Semanario Cultural

25 años de EL CULTURAL y el regreso de Iris Murdoch

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS

En un reportaje sobre la función de los suplementos culturales de los periódicos publicado por la revista Letras Libres hace algo más de un año, el periodista cultural Llàtzer Moix, de CULTURAS, el suplemento de La Vanguardia, defendía que “un suplemento cultural vinculado a un medio de información general no puede cerrar los ojos ante la oferta de la industria cultural, pero está obligado a filtrarla, valorarla, jerarquizarla. Debe hallar el modo, en paralelo, de detectar y definir las nuevas tendencias. Debe por tanto ser un reflejo elaborado de la realidad tangible y, en la medida de lo posible, también un reflejo de la realidad que se está conformando y todavía no se ha manifestado en toda su plenitud”. Es una definición que puede concitar un alto consenso. Que los suplementos que cada semana llegan actualmente a los kioscos cumplan con esa premisa ya es otro cantar. Cada uno tendrá su opinión sobre si las novedades que cada semana nos ofrecen unos y otros se ciñen más o menos a los intereses de la industria o a la de los lectores. Aunque seguramente lo que abunde sea “una cierta irregularidad” en el cumplimiento de esa recomendación, en ese velar por la independencia de criterio frente a las fuerzas del mercado.

Sirvan estos párrafos para contextualizar un importante aniversario: El suplemento EL CULTURAL cumple estos días 25 años de existencia y para festejarlo la empresa ha “tirado la casa por la ventana” poniendo a la venta, por su precio habitual, “dos euritos de na«, un ejemplar de 164 páginas; con un extenso despliegue para reseñar lo más destacado que ha ocurrido en la cultura española durante este tiempo, tanto en el panorama literario como en el resto de las artes que semanalmente tienen cabida en la revista. Encontrarán resúmenes por sectores artísticos, nombres destacados, títulos de libros, películas y exposiciones, y reconocidas firmas reflexionando sobre las distintas artes, amén de los artículos conmemorativos correspondientes de su fundador y sucesivos directores, Anson, Berasategui e Hidalgo.

Nació EL CULTURAL de la mano del periodista y académico Luis María Anson, con Blanca Berasategui en la dirección, en 1998, coincidiendo con la salida a los kioscos del diario La Razón, periódico también fundado por Anson tras abandonar ABC, periódico del que fue director catorce años. El periódico conservador dejó de ser “el verdadero ABC”, en expresión acuñada por el propio Anson para diferenciarlo del actual, una vez que él abandonó la dirección (o la dirección le abandonó a él), y buena parte del equipo de su suplemento cultural pasó al del diario La Razón. No terminaría ahí el periplo. Antes de cumplir un año de existencia, sería El Mundo el nuevo “hogar” del suplemento… y el de los artículos del propio Anson. Ahí se mantuvo más de dos décadas, hasta que, en enero de 2022, y tras la ruptura del correspondiente acuerdo, El Mundo lanza su propio suplemento: LA LECTURA. Se había anunciado meses antes y cuentan las crónicas que, al conocerse el desacuerdo, hubo varias ofertas, entre ellas una de La Razón, pero fue la del diario digital El Español, de Pedro J. Ramírez, la elegida y ese fue su nuevo destino. Y ahí sigue, por ahora. En la actualidad, además de venderse con el digital, se puede adquirir por separado, en papel, cada viernes en los kioscos. 

Imposible en este espacio hacer mención al conjunto de artículos que encontramos en dicho número conmemorativo, por lo que nos hemos centrado en aquellos que nos son más afines a estas páginas, los literarios, y principalmente los relacionados con el género novelístico.

Por ejemplo, el que firma Enrique Vila-Matas bajo el título “Epifanía en Tunquén”, donde narra como en ese lugar de Chile, frente al Pacífico Sur, hace casi un cuarto de siglo, compuso el inicio de una nueva novela: “A finales del siglo XX, el joven Montano, que acababa de publicar su peligrosa novela sobre los escritores que renuncian a escribir…”. Es el comienzo de El mal de Montano, que escribiría bajo el peso del reconocimiento que había obtenido con Bartleby y compañía, y que le iba a consolidar como uno de los novelistas más destacados, y originales, de su generación. Con la ironía que le es característica, nos habla Vila-Matas del dilema a que se enfrentó en Tunquén y que en cierto modo define la evolución de su poética: “si quería ser coherente con lo que en el fondo había propuesto en el libro (en Bartleby…) convenía que renunciara a seguir escribiendo. El dilema de Tunquén podía sintetizarse así: o me incorporaba al sonámbulo mundo de los `ágrafos trágicos´, o me desplazaba al territorio radicalmente opuesto, aquél en el que dominaba una pasión extrema por `vivir en literatura´, por pasarse al territorio de la angustia excesiva del espíritu por nada. (…) Al día siguiente resolví el dilema al optar por continuar la frase de aquel inicio de El mal de Montano. Empecé allí mismo a poner en marcha el que ha sido el ritmo de mis dudas y de la continuidad de mi escritura en estos veinte años últimos y me ha dejado ante las puertas de Montevideo, novela hoy vista como un puente de unión entre dos continentes y sus culturas, tal como ya sucediera, dos décadas antes con El mal de Montano.” 

Un pasado con Cela, Lindo y Landero

Otro de los artículos que nos llamó la atención es el que firma uno de los críticos de referencia de EL CULTURAL, Santos Sanz Villanueva, dedicado a Camilo José Cela, al que trata de situar en el justo lugar que merece en el canon literario de la novelística española del siglo XX, desbrozando entre la imagen del hombre público “impertinente, prepotente, dado a escandalizar a una clase media pacata”, con el fin de recuperar al autor que,  hasta sus detractores futuros, habían considerado un maestro, “y el teórico más influyente de aquél tiempo, el Hamelin de la crítica, José María Castellet, lo proclamaba el novelista más importante de posguerra, el que había sacado a nuestra narrativa de la decadencia y ofrecía el modelo novelesco de obligado cumplimiento”.

También reunió la revista para su celebración a un coloquio a Elvira Lindo y Luis Landero, del que entresaca Nuria Azancot estas dos frases: “A veces pienso que ahora se publican demasiados libros, pero al menos se ha impuesto la voz de las mujeres” (Lindo). “Persigo el mismo sueño inalcanzable que hace 25 años, dar lo mejor de mí mismo en cada frase que escribo” (Landero).

América: política, magia, y horror  

De ello habla la argentina Mariana Enríquez, la autora de Nuestra parte de la noche (si aún no lo han hecho, léanla, no tarden) que en su artículo cuenta como para escribir sus historias, que unen la magia, la política y el horror, se siente acompañada “por una generación de escritores argentinos que crecieron durante o después de la dictadura. Todos decidimos contar la historia de nuestras vidas atravesadas por infancias inestables y llenas de miedo…”.

Y en el recuerdo, Gabriel García Márquez. En un artículo que firma Nadal Suau, viene este a preguntarse por la actualidad del escritor colombiano, e intuye que “al autor de El otoño del patriarca le sucede algo parecido a Cortázar, lo mismo que podría sucederle a Bolaño: tras una identificación mítica e inaugural con varias generaciones a cuyos imaginarios juveniles dio forma, la verosimilitud y la nostalgia de aquellos relatos romantizados colapsan hasta sonar ingenuos. Hay algo injusto en el giro, pero también lucidez: desligados emocionalmente de la obra, los nuevos lectores detectan los aliños coyunturales que contribuyeron al éxito icónico”.

Y no podía faltar en este repaso parcial de los artículos que conmemoran estos 25 años de EL CULTURAL una mirada a lo que escribe su columnista habitual, Ignacio Echevarría, que dedica su texto a recordar a Rafael Sánchez Ferlosio, a quien bien conoce como editor de su obra ensayística. Defiende la actualidad, y lamenta la ausencia, del autor de El Jarama: “ya se ocupara de asuntos de la actualidad nacional o internacional, ya de política o de cultura, Ferlosio, nunca previsible, siempre radicalmente independiente, tendía a cambiar el marco establecido de la discusión, el modo rutinario de entablarla, con lo que volcaba luces nuevas sobre las materias a menudo vitriólicas que abordaba. Lo hacía con obstinado rigor, con un uso responsable de las palabras, que se echa muy especialmente en falta en estos tiempos verborreicos y mendaces”.

Y cerramos, por no alargarnos más en este reconocimiento al cumpleaños de EL CULTURAL, citando el artículo que Manuel Barrios dedica a George Steiner, al que califica como “el último intelectual del humanismo europeo”, quien empleó la crítica literaria como “medio idóneo para desafiar a su tiempo con cuestiones esenciales, esas que, aún sin respuesta taxativa, es inevitable plantear: el sentido de la existencia, del mal, la belleza o la huella de lo divino en el mundo”.

Vuelve Murdoch, una novelista imprescindible

Se acaba de publicar un nueva traducción de Una cabeza cercenada, la quinta novela que escribiera Iris Murdoch, de la que se hacen eco en sus páginas ABRIL y ABC CULTURAL. En este último, Rodrigo Fresán hace alusión a los admiradores de la escritora, nacida en Dublín, pero que vivió la mayor parte de su vida en Londres, pues  “saben muy bien que entrar en un libro de Iris Murdoch no sólo es entrar en un endiablado a la vez que angelical juego que incluye altas y bajas pasiones a vertiginoso ritmo de una comedia de costumbres, sino también a todo un entramado en el que la filosofía sin tiempo se funde elegantemente con lo más sublime del teatro isabelino y de la Restauración. Es decir, en lo de Murdoch suceden muchas cosas porque, antes y después, se piensan y se reflexionan muchas otras”. Y asegura que en esta novela Murdoch vuelve a ser una especie de cruce (“cruza”, utiliza Fresán) entre “científica loca, ajedrecista implacable y directora de escena siempre dispuesta a divertirse primero y, enseguida, divertirnos con la alquimia de movedizas arenas a las que suele someter siempre a sus sufridas pero, a la vez, curiosamente alegres criaturas”.

Una cabeza cercenada, según escribe en su reseña para ABRIL M.S. Suárez Lafuente “es un estudio de las posibilidades del amor, desarrolladas estas en una red de relaciones que implica, en este caso, solo a seis personas de la burguesía londinense de la posguerra, con demasiado dinero y demasiado tiempo de ocio en sus manos, lo que les permite dejarse arrastrar por ensoñaciones que enmascaran la verdad con pretensiones de sinceridad”. La historia cuenta como un hombre de buena posición, Martin Lynch-Gibbon, que es el propio narrador en la novela, al regresar a casa con su esposa, después de haber pasado unas horas con una amante, aquella le abandona. Y entonces “la vida muelle de Martin se complica; el abandono súbito de la esposa le expone a las posibles exigencias de la amante y, aterrado ante la pérdida de su comodidad, se apresura a concluir que en realidad no quiere a ninguna. Pero Murdoch no lo deja libre tan fácilmente y pronto Martin vive una tormenta de emociones en torno a su propia autoestima, por lo que se ve atrapado en las idas y venidas de las razones amorosas de su círculo vital, manifestadas en infidelidades, adulterios, incesto, borracheras e intentos de suicidio”.

De la alta estima que tenemos en el Patio a Murdoch ya hemos dado alguna muestra en entregas anteriores. Álvaro Pombo escribió en su día un prólogo para una de las novelas publicadas en España de la irlandesa, Amigos y amantes, que refleja bien cómo para algunos de sus lectores sirve de guía para conocer la Inglaterra de su tiempo. Escribía Pombo, que vivió una buena temporada en Londres, que las novelas de Iris Murdoch “fueron su manera más directa de entrar a formar parte, al menos como lector, de la vida inglesa (…) Lo que de hecho estoy diciendo es, lo reconozco, un tanto absurdo: estoy diciendo que mi conocimiento de la Inglaterra real de aquel momento se produjo, en gran medida, a través de y por analogía con la lectura de la obra de ficción de Iris Murdoch. Supongo que como heredera de lo que Leavis denominó `The Great Tradition´ de la narrativa inglesa (que es una tradición realista), Iris Murdoch fue capaz de combinar en sus relatos, en sus personajes, una precisa tipología social junto con una considerable dosis de individualización. Supongo que el talento para mezclar ambas cosas es, sólo en parte, consciente. El trazado de caracteres —que a mí me parece una de las grandes tareas del novelista— tiene que combinar con gran finura lo identificable, lo tipificado, con lo singular de esa imitación de los universales concretos que somos los seres humanos individualmente considerados”. Palabra de Pombo que rescatamos para recomendarles que lean a Murdoch.

Hay otras muchas novedades reseñadas esta semana (siempre las hay) pero nuestro espacio es reducido y nuestra admiración por Iris tan desbordante…

                                                                                                   E. Huilson

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