Szpilman, el pianista
Todos los días, al caer la tarde, me acerco hasta la Krakowkie Przdemieście y entro en la iglesia de la Santa Cruz. Está cerca de casa y, aunque no soy católico, me gusta el templo, la paz que allí se respira, el silencio. Llego hasta el banco más cercano a la columna, a mi columna y rezo una oración a mi manera. Es el homenaje que tributo a quien me devolvió a la vida, a quien me cinceló para ser lo que fui y lo que aún, viejo y consciente de que me estoy apagando como una de las velas que custodian el altar, sigo siendo. En mi columna hay una lápida con esta inscripción que leo a diario: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Mi corazón y el de Chopin juntos, unidos por ese cordón que jamás me separó de él, incluso en los momentos en los que pensé que la vida se me escapaba por el sumidero de una cloaca.
Y en ese banco, en silencio, bajo la protección del corazón de Chopin, recuerdo. Mis primeros años en Sosnowiec, que allá por 1911 era territorio ruso. Siempre ha habido un inusitado interés de nuestros vecinos por hacerse con una parte de nuestro territorio. Primero los rusos, después los alemanes y, al final, los soviéticos, que son iguales que los rusos, pero con más carga ideológica. Fue mi madre, Esther, quien me inició en el piano y en 1930 ya era alumno del conservatorio de Varsovia. Y luego Berlín, donde estudié composición en la Academia de Artes. Amaba Berlín, sus gentes, su ambiente, su cultura, sus teatrillos callejeros, sus cafés cantantes, siempre atiborrados de alborotadores más pendientes del vecino de al lado para organizar la gresca que de la música que se interpretaba en el escenario. ¡Cómo iba a pensar yo que la gresca iba a adquirir proporciones tan desmesuradas con el paso de los años! ¡Y cómo podría yo imaginar que aquellos que me acogieron con sincera solidaridad y afecto iban a destruir mi país poco tiempo después!
De vuelta a Varsovia en 1933 firmé un contrato con la Polskie Radio. Mi trabajo consistía en alimentar el canal radiofónico dedicado exclusivamente a la música con piezas de grandes compositores y composiciones propias, basadas en el folklore polaco. Como única herramienta de trabajo, un piano dentro de un estudio que, a primera vista, me pareció demasiado grande. Nunca había trabajado en una emisora de radio.
La mañana del 1 de septiembre de 1939 estaba interpretando en directo el Nocturno Póstumo en Do sostenido menor de Chopin cuando escuché un ruido extraño que procedía del exterior de los estudios. Se trataba de aviones, muchos aviones que volaban por encima de las calles de Varsovia. No me dio tiempo a reaccionar: una bomba cayó en la sede de la emisora. La programación se interrumpió. A partir de ahí, la historia, mi historia se conoce de sobra.
No podía dejar pasar la oportunidad de contar mi experiencia, que es casi tanto como decir la experiencia de la ciudad de Varsovia, para conocimiento de las generaciones posteriores. Liberado el país, estabilizada mi vida, lo que me quedaba de vida, me puse delante de un espejo y traté de recordar, de denunciar, de maldecir y de agradecer también. El libro lo titulé Muerte de una ciudad y en él narraba mi perra vida durante cinco años. No pasó la censura comunista.
Pero mi vida no podía quedar arrinconaba ni morir en un cajón. Junto al violinista Bronislaw Gimpel fundé en 1963 un quinteto de música de cámara. Ese mismo año fui nombrado director de la Polskie Radio, la emisora que me acogió en mis inicios. El día de mi toma de posesión, me dirigí al estudio, me senté frente al piano e interpreté el Nocturno Póstumo en Do sostenido menor de Chopin, la misma pieza que tuve que interrumpir 24 años antes en ese mismo estudio. Con el quinteto de música de cámara realicé varias giras en las que interpretamos algunas de las 500 piezas que compuse a lo largo de mi carrera. En 1986 decidí apartarme de las giras y de las actuaciones en directo. La edad me estaba pasando factura y no quería defraudar al público que acudía a escuchar mis conciertos.
Y ahora aquí, sentado en el banco más próximo al corazón de Chopin, recuerdo y recuerdo. Y me viene a la memoria –no lo olvidaré jamás— el nombre de aquel oficial del ejército alemán que me ayudó en los días previos a la caída de Varsovia. Se llamaba Wilm Hosenfeld y era un hombre culto, heroico y bondadoso. Mis memorias fueron censuradas en 1945 porque en aquella época no era posible hablar bien de un soldado alemán.
Hubo que esperar hasta 1998 cuando mi libro, cuyo título original había sido sustituido por el de El pianista vio la luz. Primero en Gran Bretaña, después en el mundo entero. Hay quien considera mis memorias como un tesoro. Y yo lo doy por bueno, porque donde está tu tesoro, está tu corazón.
NOTA: Wladyslaw Szpilman murió en Varsovia el día 6 de julio de 2000. Su hijo Andrzej cedió a una casa de subastas los únicos objetos de valor que conservaba de su padre en el momento de su muerte: un reloj de bolsillo y una pluma.
Gabriel Sánchez
Szpilman interpreta Nocturno en Do sostenido menor de Chopin, la misma pieza que tocaba el 1 de septiembre de 1939. Grabado en Varsovia en 1997: