La corona del martirio
Todo compositor que se precie (sobre todo, a partir del romanticismo) tiene en su repertorio alguna ópera, un género que, nacido en Italia, pronto conquistó los teatros de toda Europa. Los siglos XVIII y XIX se vieron desbordados de libretos y partituras con composiciones de los más diversos géneros: desde bufas o burlonas, propias para ser escuchadas por un público divertido y desenfadado, hasta las más dramáticas que representaban corrientes filosóficas, hechos históricos o leyendas ancestrales. Todos querían tener su ración de ópera en los catálogos. Y Beethoven no fue una excepción.
El maestro de Bonn tenía una partitura compuesta por el italiano Ferdinando Paër de un drama llamado Fidelio o el amor conyugal, que había sido compuesto en 1804, a partir de una idea original de Jean-Nicolas Bouilly, quien había compuesto el libreto en 1795 para el músico Pierre Gaveaux, ambos de nacionalidad francesa. La partitura del italiano Paër era una versión moderna de la idea original importada de Francia. Beethoven encargó al libretista Joseph L. Sonnleithner la letra. Él se encargaría de la música. La historia trataba de una joven, Leonora, que se disfraza de un guardián de la prisión, de nombre Fidelio, donde cumple condena su marido, Florestán, que ha sido sentenciado a muerte. La idea de la esposa es liberar al amado preso y sacarle de la mazmorra. Para ello, el autor utilizó todos los recursos musicales para demostrar la valentía, el tesón, la abnegación germana con el fin de conseguir tan nobles propósitos.
La ópera, compuesta en tres actos, fue estrenada en Viena en 1805, con el título de Leonora. Aquel año, la capital austriaca había sido tomada por el ejército de Napoleón. Los asistentes al estreno fueron, en su gran mayoría, oficiales del ejército francés, que no disimularon su más absoluta indiferencia ante el valor germánico, toda vez que formaban parte del ejército invasor. La obra pasó sin pena ni gloria.
Los amigos de Beethoven le convencieron para que redujera el tiempo de representación, eliminara algunas partes que habían sido poco valoradas en el estreno y la dejara en dos actos. Además, debía cambiar la obertura que era muy poco atractiva.
El músico atendió los consejos y recompuso la obra que, una vez modificada, volvió a ser estrenada en la capital austriaca el 29 de marzo de 1806. Sólo consiguió que se representara dos días, pues Beethoven discutió con el gerente del teatro y éste echó el telón definitivamente, alegando que no quería saber nada de aquel sordo maleducado y grosero. Y vuelta a empezar.
En 1814, Beethoven volvió a revisar la partitura y encargó a Georg Friedrich Treitschke que modificara el libreto. Y para mayor confusión, le cambió el título, volviendo a nombre original: Fidelio. La combinación de todos estos elementos provocó un gran éxito. Pero seguía habiendo algo que chirriaba al oído triste del compositor, la obertura.
Beethoven escribió cuatro oberturas para la misma obra. La que compuso en 1805 la llamó Leonora 2; la que escribió en 1806, la tituló como Leonora 3. Es la mejor de todas, la más solemne, muy dramática y con movimientos sinfónicos. Abruma escucharla antes de que empiece la representación. Por eso, tampoco quedó conforme con su versión definitiva. El público se distraía. Después de escucharla, ya no podía elevar el tono y la calidad de que lo que venía a continuación. No valía. En 1807 volvió a dar un nuevo giro a la partitura y compuso la que denominó Leonora 1. Y ya en 1814, con nuevas formas de percibir los contrastes musicales, se decantó por una nueva obertura. Hay que decir que aunque la ópera estrenada aquel año se llamó Fidelio, el compositor siguió llamando a las oberturas por el nombre femenino. Así pues, ésta era la Leonora 4. ¡Vaya lío! No es de extrañar que, exhausto después de tanta confusión, cambios, modificaciones, cortes, añadidos, nuevas letras y sabe Dios cuántas dificultades más, escribiera a George Friedrich Treistschke: «Te aseguro, querido Treitschke, que esta ópera me conseguirá la corona del martirio. Gracias a tu cooperación he salvado lo mejor de este naufragio”.
Nunca más volvió a meterse en las complicaciones de la ópera. Gran admirador de Rossini, debió pensar: que componga el italiano, que lo hace mejor que yo y, a buen seguro, sin tantos problemas. Y a cada uno lo suyo.
Si el lector ha llegado hasta aquí, bueno es que se le recompense con la audición de la obertura Leonora 3, la más potente de cuantas compuso. Más que una obertura, parece el movimiento de una de sus magníficas sinfonías.
Gabriel Sánchez
Leonard Bernstein dirige la Obertura Leonora 3 con la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión de Baviera, en un concierto de Amnistía Internacional (1976) celebrado en Munich: