Semanario Cultural

Del poder de la literatura y la tentación de la escritura

Afirma George Saunders, en LA LECTURA, que “la literatura es el antídoto perfecto a las redes sociales” y, por tanto, una buena herramienta contra la polarización, pues mantiene con el lector una conversación larga y profunda que facilita que las posiciones se maticen: “La literatura es la forma más alta, más sublimada, de este tipo de conversación, hace que cada uno entre en la mente del otro (…) una buena historia puede hacerte entrar incluso en la mente del enemigo y descubrir sus razones. Humanizar al enemigo es algo que vemos cada vez menos en el mundo, y la literatura es la mejor manera de hacerlo”. Andrés Seoane, autor de la entrevista al escritor norteamericano, explica que en los cuentos de Saunders, del que se acaban de publicar un puñado de ellos bajo el título El día de la liberación, la política es algo inherente que se respira y se cuela en cada detalle. En los últimos se filtran los síntomas de “una sociedad en decadencia moral y espiritual y también cierta nostalgia por el proverbial optimismo estadounidense, por un capitalismo menos voraz y más humano”. Saunders vuelve a mostrar su talento, su capacidad para la sátira, la comedia y el absurdo sublime, concluye.

En ABRIL, Sergi Sánchez argumenta que la literatura de Saunders no es precisamente amable, “no solo porque sus personajes no lo sean –si lo son, es porque se autoengañan o están manipulados por instituciones de control que los transforman en marionetas–, sino también por la exigencia de su prosa, que parece sentirse tan cómoda construyendo retorcidas distopías performáticas a partir de la historia y la política estadounidenses como revirtiendo la vida cotidiana de las oficinas y los suburbios”. Del conjunto de estos cuentos destaca el primero (“casi una novela breve”), titulado El día de la liberación, del que dice que parece una versión poscapitalista, hechizada por el espíritu de la inteligencia artificial y el deepfake, de “Guerracivilandia en ruinas”. Reproduce la vida en un parque temático de las catacumbas de la conciencia que bien podría ser el séptimo círculo del infierno. “En esos espacios la explotación laboral y la maquinaria absolutista del capitalismo ponen en marcha un juego donde los humanos estamos condenados a vivir atados a nuestros avatares, a interpretar un rol con el que no nos identificamos”. 

La pesadilla del Km 101

La muerte del opositor ruso Alekséi Navalni nos ha devuelto a la actualidad de la represión/aniquilación del enemigo político en sistemas dictatoriales. Parece que la literatura quiso aliarse con la más caliente actualidad pues coincide este hecho con la publicación en España de la novela Kilómetro 101, de Maxim Ósipov. En la antigua Unión Soviética, el kilómetro 101 tenía un significado preciso que iba más allá de la distancia pues informaba del delito político, cuenta Eva Muñoz en CULTURA/S. Era así porque a los disidentes que habían sido condenados a campos de trabajo se les prohibía vivir después a menos de 101 kilómetros de cualquier gran ciudad.  A Tarusa, la localidad que inspira los relatos de su libro, se trasladó Ósipov, médico cardiólogo, para recuperar el trato directo con los pacientes. Y empezó a publicar ficción, ensayos y obras de teatro que lo han convertido en uno de los autores rusos de mayor proyección internacional. “Los relatos, que se nutren de su propia experiencia, ofrecen un retrato preciso e implacable de la Rusia contemporánea: las desigualdades profundas, la decadencia de un estado autoritario y burocratizado hasta la inoperancia y el absurdo, el nacionalismo, la violencia, el desánimo, la alargada sombra del pasado soviético… pero también la humanidad de la gente común”, explica Muñoz. En el cuento que da título al libro, “el protagonista, alter ego del autor, se debate entre el afecto que le provoca el carácter acogedor y solidario, de colaboración con el vecino, propio de la vida rural, con la pesadumbre y la irritación que le causan la sensación de que nada funciona correctamente, de que los capaces se han ido, el sufrimiento innecesario… Esa ambivalencia está presente en toda su narrativa y tiene su perfecto correlato en la naturaleza moral (¡que no moralista!) de su escritura: junto a su crudeza, sus relatos son de algún modo luminosos, una luz que parece emanar de su apego a la vida y al prójimo”.

En ABRIL, Luis M. Alonso cuenta como tras la invasión de Ucrania por parte de su país, Ósipov huyó de Rusia y cómo su estancia en Tarusa fue una especie de exilio interior, “lo suficientemente alejada del Kremlin como para haber servido, bajo el dominio soviético, de lugar de acogida de exprisioneros políticos y desafectos al régimen, todos aquellos seres a quienes solo se les permitía vivir a esa distancia de Moscú, en pequeñas ciudades rurales”. Relata Alonso como el bisabuelo del cardiólogo Ósipov fue encarcelado por participar en el complot de la conspiración contra Gorki; el Gobierno reprimió entonces con dureza a los médicos judíos. Tras su liberación, este antepasado del escritor eligió vivir en Tarusa, ciudad que se convirtió para Ósipov “en el observatorio ideal de la Rusia de nuestros días”, hasta que permanecer allí también le resultó insoportable. 

En sus relatos aborda cuestiones importantes de la vida moderna dentro y fuera de Rusia, con audacia estilística y a la vez cierta sutileza, leemos en la reseña: “El engaño, la presión política, la discriminación étnica, el primer impulso de emigrar y el miedo a abandonar el propio hogar, así como los conflictos generacionales, están entretejidos en sus relatos como en las propias existencias de los compañeros rusos del autor y, en algunos casos, las nuestras”. Y elogia el estilo del autor ruso, en el que pervive una deuda con la gran literatura rusa del siglo XIX; por momentos se percibe un salto hacia el modernismo y al absurdo. “La combinación de realismo agudo y refinamiento discreto, característico en su prosa, opera con eficacia para transmitir los males y la sintomática anestesia gris de la vida en la Rusia provincial, pasada y presente.” Ósipov describe un mundo de alcoholismo, violencia y apatía, hasta que da con lo que quizá sea el rasgo ruso más letal de todos: “la tolerancia de lo intolerable. La alternativa es emigrar, pero el exilio en Rusia no tiene retorno hasta que Vladímir Putin haya dejado de graznar y el país haya llevado a cabo los cambios suficientes; mientras tanto, al que regresa le espera un ajuste de cuentas”, concluye Alonso. Una historia que, como decíamos al principio, es imposible desvincular de la realidad actual. 

La literatura mantiene vivos a sus creadores

Lo recuerda Andrés Ibáñez en ABC CULTURAL con motivo de la reciente muerte del escritor serbio Goran Petrovic, que ha coincidido con la llegada a España de su libro Papel con marca de agua, en el que cuenta la historia de Giovanna II, reina de Nápoles, que se enamora de Pandolfello Piscopo “y decide conquistarle escribiéndole una carta de amor en un papel mágico que hace que lo que se escribe en él se cumpla. Es el papel, precisamente, el protagonista de esta extraordinaria novela, especialmente, el papel perfecto, único en el mundo, que se fabrica en Amalfi de acuerdo con unos procedimientos enormemente complejos que incluyen la personalidad, carácter e intención del cliente”, según el resumen que hace Ibáñez. Y de la reseña nos llamó la atención que nos recuerda que, si el escritor ha muerto, los libros están vivos: “A mi ejemplar de Papel con marca de agua, no le ha sucedido nada desde el pasado 26 de enero, triste fecha de fallecimiento del autor serbio más famoso de nuestros días. Sigue tan vivo, tan joven como siempre”. Y continúa el reseñista advirtiéndonos de que los obituarios son adeptos al panegírico, “pero no olvidemos que esto no es un cálido obituario, sino una fría crítica. ¡Qué trabajo tan desagradable, juzgar y poner en la balanza el trabajo de otros! Uno se siente a veces como el Hermes de una vieja vasija griega pesando el alma del individuo en cuestión, en una psicostasis o kerostasis que, desde luego (y por suerte, en muchos casos) no decidirá nada. Con todo esto quiero decir que Papel con marca de agua no es mi libro favorito de Petrovic”, para a continuación elogiar Atlas contado por el cielo, “un libro que nos maravilló en su aparición en 1993 y que tenía una magia, una poesía, una delicadeza tan rara que era imposible que se multiplicara muchas veces con tal perfección”. ¡Es la crítica, amigos!

Elogio de la crítica literaria

El guatemalteco Rodrigo Rey Rosa ha titulado su última novela Metempsicosis, el nombre bajo el que se conoce la doctrina religiosa y filosófica que defiende la transmigración de las almas de unos cuerpos, cuando estos mueren, a otros más o menos perfectos conforme a los merecimientos alcanzados en la vida anterior. Un título que ha llevado a Rodrigo Blanco Calderón, que firma la reseña del libro en ABC CULTURAL, a escribir que tiene “la sensación de que su autor nos ha entregado una historia que luce muy por debajo de lo que pudo ser su mejor versión”. Y resume la peripecia de la novela: relata el despertar de un escritor en la habitación de una clínica tras haber perdido la memoria. El personal médico le hace leer una serie de correos electrónicos escritos por una mujer, fragmentos de su propia existencia borrada y primeras luces para entender su situación. “Este comienzo pedregoso”, explica Blanco Calderón, “entre la conciencia alterada del protagonista y el recurso intertextual de los correos, marcará la pauta de una trama que nunca llegará a ser narración. A los cortos periodos de lucidez del escritor le sucederán nuevos materiales autógrafos para leer. En esta ocasión, una serie de cuadernos que han sido transcritos por un tal Rupert Ranke, escritor suizo, de quien el escritor guatemalteco a su vez ha traducido un libro, de manera fraudulenta. Todo muy confuso, como se puede apreciar”. No sólo confuso le parece al crítico, sino un punto irreal: “Sobre esta religión, como con respecto a todos los personajes y subtramas de la novela, queda la duda de su realidad dentro de la ficción. Es probable que una segunda lectura pudiera aclarar muchas de las confusiones que deja esta obra a primera vista. Sin embargo, ya se sabe, hay demasiados libros y la vida es una sola”.

Leer para escribir

En BABELIA, Rey Rosa responde a un breve cuestionario con motivo de la publicación de su novela y cuenta que le convirtieron en lector los libros de aventuras de Karl May, y en escritor, Ficciones de Borges. Aunque es archiconocida la frase del argentino en la que se declaraba estar más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito, no son pocos a los que el autor bonaerense llevó a la amarga tentación de la escritura. 

Escritos sobre la escritura titula su tema de portada EL CULTURAL, en el que se aborda la cuestión de si se puede enseñar a escribir, además de reseñar un puñado de libros de escritores famosos que publicaron sus reflexiones sobre la escritura, la propia y la ajena. Muy recomendables para aquellos que quieran lanzarse a ello, a someterse a esa “servidumbre libremente elegida que hace de sus víctimas unos esclavos “ (Vargas Llosa), dispuestos a “estar condenados a corregir” (Salter), pero a la vez corregir lo justo porque es preciso “no pulir demasiado; hay que ser desmañado y audaz (Chejov); y siempre tener en cuenta que “notoriedad y mediocridad suelen ser intercambiables” (Wharton), y todo ello para convertirse en el narrador que “derriba la casa de su vida para construir con las piedras la casa de su novela”, como sentenció el maestro Kundera. Piénsenlo y ¡allá ustedes!

                                                                                                                         E. Huilson 

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