Relatos con música

Chopin, el necrófilo

Cuando el compositor se acerca al piano, tiene la partitura en blanco y un lápiz en su mano, todos pensamos que va a reflejar sus sentimientos más íntimos en las notas que va a ir desgranando por el pentagrama. Y así es. Depende de su estado de ánimo, el momento de la composición, el entorno, la escuela de la que procede… En fin, una serie de características que hace que la obra que tiene en mente pronto comience a escucharse y a sentirse, que es lo importante,

Frédéric Chopin tenía las mejores cualidades para la composición de obras de piano, aunque muchas de ellas hayan sido orquestadas. El polaco tenía una excelente reputación como improvisador y como gran ejecutante que destacaba su cualidad lírica de delicadeza notable en su toque y, desde luego, la sutileza de sus dinámicos matices a partir de una técnica impecable y su innovador manejo del pedal.

Ya en el conservatorio de Varsovia, donde inició sus primeros estudios de música, el joven Chopin destacaba. Y compuso una obra que, para sorpresa de todos, destilaba tristeza, melancolía, aunque de sus notas también fluía pasión. Era nada más y nada menos que una Marcha Fúnebre. El estudiante tenía tan sólo 17 años y ya estaba dialogando con la muerte, algo impensable en un joven de su edad. 

Todos los compositores suelen ser ardientes defensores de la vida, la naturaleza, el valor de la creación, la esencia del ser humano. Tratan con lirismo los aspectos más recónditos del alma. El romanticismo, movimiento al que pertenece Chopin, trata de transmitir, a través de las notas, pasión, alegría, excitación… Es un movimiento apasionado por la vida, con sus altibajos. En ese momento, el hombre debe recurrir a un estado de ánimo triste. Pero la muerte, así de cruel…

Pero Chopin no se podía quitar la idea de la cabeza. E insistió. En 1837 compuso otra Marcha Fúnebre, la que es conocida popularmente y es utilizada con frecuencia en multitud de espectáculos, ya sean serios o divertidos, parodias o comedias. Concebida como un minueto clásico es una obra grave y solemne que evoca la muerte, pero también la trascendencia de la vida. Tiene una lógica dramática así como un salvaje y trágico final. Su utilización en multitud de desfiles, actos solemnes y funerales ha popularizado esta pieza. Pero su valor y calidad no se queda sólo en la despedida a los que abandonan este mundo. Dos años después de su composición, en 1839, Chopin la incluyó como parte de sus Sonata número 2 en si bemol mayor, concretamente en su tercer movimiento.

¿Y qué pasó con la primer Marcha, aquella compuesta en el conservatorio de Varsovia a tan temprana edad? Chopin, que era un perfeccionista y no dada nada por concluido hasta que no había revisado y corregido la partitura unas cuantas veces, consideró que su  Marcha de estudiante no era perfecta y la guardó en un cajón. En 1855, ya fallecido el compositor, sus deudos encontraron la partitura y la dieron a conocer. Esta obra fue estrenada en Berlín ese mismo año y catalogada con el Opus 72.

Chopin murió a los 39 años de edad. ¡Pobre! iba buscando la muerte desde los 17 años y la homenajeaba con sus composiciones fúnebres.

Gabriel Sánchez

Versión de la primera Marcha Fúnebre op 72 creada por Chopin a los 17 años, interpretada al piano por Idil Biret:

Y aquí, la violonchelista belga Camille Thomas interpreta la Marcha fúnebre Sonata No 2, que el autor compuso en 1837:

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