Una obra menor, casi en la basura
Corría el verano de 1811 y el pobre Beethoven descansaba en el balneario bohemio de Teplitz para ver si las aguas termales eran capaces de curar alguno de sus múltiples achaques. Hasta allí le llegó el encargo: la corona austriaca donaba a la ciudad de Pest, en Hungría, un nuevo gran teatro. Y para la ocasión había que componer dos obras: El Rey Esteban y Las ruinas de Atenas. Las letras correrían a cargo del dramaturgo alemán August von Kotzebue; el maestro de Bonn debería componer la música.
Para la conmemoración se había pensado en una representación a modo de singspiel, una especie de opereta en la que era posible mezclar diálogos, recitativos y música. El compositor se puso manos a la obra una vez conocidos los recitativos y, algo muy extraño en él, terminó la partitura de El Rey Esteban, el primero de los encargos, con tiempo suficiente para hacer las copias, preparar los ensayos y hacer los cambios si es que eran necesarios. La obra se componía de obertura, coros, marchas y melodramas.
El Rey Esteban, era un homenaje a una de las figuras más veneradas de Hungría, Esteban I, el rey que llevó el cristianismo al país magiar y es considerado, aún a día de hoy, un héroe nacional. Se le considera el apóstol de los húngaros. La historia nos muestra un Esteban comprometido con la identidad nacional, independencia y capacidad de la nación húngara para forjarse su propio destino.
Beethoven utilizó ritmos y cantos del folklore húngaro para componer la obra. Si hay algo que destaca, y es interpretado a veces como una pieza suelta de toda la composición, es el famoso coro de mujeres cuyo nombre en alemán es Wo die unschuld blumen streute, cuya traducción es “donde la inocencia esparce flores”. Es una canción nupcial de gran belleza, basada en la tradición musical húngara. También hay un coro de hombres, precedidos todos ellos de una obertura potente, tal y como le gustaba a Beethoven componer los inicios de sus obras, con el fin de que el público quedara prendado desde el primer momento.
La pieza, estrenada en febrero de 1812, está catalogada con el opus 117 de su particular cuenta y ha pasado casi desapercibida a lo largo de la historia. Son muy pocos los que reconocen la autoría de esta bella muestra, nacida de la capacidad de Beethoven para componer, toda vez que tuvo que ceñirse a la tradición húngara para llevarla al pentagrama. Acostumbrados a la fuerza, la potencia musical de los instrumentos que el compositor utiliza en sus sinfonías, los ritmos y formas que se aprecian en cada uno de sus movimientos, la fragilidad de El Rey Esteban contrasta con la imagen que tenemos del sordo genial. Por eso, algunos han calificado la partitura como obra menor, cuando es una reafirmación de la calidad y volatilidad del compositor, que es capaz de seducir y convertir en bello todo lo que imagina.
Beethoven lo guardaba todo. Sin archivar, sin ordenar… Pero lo guardaba todo. Y , claro, de vez en cuando se perdía algo en aquella casa vienesa tan desordenada. Y los papeles de El Rey Esteban se perdieron.
Fue en una pequeña casa en Greenwich, Connecticut, donde una mujer hizo una “feria americana” en el garaje de su casa vendiendo todo lo que allí había que ya no le resultaba útil. Brendan Ryan, tasador de obras de arte y un fanático de la obra del compositor, encontró entre las cosas que se vendían una partitura en alemán, que tenía garabatos y letras de apuntes en los laterales, con gran similitud a las grafías del genio alemán. Algunas marcas y símbolos conocidos, le pautaron que estaba ante algo mucho más importante que la simple hoja de partitura y lo adquirió. Posteriormente el manuscrito fue subastado en 2015 por 100.000 dólares. Se trataba de una parte de la partitura de la “obra menor” más grande compuesta por Beethoven. De cómo llegó hasta allí la partitura es algo que, a día de hoy, todavía se desconoce.
Gabriel Sánchez
El Rey Esteban, a cargo de la Orquesta Insula, bajo la dirección de la francesa Laurence Equilbey (París, 2014):