Semanario Cultural

La lucha por un «best seller»: de críticas y ventas

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS

Sabemos que los suplementos semanales dedicados a la cultura no están sometidos estrictamente a cumplir con la rabiosa actualidad, a la que sí se deben, en teoría, las páginas culturales de los diarios que editan esos suplementos. Así, nos encontramos que reseñas de novelas lanzadas con vocación de best seller de temporada, que son prioritarias apuestas editoriales y suculentos adelantos al autor o caros derechos de publicación si se trata de escritores extranjeros, pueden publicarse a primeros de septiembre en unos suplementos y dos o tres semanas después en otros. Es un fenómeno que puede responder a circunstancias de lo más variado, desde la disponibilidad del crítico, a una respuesta agradecida en función de la publicidad recibida, o por la simple simpatía por uno u otro autor, o el criterio del redactor/a jefe de turno o, también, porque en estas fechas de estreno no es fácil dar abasto con tanta novedad en el mercado. (Dice Pere Sureda en ABRIL que echa de menos que haya novedades en julio y agosto. Puede ser acertada la propuesta, pues así las editoriales aliviarían un poco la “inundación” de septiembre). En fin, que nos encontramos que siguen apareciendo cada semana reseñas de novelas como No te veré morir, del granadino Muñoz Molina o El problema final, del navegante Pérez-Reverte; del primero en CULTURA/S y del segundo en BABELIA. Y para elogiar los libros reseñados en ambos casos.

Por cierto, observamos una curiosidad esta semana: en las listas de los libros más vendidos que publican varios suplementos aparece el de Muñoz Molina como número uno en EL CULTURAL, pero no figura el de Pérez-Reverte ¡ni siquiera entre los 20 primeros! Y lo mismo ocurre en la lista que publica LA LECTURA, que sitúa al novelista de Granada en lo más alto del pódium y no aparece el del autor cartagenero. A qué pueda responder no lo sabemos. Por el contrario, en CULTURA/S (el suplemento de La Vanguardia) sí figura el de Pérez-Reverte, y en el número uno, por delante de la de Muñoz Molina. Estaremos atentos para darles cumplida cuenta de esta reñida, peculiar, y entendemos que amistosa carrera de fondo…

También otras novelas de las que ya nos ocupamos en el Patio en las dos semanas pasadas, como Lecciones, de McEwan, en ABRIL, y Fragua, de Ali Smith, en CULTURA/S, tienen sus respectivas reseñas esta semana. Siguen recomendando su lectura. Sin olvidar que, en el panorama nacional Otaberra y Te di mis ojos… de autoras menos mediáticas como son Elisa Victoria e Irene Sola, siguen cosechando críticas excelentes.

Este no es país para cuentos

Seguramente hoy nadie cuestiona que un cuento, un relato corto, puede albergar en su constreñida historia un alto grado de calidad literaria. Es posible que sea cierto lo que del género “cuento” dice el erudito Harold Bloom, que “no tiene a ningún Homero o Shakespeare, ningún Dickens o Proust: ni siquiera de Turgueniev o de Chéjov, de Joyce o de Lawrence, Borges o Kafka, de Flannery O´Connor o Edna O´Brien se puede decir que dominen la forma”. Son apreciaciones del viejo cascarrabias del canon, al que no le faltará razón. Aunque es cierto que tampoco el cuento ha entrado en la “cultura del entretenimiento”, como sí lo ha hecho desde hace mucho tiempo la novela, para que las editoriales arriesguen demasiado. En la ficción anglosajona se hizo, a codazos, un pequeño sitio. Y Cortázar o Borges nos mostraron en español que la literatura en corto es muy apreciable, tanto o más que la novela. Como las que escribió el propio Cortázar o las que se negó a escribir Borges.

Sirva lo anterior como preámbulo para dar la bienvenida a la publicación de un nuevo libro de cuentos de Eloy Tizón, que lleva el título de Plegaria para pirómanos. En EL CULTURAL, Santos Sanz Villanueva titula la reseña que hace del libro de la siguiente manera: “Relatos para `cuentadictos´ feroces”, una pista de lo que desarrolla sobre cada uno de los cuentos del libro y del conjunto, que termina catalogando como “obra singular y sobresaliente”. En la enumeración de los relatos, que “ofrecen total pluralidad anecdótica”, dice, valora la técnica y la utilización de figuras retóricas, aunque no acertamos a saber si es cierto que le ha gustado el resultado final. De hecho, no ahorra algún reparo: “La escritura de Tizón está como concebida para “cuentadictos”, no para gente común que sólo busque el disfrute de una historia breve (…) Además, frecuentes comentarios e ideas sobre la propia literatura resultan pegadizos. Y las elusiones, convertidas en rutina, se apuran tanto que obligan a un esfuerzo de atención excesivo”.

En LA LECTURA, la reseña que firma Juan Marqués abunda un poco en lo mismo cuando ya destaca en la entradilla que “con los cuentos de este libro, el primero que publica en una década, Eloy Tizón se reafirma como un maestro del género, aunque cierto aroma de taller ensombrece el luminoso conjunto”. Ese “aunque” lo justifica el crítico afirmando que el autor “es, con todo merecimiento, un hombre acostumbrado a los elogios, y es unánime y justificadamente considerado un maestro del cuento, pero siempre me he sentido mejor acogido por sus novelas. Y ha sido así porque éstas, más comedidas, carecen de todas esas virtudes, tan innegables como abrumadoras, que los lectores encuentran en los relatos, y que, a mí, seguramente por mis propias limitaciones, suelen empacharme”.

Elogia no obstante Marqués la brillantez de los relatos, pero, a la vez los critica: “Lo malo es que estamos, técnicamente, ante literatura de taller. Todo lo buena que se quiera, por supuesto, y evidentemente la de Tizón no es una prosa de alumno de escuela de letras sino de profesor muy destacado, de catedrático emérito, objetivamente magnífica…, pero es literatura de taller, al fin y al cabo, demasiado consciente de sí misma…”, y sigue así la reseña, entre la alabanza y el afearle que sus personajes no tomen café, sino “café moka” o no se coman una galleta sino ”galletas Fontaneda enriquecidas con calcio”, “que encandilará a muchos lectores”, pero a otros fatiga e irrita, como al propio Marqués, que retorna al elogio, porque hay también “oro”, aunque (otro “aunque”) haya que tener paciencia para encontrarlo.  

Leyendo ambas reseñas, me vino a la memoria, no sé bien por qué, la siguiente anécdota: un alumno que participaba en un curso de guion impartido por el cineasta José Luis Borau, comentó delante de éste que según había leído en un periódico, la película Bajo el volcán, de J. Huston, era una “película fallida”, a lo que el director de Furtivos contestó de inmediato: “Pues a mí las películas fallidas de Huston me gustan mucho”. Recordando la anécdota, podríamos proponernos leer al cuentista Tizón, por si nos ocurre lo que a Borau… y encima nos descubrimos como “cuentadictos”.

La literatura de las tragedias

En ABC CULTURAL encontramos esta semana “unas memorias inusuales y maravillosas, Una vida de tres perros, unánimemente alabadas (Stephen King dijo de ellas que eran `las mejores memorias que había leído nunca´ y esta afirmación no es absoluto exagerada)”. De este modo presenta Mercedes Monmany las memorias que acaban de publicarse en español de la escritora Abigail Thomas, autora de tres novelas anteriores. 

Memorias de una desgracia: “De un día para otro, dos personas que se conocieron a través de un anuncio en el ‘New York Review of Books’ y que se casaron tardíamente; dos personas que se amaban (…) vieron cómo su mundo saltaba de repente por los aires. Un día cualquiera, el marido de Abigail, Rich, antiguo periodista que había optado por la jubilación anticipada, sacó a pasear a Harry, el perro que Abigail había adoptado. Harry se soltó de la correa y Rich, al ir a cogerlo, fue arrollado por un coche. Los daños cerebrales serían irreversibles y desde entonces la vida de ambos cambiaría para siempre”. 

A partir de ese drama, Abigail, la esposa, no sin poco esfuerzo, aprendió a ser feliz de nuevo. “Y lo hizo”, cuenta Monmany, “en la forma de un emocionante e inolvidable libro, para todo aquel que lo leyera. Un libro que ni por un momento caía en la fácil sensiblería o en desgarrados victimismos que, tristemente, habrían tenido toda la razón de producirse. Tampoco caía en la rutina angustiosa de un relato que girara, como era de por sí inevitable, en torno al dolor, la soledad repentina y la desolación más absoluta. Una desolación diaria, obsesiva, permanente”.

¿Cómo conseguir tal hazaña?: “El milagro de Abigail fue darle la vuelta a todo y contar de una forma sorprendente, con rasgos de humor y poesía de una belleza deslumbrante, cómo había cambiado su vida junto al hombre que había sido, y que seguía siendo, su compañero único y fiel, su gran amor, ahora arrojados ambos sin piedad a un territorio insólito y desconocido, `a un clima diferente y a unas normas distintas´ (…) Conjurando la tristeza, Abigail se pondrá a vivir en ese presente continuo en el que vive Rich; un presente en el que no se siente en absoluto desamparada, y en el que su marido aun le regala mensajes sorprendentes de vez en cuando, formulados de repente en medio de su silencio habitual. Mensajes de una inusitada poesía que la dejan sin aliento (…) No somos más que un matrimonio de ancianos catapultados antes de tiempo a la fase muda. Rich y yo nos sentamos juntos, nos cogemos de la mano; somos criaturas de sangre caliente y no necesitamos más comunicación que esta”.

De la emoción contenida ante la tragedia

La desgracia, y de cómo sobrellevarla, es también el tema de Luz difícil, una novela del escritor colombiano Tomás González, en la que se cuenta la historia de Jacobo, quien sufre un terrible accidente de tráfico tras el cual termina tetrapléjico y, empujado por la desesperación, el dolor (físico y psíquico), el ya no puedo más, decide programar su muerte. El viaje de Nueva York, donde vive con su familia, hasta Portland en compañía de su hermano, donde un médico le prestará ayuda para dar ese paso, discurre como hilo argumental y sentimental de esta historia que en ningún momento destila una lágrima fácil y sí una medida contención que la eleva a “pequeña obra maestra”, según cuenta Laura Revuelta en ABC CULTURAL. El elogio lo pone Revuelta en boca del también colombiano Juan Gabriel Vásquez, y lo comparte: “no le voy a llevar la contraria (…) Los personajes se suceden en un tapiz de sentimientos, complicidades y situaciones que llevan al límite la lectura de una historia llena de humanidad y sentimientos encontrados”. 

Del autor, Tomás González, ofrece más datos en ABRIL Inés Martín Rodrigo, por la que nos enteramos que Luz difícil data de 2011, aunque llevara escribiendo desde los años 80 (en 1983 publicó su primera novela) mientras se ganaba la vida como “cantinero en El Goce Pagano, templo de la salsa en Bogotá”. También en su historia personal “la muerte irrumpió en su vida para cambiarla, y marcarla: el escritor y filósofo Fernando González Ochoa, que además de su tío carnal fue su mentor, falleció cuando él tenía 14 años, y dos de sus hermanos murieron víctimas, en parte, de esa violencia que es tristemente consustancial a Colombia”, relata Martín Rodrigo. De su país natal se marchó a Nueva York, luego Pensilvania “y recaló en Miami, ciudad en la que tuvo todo tipo de trabajos, de ayudante de imprenta a mecánico, cualquier cosa que no le robara demasiado del preciado tiempo que él quería dedicar a la escritura y a su familia. Y de ese noble empeño, que es, en definitiva, un modo de habitar el mundo, de estar en él siendo muy consciente de su finitud, surgió una obra prodigiosa, compuesta por una decena de novelas, una colección de cuentos y un poemario”.

Otras voces

Hasta tres entrevistas hemos detectado en los últimos suplementos literarios de la semana. En ABRIL, la argentina Claudia Piñeiro, escritora, guionista y dramaturga habla de su última novela El tiempo de las moscas, la décima en su haber, con Mariana Sández, una entrevista en la que explica el proceso creativo cuando se enfrenta a un nuevo libro: “Suele partir de una imagen que aparece en cualquier momento, voy tirando del hilo y se va armando en mi cabeza; evoluciona durante meses antes de que me ponga a escribir. Si cobra cierta dimensión, si empiezo a ver cómo hablan y cómo se mueven los personajes, si me intereso por sus conflictos, entonces los sigo”. 

En BABELIA leemos qué fue lo que inspiró al escritor, músico y cineasta argentino Sergio Bizzio para escribir Rabia, su novela más famosa, escrita en 2004 y ahora reeditada en España coincidiendo con la versión teatral que se ha estrenado en Madrid. “Le llamó la atención que (en una mansión de tres pisos, en Recoleta) por las noches siempre había una única luz prendida: a veces en la planta baja y otras en el primer o segundo piso. `Un día alguien me dijo que ahí vivía una señora muy anciana con una mucama [sirvienta] que la ayudaba y en ese momento se me cruzó por la cabeza la idea de que allí podría vivir una familia entera sin que ellas se enterasen´”. El autor de Rabia le cuenta en la entrevista a Mar Centenera cómo decidió cambiar “la familia por una única persona, José María, a quien todos llaman María, un albañil que asesina al jefe de obra. En un descuido de su novia, María entra en la casa en la que ella trabaja y decide quedarse escondido allí, cual fantasma”.  Del parecido de la trama como el argumento de la película Parásitos, cuenta Bizzio que cuando se estrenó “hubo mucho ruido con que estaba robada de Rabia y me llamaron un par de abogados que querían entablar un reclamo. Lo desestimé, pero acabo de darme cuenta de que en Parásitos es una familia la que está escondida, que fue mi primera idea”.

Y como no hay dos sin tres, nos hacemos eco de lo que en LA LECTURA explica el escritor italiano Antonio Moresco de su novela Los comienzos, primer entrega de Los juegos de la eternidad, “una trilogía autobiográfica y magmática en la que reina la desorientación contemporánea y la pregunta misma de por qué ya no es relevante”, según resume el entrevistador, Andrés Seoane. Dice Moresco: “Hay un fuerte vínculo entre Los comienzos y las vicisitudes de mi vida, que me han llevado a atravesar tres dimensiones distintas: la religiosa, la revolucionaria y la artística. Sin embargo, para poder narrarla, tuve que revivirla y a través de mi propio camino, de `encuentros en la tercera fase´ con los escritores y los poetas, a través del tiempo y del espacio. Al observarla desde lejos y desde fuera, parece que toda mi vida de hombre y de escritor ha sido un vía crucis, y parafraseando al príncipe Hamlet, quizá yo también pueda decir aquello de: `había método en esta locura”.    

                                                                                                         E. Huilson         

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