El éxito tardó tres siglos en llegar
Aunque hay que huir de los tópicos en la medida de lo posible, de vez en cuando conviene citar algún refrán, si es que la ocasión así lo requiere y no hay otra forma de expresión más directa. En este caso, demos por bueno aquello de que nunca es tarde si la dicha es buena.
Resulta que Johann Pachelbel, un erudito músico, maestro, clavecinista y compositor, nacido en Núremberg en 1653 y fallecido en la misma ciudad alemana, entonces perteneciente al Sacro Imperio Romano Germánico, en 1706, compuso un sinfín de piezas sacras. Experimentó novedades de aquella época en las composiciones para coro y en la fuga, lo que le granjeó fama. Por su estudio pasaron cientos de estudiantes del centro y del sur de Alemania, algunos de ellos apellidados Bach. Tanta era la amistad que le unía a esa familia, que incluso asistió a la boda de Christoph, el hermano mayor de Johann Sebastian. Y como regalo de bodas, parece ser, sólo parece ser, pues no está demostrado históricamente, el compositor Pachelbel le regaló al novio una partitura: una chaconne de apenas tres minutos de duración, compuesta para tres violines y bajo continuo. Corría el año 1680.
Aquella partitura cayó en el más absoluto de los olvidos. El novio no debió valorarla lo suficiente, o vaya usted a saber lo que pasó. El caso es que la chaconne se perdió y nadie se acordó de ella durante cientos de años.
En el siglo XIX un musicólogo alemán la recuperó. Pero era una obra menor y apenas tenía recorrido. Pachelbel había escrito cosas mucho mejores. Vuelta al olvido.
Pero el cartero siempre llama dos veces (vaya, otro tópico) y el director de orquesta norteamericano Arthur Fiedler, nacido en Boston, conoció la partitura olvidada y decidió incorporarla a su repertorio tal y como la escribió el autor, con la misma cadencia e igual duración, unos tres minutos.
Y una vez más, la chaconne pasó sin pena ni gloria. Pachelbel seguía en el más absoluto de los olvidos. ¡Qué le vamos a hacer!
Casi tres décadas después, concretamente en 1968, otro director de orquesta, con la mosca detrás de la oreja (vamos a destripar el refranero como sigamos así), se hizo cargo de la partitura. Se trataba del francés Jean-François Paillard. Pero en esta ocasión, el músico galo hizo dos aportaciones a la obra: la primera, escribir variaciones sobre la partitura y la segunda, cambiar el ritmo de la pieza, bajando la cadencia y haciéndola lenta, lenta hasta casi irreconocible. De los tres minutos de la obra de Pachelbel hasta los siete de Paillard. ¡Qué éxito, señores! En 1970, las cadenas de radio comenzaron a programar esta versión que se hizo mundialmente popular en tan sólo unos meses bajo el título de Canon de Pachelbel.
Un canon es una composición en la que el primer violín construye una estrofa. Cuando ha finalizado y comienza la segunda, el segundo violín interpreta la primera estrofa. Cuando el primer violín acomete la tercera estrofa y el segundo violín da inicio a la segunda, se incorpora un tercer violín que empieza a interpretar la primera. Así, tocando unos sobre otros y siguiendo las directrices del bajo continuo, al final todos terminan al unísono creando una pieza extraordinariamente bella. Fue el único canon o chaconne que compuso Johann Pachelbel, a quien le llegó el reconocimiento y la fama tres siglos después de haber cogido papel pautado, una pluma de ganso y dar rienda suelta a sus dotes de gran compositor en el estudio de su Núremberg natal. Bueno, también hay que reconocer que el francés Paillard le echó una mano. Al césar lo que es del césar (¿otro refrán?).
Gabriel Sánchez
El Canon de Pachelbel, a cargo de músicos del Cuarteto de cuerda Stringspace:
Gabriel, me quito el sombrero con tu conocimiento y dominio musical. Muchas gracias