Jorge Semprún: cien años de su nacimiento
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
Aunque desde ángulos distintos, LA LECTURA y EL CULTURAL coinciden esta semana en recordar la figura de Jorge Semprún, nacido el 10 de diciembre de 1923 por lo que el próximo domingo cumpliría cien años. Novelista y ensayista, autor de guiones de películas memorables, miembro de la Resistencia francesa contra la ocupación alemana, por lo que fue detenido por la Gestapo y deportado al campo de concentración de Buchenwald; agente clandestino del PCE enviado por la dirección al interior en 1953 expulsado después por discrepante. Y también ministro de Cultura en uno de los gobiernos del socialista Felipe González. En LA LECTURA, Elios Mendieta publica un artículo que recorre la transformación ideológica de Semprún estudiada a través de sus escritos. Su vida pública es la peripecia modélica del intelectual comprometido del siglo XX, un “Proust del compromiso y de la Revolución”, como titula su reportaje en EL CULTURAL Soledad Maura, prima suya y autora de Ida y vuelta. La vida de Jorge Semprún. Era muy joven, 19 años, cuando fue detenido y llevado al campo de Buchenwald, aunque “a muchos se les ha quedado la imagen de un Semprún mayor, o de un prisionero de campo nazi curtido y con gran experiencia política”. De aquella experiencia saldría su primera novela autobiográfica, El largo viaje, que ganó en 1964 el Premio Formentor. Cita Maura cual sería desde entonces para el novelista Semprún la relación con la literatura: “Desde El largo viaje he utilizado siempre la ficción, a veces a modo de atajo, a veces para dotar a las cosas de un punto de vista mayor de intensidad, y otras veces porque simplemente no había otra opción”.
Después de la experiencia del internamiento en el campo nazi, una vez liberado, su activismo político lo llevará de nuevo a España, al objetivo de “recuperar la República”. Y será el PCE, donde militará una larga década, hasta 1964, el vehículo elegido. En esa fecha fue expulsado junto a Fernando Claudín, por defender tesis diferentes a la dirección que dirigían Pasionaria y Carrillo (un giro hacia posiciones más cercanas a la socialdemocracia). Ya antes le habían apartado de sus responsabilidades en el interior, donde se había convertido en el agente comunista clandestino más buscado por la policía franquista, operando bajo el nombre de Federico Sánchez. Un alias de guerra que pasó a la posteridad por dos de sus novelas: Autobiografía de Federico Sánchez (Premio Planeta en 1977) y Federico Sánchez se despide de ustedes, en el que narra su experiencia como ministro del gobierno de España.
Volver la vista atrás hacia este relato con el que Semprún se despide de España es, cuando menos, una experiencia estimulante para la memoria política de este país, y un vivo ejemplo de cómo en el presente reverberan los fuegos de ese no tan lejano pasado.
Cuando Guerra llegaba el primero al Consejo de Ministros
Entre las muchas escenas que relata Semprún, especialmente ácidas, o socarronas, son las que dedica al entonces poderoso vicepresidente del gobierno: “Lo que estaba claro es que Alfonso Guerra se dedicaba a representar: hacía el papel de un hombre de Estado estudioso y severo. Tenía esa pose. Confundía en suma el Consejo de ministros con alguna de las compañías de teatro universitario que había dirigido en su loca juventud”. Y cuenta como se rodeaba de dosieres y libros para esas escenificaciones de los viernes, cuando se reunía el Consejo de ministros, al que acudía el primero: “Guerra colocaba ostensiblemente en el brazo de la butaca un libro abierto y vuelto al revés, de manera que pudiera leerse el título. Nunca era una obra de ficción (…) tenía una predilección sistemática por los pequeños volúmenes de la colección científica (…) de Tusquets Editores”.
Las escenas que cuenta sobre la puesta en escena de Guerra no tienen desperdicio. No sin razón, este libro-despedida de Semprún se leyó en su momento como un “ajuste de cuentas» del autor con el todopoderoso vicepresidente, del que realiza un retrato vitriólico que concluye con un diagnóstico un tanto freudiano, pues le achaca una vanidad infantil, desenfrenada, trufada de megalomanía.
No sale tampoco bien parado Enrique Múgica, a quien conoció cuando ambos eran camaradas en el PCE, al que observa, ya como ministro socialista, haberse fundido “en el molde del aparato guerrista, en el cual un discurso populista de izquierdas permitía adornar y ocultar una práctica autoritaria y clientelar, desprovista de principios estratégicos y éticos, pero suministradora de puestos y prebendas”. Por el contrario, tiene palabras de elogio hacia Francisco Fernández Ordóñez, a quien veía, en relación con Guerra, “en los antípodas de este. No fingía ser culto, sino que lo era de verdad, sin ostentación ni presunción”.
Por su parte, el cineasta y escritor Manuel Gutiérrez Aragón recuerda en un artículo en el mismo suplemento cómo conoció a “Federico Sánchez”. Fue en una reunión clandestina del PCE: “El último en aparecer fue el enviado de la dirección, que pronto cautivó a los presentes como no lo había hecho antes dirigente alguno. Sobrio, moderno, sin retórica revolucionaria”. Y cuenta cómo fue Sánchez Dragó quien tiempo después le avisó de que el autor de la novela en francés Le long voyage “era nuestro Federico Sánchez, ahora Jorge Semprún. Rafael Chirbes no pudo contenerse: `estos Maura –Jorge Semprún era Maura de segundo apellido– siempre están al mando: en la oposición, en el gobierno o donde haga falta´. Y el juez Auger, íntimo amigo de Pradera y del mismo Semprún, avisaba, con sorna: No hay ningún excomunista bueno”, en pleno debate aún de su expulsión.
Fred Vargas: nueva entrega del comisario Adamsberg
Después de seis años de espera, los seguidores del comisario Adamsberg pueden volver a disfrutar de las andanzas de este atípico policía parisino, creado por Fred Vargas (seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau), considerada la “Reina de la novela negra europea”. En su reseña para ABRIL, Marta Marne escribe de Sobre la losa: “ya desde las primeras páginas tenemos un crimen por resolver y Ademsberg se traslada al ficticio pueblo de Louviec para tratar de ayudar a solucionarlo. Todo el arranque tiene un aire de cuento medieval: un cojo recorre cada noche las escaleras del castillo de Combourg y se pasea por Louviec (…) tras 14 años de ausencia, ha vuelto a hacer acto de presencia justo cuando alguien es asesinado”. Es el crimen que justifica la presencia del comisario en el pueblo. En EL CULTURAL, Lourdes Ventura cuenta que la creación de este personaje, “que va más allá de la de los patrones de la novela policiaca, es la baza de Fred Vargas para, sin dejar de brindar ficción detectivesca de calidad, ofrecer, con cierta ironía, una representación de las sociedades modernas, sus manías, y naturalmente, sus psicopatías asesinas”. No obstante, en la reseña de Sobre la losa que firma en ABC CULTURAL Marina Sanmartín, esta considera que en esta última entrega de la serie del conocido comisario “la narración se deja caer sin red en el delirio y se transforma, provocando, al principio, el más absoluto desconcierto y, a continuación, un asombro ingenuo, con el poder de devolvernos la magia que experimentan, al escucharlas, los que no han asistido aún al relato de demasiadas historias”. Pero aun así y a pesar de no ser Sobre la losa tan perfecta académicamente como su antecesora, Cuando sale la reclusa, invita a su lectura por ser merecedora de toda nuestra atención.
Una historia heavy
La Armada Invencible es el título de la última novela del periodista cultural y escritor mexicano Antonio Ortuño, una narración sobre un grupo de heavy metal que fracasó en Guadalajara (México) y, veinte años después de su disolución decide reagruparse y subirse de nuevo a los escenarios. En la reseña que firma Ricardo Cayuela Gally en LA LECTURA explica que Ortuño conoce bien ese mundo por su experiencia como baterista de un grupo de rock análogo al de la novela: “el rock pesado es la última rebeldía del mundo urbano, que sigue asustando las buenas conciencias (…) para Ortuño el rock pesado incluye una estética y una ética, empezando por el volumen y por las letras oscuras, réplicas al monotema amoroso del resto de la música popular”.
Hay una especial atención a los lugares que recorre la novela, “de atmósfera postapocalíptica”: garajes destartalados, bares donde comer nachos con queso de color “amarillo radiactivo”. Transcurre en la ciudad mexicana de Guadalajara, “ciudad conservadora y mojigata”, habitada por “seres adocenados, con matrimonios aburridos, familias separadas y trabajos precarios; cautivos de la homofobia, el racismo latente y el abuso laboral”.
En EL CULTURAL, Lourdes Ventura escribe una reseña algo menos entusiasta sobre La Armada Invencible, que además de dar título a la novela es también el nombre del grupo de rock. “Lo mejor de la novela”, escribe Ventura, “es el interés por comparar a los personajes en dos etapas de la vida y por mostrar la evolución que experimentan desde lo que querían ser de jóvenes y lo que imaginaban que serían, hasta lo que realmente son tras una biografía llena de fracasos. La obra, sin embargo, no profundiza en lo que efectivamente supone el paso del tiempo sobre los individuos y se queda en lo superficial”. También señala como otro defecto la superabundancia de términos malsonantes, de voces de jerga, de palabras y usos propios de la lengua hablada en México que dificultan la comprensión a quien desconoce dichos términos. Tampoco le gusta a la reseñista las repetidas “referencias a la vida crápula y licenciosa de los músicos de heavy…”. Esto lo ve de modo distinto Cayuela Gally en el cierre de su reseña: “Ortuño ratifica con esta novela que es un maestro del realismo sucio, que extrae belleza en la vulgaridad (…) y por eso los muertos vivientes de sus personajes, con mal sexo, mucho alcohol barato, poca intimidad, ninguna belleza estética y cardiogramas planos, solo reviven al clamor de un requinto de guitarra eléctrica distorsionado por mil amplificadores. No apta para estetas ni exquisitos”.
Y también es La Armada Invencible un homenaje erudito a los mitos fundacionales del heavy metal: Black Sabbath, Metallica, Megadeth.
De eso va la novela de Ortuño: de dar ¡larga vida al rock and roll!
E. Huilson