Viktor Ullmann y su ópera maldita
El campo de concentración de Theresienstadt pretendía ser modélico, frente a los escenarios donde la Alemania nazi estaba realizando las labores de exterminio. La noticia comenzaba a circular por Europa y el ejército de Hitler quiso limpiar su imagen ofreciendo al mundo una visión paternalista e idílica de lo que eran los guetos donde los prisioneros purgaban sus penas. Theresienstadt era el escaparate. Hasta allí, en el corazón de la Checoslovaquia ocupada, fueron trasladados poetas, artistas, músicos, escritores, intelectuales venidos de distintas partes de la Europa ocupada. Su misión era realizar trabajos propios de sus respectivos estatus: pintura, escultura, música, literatura…. Y los responsables del campo eligieron a un animador cultural que fuera capaz de inculcar a los prisioneros el espíritu creador que habían perdido desde su detención. El elegido fue el músico checo Viktor Ullmann, compositor, pianista, director de orquesta, que había estudiado en Viena en la escuela de Arnold Schönberg y que gozaba de gran prestigio entre los compositores y músicos de la época.
Ullmann había nacido en la Silesia del Imperio Austro Húngaro, pero desde muy joven residió en Viena, la cuna de la música, su verdadera pasión. Aunque había estudiado Derecho en la universidad de la capital austriaca, nunca se dedicó a los asuntos jurídicos. Finalizada la I Guerra Mundial, donde había combatido y alcanzado el grado de teniente, regresó a Praga para dedicarse por entero a la música. En la capital checa dirigió el Teatro Alemán durante un lustro y estrenó obras que dieron realce a la sala.
Cuando se produjo la invasión alemana, Ullmann fue detenido. No era judío, pues sus padres se habían convertido al catolicismo ante de su nacimiento e incluso había sido bautizado. Los alemanes pensaron que Ullmann podría dar prestigio al proyecto que intentaba limpiar la cara asesina del régimen nazi.
Desde su puesto de animador cultural, Ullmann enseñó música a los detenidos, dirigió una orquesta formada por prisioneros, ofreció recitales de piano y programó veladas operísticas: desde la Carmen de Bizet a la Tosca de Puccini o el Rigoletto de Verdi.
Peter Kien
Incluso tuvo tiempo de componer durante su cautiverio. Y ese fue su grave error. En 1943 compuso una ópera en un solo acto que llevaba por título Der Kaiser von Atlantis (El emperador de la Atlántida), con libreto del poeta, también prisionero en Theresienstadt, Peter Kien. Según sus propios comentarios a la obra, se trataba de una alegoría sobre el desprecio de los nazis por la vida humana. La muerte y Arlequín (que representa la vida) ya no cumplen ninguna función en el Imperio de la Atlántida, donde el Emperador en general (una alegoría de Hitler) no valora ninguna de las dos. Como resultado, los vivos han dejado de vivir y los moribundos han dejado de morir. El Emperador intenta dar un giro positivo a las cosas, declarando que sus soldados son ahora invencibles, pero en realidad sus ejércitos yacen heridos y sangrando, en una agonía que la muerte no puede terminar. La muerte le ofrece al Emperador un trato: Reanudará su trabajo si el Emperador es su primera víctima. El Emperador está de acuerdo, y el trabajo termina con un recordatorio: «No tomarás el gran nombre de la Muerte en vano».
Comenzaron los ensayos para la representación. Y ningún responsable del campo se preocupó de su contenido: locuras de estos pobres desgraciados, debieron de pensar. Pero como el campo pretendía ser el espejo de la pulcritud, la Cruz Roja se interesó por los trabajos que allí se realizaban. Y el día del estreno de la obra, una delegación de la Cruz Roja Internacional acudió a la representación. El director del campo no tuvo más remedio que acompañar a la comitiva en un cínico gesto complaciente. Y vio y escuchó lo que Ullmann y Kien habían creado.
Al día siguiente, todo el elenco del teatro, músicos, cantantes, tramoyistas… fueron trasladados al campo de exterminio de Auschwitz, donde Ullmann y Kien murieron en las cámaras de gas el 18 de octubre de 1944.
Pero la partitura no se perdió. Ullmann había confiado el libreto a otro prisionero, el doctor Emil Utitz, antiguo profesor de Filosofía en la Universidad Alemana de Praga, que actuaba como bibliotecario del campo. Utitz sobrevivió y le entregó los manuscritos a otro prisionero, amigo de Ullmann, el poeta y ensayista Hans Adler con quien el compositor había colaborado en alguna ocasión, poniendo música a alguno de sus poemas. Adler, que había perdido en Auschwitz a sus padres, su esposa y a dieciséis miembros de su familia, fue liberado en abril de 1945. En 1947 se trasladó a Londres llevando en su maleta el manuscrito y la partitura de la obra maldita. No se representó en un teatro hasta el año 1975.
Gabriel Sánchez
Momentos destacados de la ópera Der Kaiser von Atlantis en el Bohemian National Hall. Centro Checo de Nueva York, 2012:
El espectacular comienzo de la ópera representada en 2020 en el Opernhaus de Düsseldorf: