Premio a las palabras del silencio
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS
“Para mí, este premio no es solo la recompensa por una obra. Es un ejercicio espiritual que está siendo reconocido. Se ha percibido y reconocido una manera de vivir, algo extrema, salvaje y libresca a la vez, apartada de todos, sin un día festivo desde hace más de cincuenta años. Gracias”. Con estas palabras cerraba el escritor francés Pascal Quignard su discurso de agradecimiento por la concesión del Premio Formentor de las Letras. El acto se celebró el pasado viernes en Canfranc, en el Pirineo Aragonés, y para acudir a recogerlo Quignard hubo de abandonar su retiro en el campo, adonde se fue a vivir en 1994, dejando atrás París, su trabajo como secretario general de la editorial Gallimard y la dirección del Festival de Ópera Barroca de Versalles; porque, además de escritor, Quignard es también músico. Ya solo toca el piano, pues la artrosis le impide hacerlo con el violín. Se lo comentaba a Alberto Ojeda, en la entrevista que firma en EL CULTURAL con motivo de la recepción del premio. A partir de esa renuncia, escribe Ojeda, “su obra, poliforme y polifónica, refinada y culturalista, eclosionó. Hoy atesora ya más de una setentena de títulos, con hitos como Todas las mañanas del mundo (…) Madrugador pertinaz y enamorado del alba, Quignard es sin duda uno de los grandes santones de las letras galas, aunque él prefiera ser identificado con un cartujo desprendido…”.
Pero lo cierto es que este escritor francés es apenas leído en España. Se lamentaba de ello (¡hace ya más de veinte años!) el gran crítico Rafael Conte: “Voy a decirlo –más bien repetirlo, pues no es la primera vez que lo digo– de la manera más clara y contundente que pueda: Pascal Quignard, dejando aparte viejas glorias supervivientes, es el mejor escritor francés de hoy. Quizá demasiado bueno para la universal rebaja cultural que la literatura padece en el mundo entero”.
Leyendo sus respuestas en las entrevistas que esta semana publican EL CULTURAL y LA LECTURA, percibes que estás ante un escritor radicalmente diferente, profundo y apartado…
Leamos algunas de ellas: “Me encanta el mundo contemporáneo y sus recientes maravillas: la arqueología, la etnología, el psicoanálisis, el acceso a todas las imágenes, las grabaciones en sublimes discos… Son las asociaciones, las naciones, los grupos, los movimientos lo que me resulta insoportable. Es un rechazo intemporal. O, mejor dicho, data del siglo I antes de Cristo. El taoísmo en China, el budismo en India y luego el cristianismo proclamaron un odio irremisible contra la vida social, las cortes, los abusos de los guerreros, la dominación de los príncipes”.
Para conseguir su apartamiento, su particular emulación de Montaigne, Quignard dejó atrás su vida en París, un puesto privilegiado en Gallimard…: “Durante 25 años yo había intentado integrarme en diferentes grupos y colectivos y lo había conseguido, pero también podía huir, podía recuperar la soledad radical. Siguió la vida privada: divorcio, provincia, tres casas a la orilla del agua, entre bambúes y alisios, donde vivo todavía. Hace ya 29 años de aquello (…) Perdí muchos amigos, mucho dinero, mucho reconocimiento, mucha influencia. Entonces sentía vértigo, sí, pero también me sentía feliz. Como un gato que se reencuentra con la vida salvaje en la orilla. O como un pájaro en la amplitud del cielo”. (EL CULTURAL).
En LA LECTURA, responde a las preguntas de Andrés Seoane, con frases luminosas: “No, la música no nos hace más humanos. Tampoco define nuestra condición. Los pájaros nos enseñaron los cantos. Antes de la vida hubo erupciones de estrellas, vientos estelares. El mar ya rugía salvajemente antes de que apareciera la naturaleza, y no lo hacía para ningún oído humano”. O ésta en la que dice: “El ruiseñor espera al corazón de la noche, el momento de máxima oscuridad, para cantar. Sin duda, es la intensidad del silencio lo que desencadena su canto. Toda música extrema está relacionada con el silencio extremo (…) De manera diferente, la literatura es el lenguaje hablado que, gracias a la invención extraordinaria de la escritura, repentinamente se volvió silencioso y se objetivó en forma de líneas y letras que ya no movilizan ni la respiración ni el diálogo entre humanos. Leer un libro es abrir un silencio”.
Hay más respuestas interesantes en ambas entrevistas que por cuestión de espacio no podemos reproducir. El último libro publicado en España de Quignard es El amor el mar, del que ya nos hicimos eco en este Patio, una novela ambientada en el barroco siglo XVII, marcado en Europa por las cruentas guerras de religión, una época por la que el autor siente predilección: “Adoro la actitud barroca, que no quiso resolver nada, sino celebrar la oposición, la divergencia, el desgarro, que aceptaba el misterio sin intentar resolverlo (…) (en el presente) estamos en un momento difícil de la historia. Fracasaron las grandes soluciones que habíamos imaginado y aún no hemos descubierto nuevas formas de esperanza (…) de ahí que sea urgente intentar reforzar solidaridades mínimas entre hombres libres, rodeados de una inmensa soledad. Quizá estemos más cerca de San Juan de la Cruz que de Víctor Hugo”.
En la soledad de sus Diarios: Rafael Chirbes
Se acaba de publicar la última entrega de los Diarios (A ratos perdidos 5 y 6), de Rafael Chirbes, a los que auguramos una excelente recepción como ya obtuvieron los dos volúmenes anteriores. En ABC CULTURAL, el crítico José Mª Pozuelo Yvanco lamenta que el autor, “tan atento siempre a la crítica”, no haya podido ser testigo del éxito cosechado, y sentencia: “cuando cierras las mil páginas de esta tercera entrega piensas que le habría bastado escribir los tres volúmenes de sus Diarios para merecer lugar señero en la Historia de la literatura del siglo XXI. Uno de los más altos cuando se trata de esté género, tan plagado de exhibiciones falsas o falsarias”.
En este tomo final, explica Pozuelo Yvancos, disminuye la dimensión viajera, y las descripciones de lugares. Queda la emocionada sobre París, como si se tratase de una despedida que le arranca páginas líricas, profundas. Pero estos Diarios transcurren casi siempre en casa, en su vida interior y de lecturas. Se ha acentuado la dimensión de crítica literaria, pues las dos terceras partes de lo que escribe son comentarios que hace a sus lecturas. Poca gente habrá que haya leído tanto en los ochos años que va reflejando”.
En EL CULTURAL firma la reseña Nadal Suau, en la que advierte que “el reseñista de esta entrega final se enfrenta al peligro de la reiteración (…) pero es una amenaza que apunta hacia el reseñista, desde luego, porque las novecientas cincuenta páginas de este libro se mantienen tan coherentes con sus precedentes como llenas de estímulos específicos”. Y resume Suau el contenido de estas casi mil páginas en: 1. Críticas desde la izquierda a los años del zapaterismo…2. Reveses críticos que Chirbes dedica a tantas personas o libros que no tienen valor solo por “brutales” o “demoledores”, sino, sobre todo, por meditados. 3. Estos Diarios ofrecen, según Suau, dos lecciones fundamentales para cualquier escritor: La relación con la obra nunca dejará de ser conflictiva y, la segunda, que el escritor necesita conocer el mapa de su contemporaneidad literaria, porque es en ella donde su voz va a escucharse y a ejercer influencia. Y resume la reseña con estas palabras: “Para mí, este tercer volumen queda perfectamente enmarcado entre una declaración que leemos al principio (`la prosa y la ética son inseparables´) y su final seco, duro, abismal. Magnífico”.
Por último, en BABELIA, Anna Caballé coincide en considerar la excelencia de los Diarios de Chirbes y califica la última entrega como “la mejor, pero también la más lacerante no solo porque conocemos el final (murió seis semanas después de la última anotación publicada, a los 66 años), sino porque desde las primeras líneas de esta entrega (2007-2015) la muerte, y ya no solo la decrepitud presente en los volúmenes anteriores, ronda a su alrededor y él lo sabe, o lo intuye o lo presiente”. De hecho, para Caballé “la experiencia de la enfermedad es central en la escritura diarística, porque cuando se sufre se está solo y pendiente de la propia existencia: llevar un diario puede ser un modo de conjurar la quiebra con el mundo. En esta línea, a medida que su estado de salud empeora, sin tener un diagnóstico de lo que le ocurre, Chirbes va dejando constancia de los problemas a los que se enfrenta (eczemas, apneas, vértigos…), aunque el problema mayor y sostenido sea la soledad existencial: Mi vida es eso que no tengo (nada: si exceptúo los libros y la música). Es un pesar inconsolable que conmueve porque como lectores se nos ofrece la oportunidad de observar cómo avanza la vida hacia su propio desastre”. Es el crudo testimonio de un escritor que aspiró a dejar constancia de su intimidad malherida y que según aumentan sus problemas personales se refugia en la lectura.
El regreso de Ramiro Pinilla
Es posible que haya algo que conecte al escritor bilbaíno Ramiro Pinilla con los dos anteriores, y ese algo podría ser, en el caso de Quignard, su aislamiento del mundillo literario, y en el de Chirbes el éxito tardío. Se acaba de publicar El hombre de la guerra, una novela que Pinilla escribió a principios de la década de los 70 del pasado siglo. Para despejar malentendidos, advierte el crítico Santos Sanz Villanueva en EL CULTURAL que “esta publicación póstuma no es el rescate de un texto pendiente de revisión, o sobre el que el autor albergara dudas, como suele ocurrir con frecuencia. La obra estaba cerrada y lista incluso con copias para enviarla a las editoriales”. Más bien podría ser que Pinilla temiera a la censura, pues como ya adelanta su título “somos lo que nos hizo la guerra”, y la respuesta a la pregunta acerca de qué clase “de pasiones nacieron a lo largo de tantos años aniquiladores”, los de la guerra y dilatada posguerra, se haya en la corrupción moral que relata la novela.
En ABRIL, Ricardo Baixera escribe que es “difícil hablar de este libro sin desvelar una trama que acaba convirtiendo la casa de Mallatu (a donde es convocado el protagonista por carta por una tía que fallecerá antes de su llegada) en un espacio asfixiante auspiciado por la memoria perdida en la noche de los tiempos y que nadie parece querer desenterrar (…) y lo que allí ocurrió es que la deriva espiritual de los personajes que habitan el silencio de esa casa tomada está ligada a la `guerra que sigue´, porque la guerra es siempre interminable, porque las guerras en realidad nunca terminan y porque aquí, en Getxo, los habitantes están atravesados ´por lo que nos hizo la guerra”.
Y también…
Dejemos constancia para interesados en Pablo Neruda de que en EL CULTURAL encontrarán hasta diez páginas dedicadas al poeta, de cuyo asesinato se cumplen ahora 50 años. Su biografía vital y poética, su lado más polémico y perfiles escritos por Andrés Sánchez Robayna, Jaime Siles y Gioconda Belli completan el despliegue, que se abre en portada con una excelente caricatura de Jorge Arévalo.
Y hay reseñas de las novelas Mateo perdió el empleo, de Gonçalo Tavares en ABRIL, y de La filial, de Serguéi Dovlátov en EL CULTURAL, que animan a su lectura y sobre las que profundizaremos en próximas entregas..
Ah, y que no se nos olvide: la Editorial Alba cumple 30 años, y ABRIL lo recuerda con entrevista a su directora, Idoia Moll, y varios artículos sobre su trayectoria. Obviamente, al pertenecer al mismo grupo editorial era un recuerdo obligado que los lectores de algunos de sus clásicos publicados no podemos más que agradecer. “Alba es una editorial que se ha centrado en la recuperación de clásicos universales ofreciendo nuevas traducciones y ediciones muy cuidadas. Colecciones como Alba Clásica, Alba Clásica Maior y Alba Minus se han convertido en referentes en el mercado editorial español. Hasta hoy hemos publicado más de 300 clásicos. Algunos de ellos se reeditan a menudo, como Crimen y castigo, Anna Karénina, Historia de dos ciudades y Cumbres borrascosas. Luis Magrinyà, el responsable de estas colecciones, es un editor con un gran conocimiento del oficio del que tengo la suerte de aprender cada día”. Palabra de su directora a la que entrevista Juan Cruz. Nada que añadir por nuestra parte.
E. Huilson