Lo último del ‘estilo’ Fresán
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Defiende Rodrigo Fresán, bonaerense de nacimiento y afincado desde hace más de dos décadas en España, que “el escritor es consecuencia de un lector”, y que, si bien no todos los lectores escriben, “a algunas personas el acto de leer les activa la necesidad de escribir”. Lo afirmaba en una entrevista en ABC CULTURAL que citamos en nuestra anterior entrega. Esta semana, es en EL CULTURAL donde se publica entrevista con el escritor argentino (realizada por Jaime Cedillo) con motivo de la publicación de su última novela, El estilo de los elementos. Y reitera algunos de sus argumentos: “Yo ya tengo perfectamente claro cuál es mi tema: todos mis libros tratan sobre leer y escribir”. El que así sea puede llevar a pensar que siempre está escribiendo el mismo libro, una idea que no rechaza, pues le emparenta con los escritores que más le interesan: “Vila-Matas, Banville, Proust, Vonnegut, Cheever, Nabokov o Faulkner, siempre han hecho más o menos eso”.
La reseña de El estilo de los elementos la firma, en el mismo suplemento, Santos Sanz Villanueva. Califica la novela, de algo más de 700 páginas, de fábula imponente, pero advierte a los lectores que “no es un relato realista común sino una exigente parábola que abarca la realidad completa de la vida. Todo lo que cabe en el mundo, de lo empírico a los sueños y hasta la magia, entra en esta imponente fábula alegórica. De ahí que requiera empeño de lectura notable, amén de reclamar un lector muy particular, no el destinatario común que busca el relato de aventura”.
En BABELIA, en la reseña de Carlos Pardo, leemos el siguiente resumen del argumento: Land, el protagonista, es hijo de editores: “Sus padres quieren que sea escritor. Pero Land aborrece la idea: él quiere ser lector. En cierto sentido, toda obra literaria de cierta importancia la escribe un lector. Los lectores son contadores de vidas ajenas”. La historia se estructura en tres episodios de su vida: la infancia en Gran Ciudad I, la adolescencia en Gran Ciudad II y la escritura de este antimanual en Gran Ciudad III. “Dicho de otra manera, los años en que Land descubre la literatura (con la omnipresente Drácula) en un mundo coaccionado por sus padres y la intelectualidad de una probable Buenos Aires; el desarraigo adolescente en Caracas, donde Land se enamora de “Ella” (el modelo aquí es Licorice Pizza); y la escritura, ya en primera persona, y en una Barcelona de tendencia, de este cacofónico y sabio manual de escritura en tanto que lectura”, resume Pardo.
Fresán dedica su nueva novela a impugnar toda corrección y funcionalidad. Es un libro escrito contra ciertos maestros y, sobre todo, contra una época que publica novelas como quien fabrica bolsos en serie. “A lo cómodo Fresán le opone lo monstruoso, y lo primero que uno encuentra en El estilo de los elementos es una profusión de citas, digresiones y metaanálisis, un emborronamiento de los perfiles de su protagonista: ¿es una autobiografía en tercera persona?”, se pregunta el crítico, que piensa que con su reseña podría estar copiando la táctica de Fresán, “asustar al lector holgazán”, aunque confía en que quien la haya leído la crítica hasta el final intuirá el elogio que hace de El estilo de los elementos: “es una verdadera gozada, un libro escrito en un estado de rara inspiración, con uno de los arranques más hermosos de toda la obra de Fresán. Escrito a la contra y con una cierta rabia atlética: lo espolea aquello que coarta la libertad de su imaginación. ¡Durante más de 700 páginas!”
Un año de cuentos
Dice Fresán, en la citada entrevista, que el cuento fue “un género más importante que el de la novela” en la Argentina de los años 70, y cuando se le pregunta sobre la pujanza actual de las cuentistas latinoamericanas defiende que “siempre ha habido mujeres cuentistas en América Latina. Otra cosa es lo que el mercado español, que ahora es el centro de la industria editorial, haya decidido hacer en determinados momentos. La verdad es que no creo que se esté haciendo justicia”. ¡Ah, el mercado!
Seamos optimistas. Hay un puñado de razones que nos llevan a pensar que 2024 puede ser el año en el que los lectores españoles se acerquen más al cuento, algo poco habitual, pues parece ser según las cifras de ventas que no es género narrativo que apreciemos en la medida que merece, al que nos acercamos como si fuera un género menor. Además de esa falta de tradición lectora de cuentos, los motivos, como apuntaba Fresán, tienen más que ver con cuestiones comerciales, de venta y rentabilidad editorial, que con la excelencia literaria. El lector de cuentos, se suele decir, es un lector formado, ya que hablamos de un género complejo que no siempre la crítica, los libreros y los editores comprenden bien.
Una buen modo de acercarse al cuento puede ser leer los de Flannery O’Connor. La editorial Lumen acaba de publicar sus Cuentos completos. Leemos la reseña traducida para El CULTURAL, que firmó Alfred Kazin para la revista de libros del NYT, en la que elogia la capacidad literaria de O’Connor, que “era capaz de poner todo un personaje en una sola mirada, todo lo que tenía y sabía en una sola historia”. Se ha calificado a la norteamericana como la mejor escritora de su tiempo. Vivió solo 39 años, de 1925 a 1964, y “era un genio”, dice Kazin, que no nos distrae, no deja insinuaciones a desarrollar algún día, sino que “estaba toda en un relato tras otro, ocupando la mente y la vida entera de un personaje que estaba tan tenazmente en la página como si estuviera clavado en ella”.
Más cuentos que llegan. Se ha dicho de Antonio Gálvez Roncero, coetáneo de Vargas Llosa y Julio Ramón Ribeyro, que es el último cuentista peruano. Llega a las librerías su último libro con el enigmático título de Perro con poeta en la taberna, un volumen que recoge la novela corta que le da título (“una noveleta, su única novela que escribió a los 86 años, después de haber publicado cinco libros de cuentos”, escribe Adriana Bertorelli en LA LECTURA) así como su primera colección de relatos, Los ermitaños, y una tercera parte que consiste en una entrevista que le hizo Jorge Eslava sobre sus ideas literarias. Toda su obra está impregnada por un fino humor. En Perro con poeta… cuenta como un poeta limeño es invitado a un recital en un pueblo. No lleva la dirección del evento pues “espera que le salga a recibir una multitud ansiosa de escuchar sus versos”, lo que no ocurre. Al no saber dónde acudir y con “su inflamado ego hecho añicos” termina dando en una taberna con un acompañante de sonrisa enigmática: “El perro recobró la posición de cuatro patas y volvió a la mesa. Sentado frente a mí, llenó las copas (…) El perro trasegó el íntegro de su copa de un solo envío y lanzó un ¡ah! de satisfacción bastante largo, seguido de unos chasquidos que hizo con la jeta y la lengua”.
Efeméride de Kafka
¿Ayudará a promocionar la lectura de cuentos el recuerdo de Kafka? Porque este 2024 celebraremos el centenario de la muerte del escritor praguense. Se ha escrito que todos los cuentos, aunque puedan ser muy distintos unos de otros, se basan en dos tradiciones, o la de Chéjov, la mayoría, o en la de Poe, Kafka y Borges. Realista, la primera, y fantástica, la segunda, siguiendo un esquema un poco reduccionista.
Con motivo del centenario de la muerte de Kafka (falleció el 3 de junio de 1924) se esperan reediciones de su obra, de la que los cuentos o relatos breves son parte fundamental. Según adelanta en LA LECTURA Andrés Seoane, hasta seis editoriales, “y las que vendrán”, celebran al escritor en el centenario de su muerte, y ya se anuncia la publicación de sus Cuentos completos por parte de Páginas de Espuma. Otros sellos preparan la reedición de sus novelas, relatos y aforismos.
Argumentaba en los finales del pasado siglo el crítico norteamericano Harold Bloom que, desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. “Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no lo utilizáramos para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos”. Pues bien, 2024 nos invitará a leer a Kafka, o releer, y confirmar su actualidad, pues se trata de un clásico a fin de cuentas que leído con atención sigue reflejando nuestra sensibilidad actual, tal y como consideraba Azorín que debía hacer un clásico para serlo.
Y Padura cogió la pistola
No es habitual encontrar en las reseñas de novedades literarias críticas tan demoledoras como la que el escritor Leonardo Padura le dedica en BABELIA a la última novela de la afamada Fred Vargas, Sobre la losa, de la serie protagonizada por el comisario Adamsberg, una novela policiaca a la que no duda en tachar de “deshonesta”. Esto, dicho por Padura, autor también, entre otros géneros, de novela policiaca, un género que conoce bien, nos llamó la atención. De Sobre la losa ya reflejamos en este espacio cómo algunas reseñas (4-12-2023) señalaban deficiencias, por no decir incongruencias en el argumento, pero el oficio (¿o era el prestigio?) de Vargas parecía llevar a salvar el conjunto.
Padura no transige. Argumenta que “uno de los grandes beneficios de la condición posmoderna de que disfrutamos es la enorme libertad que nos ha concedido a los autores para utilizar los recursos, estructuras, conceptos del género para escribir literatura. O sea, para escapar de cualquier condicionamiento canónico y realizar ejercicios artísticos que, sin embargo, permitan una identificación con una forma más o menos reconocible, más o menos definida, en la que el lector encuentra la intención genérica del escritor”.
Pero no todo vale, viene a decir Padura, se deben respetar ciertos códigos muy generales entre los cuales está por encima de todos el respeto a la inteligencia del lector, esa cualidad que debe estar correspondida con la existencia de cierta honestidad, una definición de Raymond Chandler para enfrentar a las deshonestidades que consideraba más flagrantes, “como la de esconder información al lector o cerrarle los caminos hacia la comprensión de lo ocurrido con el truco de no revelar lo que piensa ese investigador cuyos pensamientos hemos seguido a lo largo de la novela”.
El hecho de que hoy esta narrativa tenga unas prerrogativas que amplían su libertad y facilitan su crecimiento estético y su proyección social –defiende Padura– no significa que los viejos problemas, ya advertidos por Chandler, de cómo entregar la información, cómo ser verosímil y el principio de la honestidad puedan ser desechados.
Cómo ha faltado Vargas a ese principio de honestidad. Padura lo resume así: En el comienzo de la historia, la escritora juega con ciertos tópicos de la novela gótica (fantasma cojo recorre la vieja villa de calles tenebrosas) para luego mover el timón hacia una clásica investigación de novela policial (con más asesinatos, pistas, y sospechosos) que al final terminará derivando en una historia gansteril, “hasta volver al redil del policiaco con una solución final al mejor estilo de Agatha Christie: ¡todo el tiempo habíamos tenido allí al asesino, delante de nuestros ojos!”
Padura considera estos cambios de género un ejercicio literario en el que Vargas exprime su libertad creadora, pero le reprocha que se juegue con la inteligencia del lector con métodos deshonestos: “Desde pistas falsas a personajes que se saca de la manga a cuestiones más alarmantes como los cambios de perspectivas narrativas, en las que se incluyen acciones y pensamientos del `hombre´ que es el asesino o episodios que envuelven a otros personajes de pronto enfocados, llegando al más grave: esas `ideas vagas´ que va acumulando el investigador, de espaldas al lector, para llegar a su genial descubrimiento final del asesino”.
Para sus novelas policiales (usando su terminología), Padura creó al detective Mario Conde al que podría haber pedido ayuda para espiar la última investigación de su homólogo Adamsberg. Que Vargas llame a éste para ver cómo vengarse ahora de Padura, desacreditando a Conde, por ejemplo, está por ver. Pero no lo descarten.
E. Huilson