Me paraliza la esperanza
Me paraliza la esperanza es el título de la exposición de la artista neoyorquina Roni Horn que se exhibe estos días, y hasta el próximo 10 de septiembre, en el Centro Botín de Santander. No es una obra fácil de interpretar, pero basta con dejarse llevar y percibir la intencionalidad de Horn, al menos, eso es lo que ella nos propone: espacio, luz, agua, repetición, identidad…
Roni Horn es una artista visual cercana al minimalismo y al conceptualismo. Nació en 1955 en Nueva York, donde vive y trabaja. Pero su influencia artística llegó de mucho más lejos y tiene nombre de isla. Con 19 años, tras licenciarse en Bellas Artes, viajó a Islandia y, desde entonces, no ha dejado de recorrer aquel país en largas y cortas estancias. Toda su obra está impregnada de la geografía, geología y paisaje de Islandia, pero también su propia identidad. Ella ha comentado en varias ocasiones que se encontró a ella misma recorriendo la isla en moto.
Horn ha realizado cientos de exposiciones individuales -entre otras, en el Art Institute de Chicago, el Centre Georges Pompidou de París, en el MoMA de Nueva York o en la Tate Modern de Londres- y colectivas, como en la Documenta de Kassel y la Bienal de Venecia. Su obra comprende la serie fotográfica, la literatura –es autora de una veintena de libros-, las instalaciones visuales y la escultura.
En España, la obra de Horn ya pudo verse en 2014, en una exposición monográfica titulada “Todo dormía como si el universo fuera un error” que se celebró en Barcelona, primero, y luego en Madrid, gracias al Premio Joan Miró, dotado con 70.000 euros que le había sido otorgado un año antes. Por aquel entonces, una periodista de El País la calificó en su crónica de arisca y ambigua, pero también de culta, divertida y enigmática. La realidad es que se trata de una persona que ama la soledad. “Soy una persona muy solitaria y, cuanto más vieja me hago, más soledad necesito. No me gusta estar en el centro de las cosas, no va con mi personalidad. Me gusta hablar y me gusta conectar profundamente con las personas, pero normalmente de tú a tú”. Se lo confiesa Roni Horn a Elena Cué, en una entrevista para la revista Alejandra de Argos publicada en 2017.
Arisca o simpática, andrógina o ambigua, cercana o solitaria, lo interesante es su obra, a la que hay que acercarse como si se formara parte de una performance. Una creación compleja, posiblemente difícil de entender, y de la que Horn evita dar información porque lo que quiere es que el público se acerque a su trabajo como una experiencia perceptiva, como una performance.
Tatiana Cuoco, en un estudio para IDIS de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de Buenos Aires, define su trabajo como “una obra de una extrema sutileza, como si deseara pedir a los espectadores afinar sus sentidos, zambullirse en el silencio, captar las pequeñas diferencias que hacen tambalear las ideas aprendidas”.
Ese sentido de la percepción lo ha tenido ella siempre: “De niña tenía la sensación de sentirme conmovida con frecuencia, ya fuese ante un árbol o ante una hermosa cuchara. Era consciente de la armonía, de las cualidades y no tenía por qué tratarse necesariamente de belleza. Debía tener una especie de resonancia, era muy consciente de eso”.
Los elementos principales que conforman su proceso creativo, según se explica en una de las numerosas reseñas que hay sobre la artista, son las personas, el paisaje, la luz, las palabras, el agua, la presencia, el vidrio, los rostros, el cambio, las formas, las series, los espacios, la apariencia del yo o el tiempo. Decenas de imágenes de rostros diferentes que pertenecen a una misma persona nos hacen preguntarnos sobre la identidad y el paso del tiempo y el punto desde el que lo vemos. Si conseguimos captar, aunque no sean todos, algunos de estos elementos, seguramente habremos conseguido su objetivo.
Si no tuvieron la ocasión de ver su obra en Barcelona o Madrid, ahora pueden hacerlo en Santander, y de paso disfrutar del Centro Botín, si es que aún no lo conocen, y pasear por esa bella ciudad.
Ana Amador