El sabor de la canela o la excelencia
María Isabel lo tenía muy claro desde niña: quería ser cantante, mostrar al mundo la belleza que la rodeaba donde quiera que fuera, desde su Apurimac, departamento andino donde había nacido, hasta la Lima señorial y cosmopolita que conoció a muy temprana edad, cuando su padre, un matemático famoso, se trasladó a la capital para emprender proyectos empresariales de calado.
Pero su vocación por la música no la llevaba por ritmos y tradiciones étnicas. Sabedora de los estilos y las modas que se escuchaban en todo el mundo, principalmente en Europa y los Estados Unidos, la joven Isabel prefirió refugiarse en la música que todo el mundo entendiera para que pudieran comprender la realidad peruana, el alma de sus gentes, la belleza de sus paisajes, el olor tradicional de sus plantas. Así adquirió una especial sensibilidad para describir la vida cotidiana, los personajes característicos de las ciudades y las aldeas.
Y uno de esos personajes característicos que María Isabel Granda descubrió se llamaba Victoria Angulo Castillo. Era una mujer afroperuana –negra, para entendernos- que todos los días hacía un trayecto desde la lavandería donde trabajaba hasta su casa, en el distrito de Rímac, a las afueras de Lima. Victoria paraba todas las tardes un ratito en la Botica francesa, situada en el Jirón de la Unión, en el centro de Lima, donde Isabel trabajaba como empleada. En la rebotica, Victoria le contaba a la manceba historias fantásticas de sus antepasados, de las penurias en el trabajo, en las dificultades para sacar una familia adelante… Y sobre todo le describía el trayecto que debía hacer todos los días para ganarse el sustento. Debía atravesar el puente de Palo, al final de la avenida Tacna, cruzar el río para llegar a la alameda de Tajamí y continuar su camino.
Y María Isabel -vamos a llamarla ya Chabuca, para desvelar la identidad de nuestro personaje- se quedaba con todo. Estaba componiendo un vals de raíces criollas –su madre era italiana- que pretendía ensalzar la vida diaria de personajes característicos. La negra Victoria fue su inspiración, la Flor de la Canela de las mujeres peruanas, sufridas, sentidas, llenas de arrojo y sacrificadas en un país casi olvidado del mundo.
¿Qué es la flor de la canela? Lo excelente. Lo dice Sebastián de Covarrubias, el lexicólogo del siglo XVII, autor del tratado Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en 1611: decir la flor de la canela es nombrar algo que es excelente.
Para Chabuca, la particular flor de la canela era su amiga Victoria Angulo, y ella fue el origen de la canción que es como el himno nacional de Perú. Le faltaban todavía unos versos que componer antes de dar por finalizada la letra. José Moreno era un músico criollo, amigo de Chabuca. En una fiesta organizada en casa de Moreno uno de los invitados se dirigió al anfitrión y le dijo: “Déjame que te cuente, limeño” como preámbulo a una conversación. Ése era el verso que le faltaba a la compositora para finalizar su obra.
Y así, un poco de aquí, otro poco de allá, pero todo enraizado en la Lima de mediados del siglo XX, con sus caserones franceses, sus anchas avenidas, sus tiendas con escaparates llenos de colorido, sus habitantes sencillos y callados, nació La flor de la canela, una composición a ritmo de vals que ha sido versionado en más de 600 ocasiones y a la que han dado voz cientos de artistas.
Fue estrenada el 21 de julio de 1950. Estaba terminada antes y algunos asiduos a las reuniones que convocaba Chabuca la habían oído en la voz de la propia compositora. Pero tuvo el detalle de esperar hasta la fecha señalada: era el cumpleaños de Victoria Angulo, la musa, la verdadera flor de la canela.
Gabriel Sánchez
Chabuca Granda canta La flor de la canela, en una grabación antigua de la época: