja una obra inédita al morir, esa pieza acabará siendo publicada, al margen de cualquier instrucción testamentaria (…) Cada texto exige emerger una vez escrito, y qué bien si lo logra, porque de un escritor respetado a mí me interesan hasta las notas en la nevera, no porque todo lo suyo vaya a ser magistral sino porque cuando no lo es, cosa que ocurre a menudo, al menos constituye una fe más de su vocación. Curioso que es uno, vaya”. La curiosidad biográfica está para Suau, por tanto, por encima, y poco da que la nota de la nevera se limitara a recordar que hay que comprar leche, o que la versión del manuscrito “que legó a su familia sea un trabajo a medio pulir (se nota en cada página), aunque acabado”. No es una versión final, pero sí está cerrada, a juicio de Suau, que se adentra en su reseña a valorar la edición que pone a la venta la editorial: “Random House ha optado por darla a conocer sin alentar demasiadas prevenciones: así, la portada y las guardas llaman al público lector masivo, y los paratextos que acompañan a la novela son breves, accesibles, nada académicos ni especializados. Los hijos firman un ‘Prólogo’ que deja entrever un enternecedor cargo de conciencia junto a toneladas de cariño; en su epílogo, el editor Cristóbal Pera reivindica el rescate sin ocultar la felicidad de haber trabajado junto al premio Nobel; finalmente, se añaden cuatro páginas facsimilares que resultan un complemento más curioso que valioso”. Y tras estas ligeras ironías (¿o sólo las veo yo?) entra a valorar la novela, empezando por un suspiro de alivio: “Es mucho mejor de lo que me temía (…) Se lee con amabilidad, tiene ráfagas de belleza, calidez… Tiene virtudes (…) Al mismo tiempo, tampoco conviene llamarse a engaño con sus verdaderas dimensiones, que son chiquitas. Para entendernos: les gustará si se prestan a un último baile con García Márquez sin pedirle lo que no puede dar (…) Ahora bien, si acuden a la librería para hacerse con un libro magnífico por sí mismo, independiente de factores externos al propio texto, y sin estar ustedes dispuestos a añadir una dosis de complicidad…, entonces, me temo que esta no es, en absoluto, la mejor novela que se publicará este mes ni este año. Tampoco la peor, obviamente. Es otra cosa. A mí me vale”.
Menos reticencias muestra en ABC CULTURAL su crítico Pozuelo Yvancos, al que le ha gustado del libro hasta lo que escribe Pera. Comienza su reseña celebrando la decisión de los hijos del escritor de publicar el manuscrito, “muy corregido según se ve en las páginas que de él se incluyen como apéndice, e informa la nota del editor Cristóbal Pera, plagada de precisas circunstancias biográficas”. Y descarta que estemos ante un caso de aprovechamiento para su propio interés de los herederos, de la editorial o los agentes: “Por fortuna con En agosto nos vemos ocurre lo contrario de lo que suele con manuscritos encontrados por herederos. En vez de oportunismo hay una responsabilidad que nos regalan a los lectores de su padre. Y además tiene el añadido de poder restituirnos del mal sabor de boca que nos había quedado con Memoria de mis putas tristes, la última novela que publicó Gabo en vida y que, leída junto con esta, comprendemos mejor como parte de un proyecto conjunto”.
Es posible que leídas estas las últimas observaciones de Suau algún lector tenga sus dudas de si vale la pena hacerse con la novela. Pues ahí tiene otra opinión para contrastar, la de J. A. Masoliver Ródenas en CULTURA/S, que ha estudiado la obra del colombiano y hasta escribió un ensayo titulado Cien engaños de soledad en el que analizó los “trucos de magia que utiliza para encandilar al lector” García Márquez. Piensa Masoliver Ródenas que “en realidad hay dos escritores en uno”, el de los fuegos de artificio y el de “la prosa desnuda que encontramos en (para él) una obra maestra, El coronel no tiene quien le escriba (…) Como lo es ahora En agosto nos vemos”. Y en su caso, hasta el final de la novela y las observaciones que hace el editor le agradan, al contrario que a otros colegas: “El final en el cementerio es impactante, de una fuerza deslumbrante; en palabras de Cristóbal Pera, `un tema original que no había abordado antes en sus obras´, aunque hay algo de crónica de un desenlace anunciado”.
Narradores del terror
Con motivo de que se cumplen ahora cincuenta años de actividad literaria del escritor de best Sellers Stephen King, CULTURA/S abre sus páginas con un reportaje dedicado al autor. No nos detendremos en su obra, pero sí en la opinión de la crítica sobre este fenómeno editorial. Recuerda el autor del reportaje, Mauricio Bach, la frase lapidaria del crítico Harold Bloom, el sumo sacerdote del canon: “He dicho en el pasado que Stephen King era un escritor de novelas baratas, pero tal vez fui incluso demasiado amable”. Lo dijo en 2003, cuando le dieron a King el premio de la US National Book Foundation por su “distinguida contribución a las letras estadounidenses”. Nadie puede dudar a estas alturas de la relevancia editorial y sociológica de Stephen King por sus best sellers, los millones de lectores y las adaptaciones al cine y televisión, escribe Bach, “sin embargo, el exabrupto de Bloom es representativo de una parte del mundo de las letras que cuestiona su calidad literaria, aunque también cuenta con defensores con pedigrí como Rodrigo Fresán o Mariana Enríquez”.
Precisamente llega a las librerías un nuevo libro de relatos de Enríquez, autora de Nuestra parte de la noche, esa monumental novela con la que se dio a conocer en España. En este nuevo libro, Un lugar soleado para gente sombría, se cuentan historias como la de “una mujer obesa que tiene sexo con espíritus, otra que convive contra su voluntad con una desconocida fantasmagórica que sufre por cáncer u otra que persigue periodísticamente una leyenda local oscura”, según relata para BABELIA Carlota Rubio, y resalta que “lo mejor de Mariana Enriquez siempre ha sido el equilibrio con que juega con distintos códigos, muchas veces opuestos. Sus cuentos se mueven constantemente de lo marginal al relato oficial; se apoyan sobre mecanismos de la literatura de género para trazar retratos sociales e históricos; su escritura es lírica pero también sobria y a veces incluso mordaz”. En sus relatos se hace referencia a la degradación del cuerpo, explica Rubio, que ahora elige como protagonista la madurez femenina: “No te lo dicen, no te lo avisan. Me enfurece. La piel se seca, la grasa se acumula en las caderas y las piernas y el vientre, la celulitis se acentúa de un día para el otro, ese pelo muerto que es la cana resulta imposible de domar”. Son palabras de la protagonista del cuento Metamorfosis, que se implanta su propio mioma para mantener el cuerpo “bajo la piel”. Cuentos como este confirman que el terror siempre se aproxima oblicuamente a un momento y un lugar, leemos en la reseña, y parece que hay cada vez menos diferencia entre muertos y vivos en el mundo de Enriquez. Que la incertidumbre del futuro, la desposesión del cuerpo y la incapacidad de un país de enterrar sus fantasmas (Argentina) llevan a cierta convivencia espectral.
En LA LECTURA, Hernán Migoya considera el nuevo libro de Enríquez “memorable”, “un gozoso viaje a las tinieblas para quienes irradian felicidad sintiendo el escozor del miedo”. Y al tratarse de una literatura que utiliza el género de terror como base de sus historias le lleva a preguntarse cómo es que Anagrama le ha abierto sus puertas: “No me entra en la cabeza: ¿Cómo ha conseguido Mariana Enríquez endosarle su obra a una editorial de literatura `seria´? No, no es que no lo merezca, por talento lo merece de sobras”, afirma, y revela que “debido a su éxito, en otra relevante editorial española me han comentado que durante dos o tres años buscarán incluir en su catálogo novedades del género terrorífico, pero solo escritas por mujeres. Literatura de doble género. Me parece bien, hay que aprovechar el tirón”.
Pues eso, narrar para conocernos, criticarnos, vender libros, el acontecimiento, que de eso se trata.
E. Huilson