Lo que de mí sabe la gente, ¡qué cabrones!

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.
Hace ya casi 10 años que el escritor Patrick Modiano, en su discurso de recepción del Nobel de Literatura, se lamentaba de que las redes sociales reducían parte de la intimidad y del secreto que “hasta hace poco era nuestro bien”, el secreto que daba profundidad a las personas y podía ser un gran tema novelesco. Transcurrida una década, aumenta el temor por el efecto de la redes sociales y así se refleja en la narrativa actual. Por traer un ejemplo sencillo y cercano, la semana pasada cerrábamos este espacio citando la última novela de Marta Sanz en la que recrea una distopía donde el uso de las tecnologías favorece una actualidad virtual al mismo tiempo que desinformación, descrédito del conocimiento, creencias absurdas, manipulaciones, nuevas herramientas de dominación.

Y es que el fenómeno de las redes sociales tiene muchas caras, entre ellas, la capacidad de “encabronarnos”, ese término, malsonante según la RAE, que utilizamos para enfatizar que nos enfadamos mucho, que nos enojamos, o sea, que ¡qué cabrones!; los otros. De ese encabronamiento, y de las redes sociales como “una suerte de encabronamientómetro”, trata el último libro de cuentos que ha publicado el mexicano Jorge Volpi, reseñado para LA LECTURA por Adriana Bertorelli. Bajo el título Enrabiados, Volpi “navega con maestría por el entrecruce de géneros, proponiendo una reflexión ética, crítica y social desde la sátira; dejando al descubierto la desigualdad palpable entre los grandes poderes y fortunas que gestionan las redes sociales y el ciudadano de a pie que las utiliza. Aquel que pierde la perspectiva entre recetas de cocina, fotos de gatitos, cápsulas de autoayuda, insultos, fototetas, endiosamientos, y la infaltable dosis de lapidación diaria, y su posterior resurrección”, enumera Bertorelli. A través de las distintas historias, realizamos un viaje al encuentro de la ira, de la rabia de nuestro tiempo, cuyo éxito parece un pulso para medir quién se enfurece más y pone sobre la mesa la caprichosa perversidad de la cultura de la cancelación capaz de destruir familias, reputaciones y carreras en cuestión de horas, en una suerte de pueblo sin ley y sin estado de derecho, en esas redes donde “sin distinción de nacionalidad, sexo, edad o ideología, descargamos nuestro veneno, nuestra santa rabia, con total impunidad, un sitio donde nos convertimos en criaturas solitarias compitiendo unas con otras, dedicadas a desgarrarnos mientras sus dueños esquilman nuestros datos, nuestros secretos y nuestras personalidades para venderlas al mejor postor”. Un mundo distópico donde nadie escucha, pero todos hablan, con información o sin ella, y todas las voces valen lo mismo. Volpi es un escritor apreciado en España (ha recibido varios premios por sus novelas) y regresa después de un tiempo con este Enrabiados: “relatos cerebrales, filosóficos, reflexivos, donde están presentes casi todos los pecados capitales y donde se desnuda la perversidad del poder, lo profundo de su alcance y de sus hilos enmarañados”, concluye la reseña.
Tomar conciencia de sus efectos

¿Cree que somos conscientes del impacto real que las redes sociales tienen en nuestras vidas?, le pregunta Inés Martín Rodrigo en ABRIL a la escritora francesa Delplhine de Vigan, autora de la novela Los reyes de la casa, que gira en torno al uso de las redes y la utilización de los hijos como influencers; a lo que De Vigan responde: “poco a poco estamos tomando conciencia de ello. Estamos empezando a ver hasta qué punto están cambiando profundamente nuestra forma de vivir y de estar en el mundo. A través de las nuevas generaciones, que han nacido con las redes sociales, están surgiendo los verdaderos peligros potenciales”. Y entre esos peligros señala que muchos padres consideran normal gestionar la imagen de sus hijos, aunque, según la ley, son los protectores de esas imagen y no los poseedores. Hay un verdadero debate en torno a eso, hasta dónde tenemos derecho a exponer a nuestros hijos (…) y a hacer negocio con ellos”.
En la conversación se aborda otro de los problemas que citábamos, las redes sociales como cauce de la información, “especialmente con las jóvenes generaciones, que tienden a hacerlo exclusivamente a través de internet, de Twitter, de TikTok”. Hay algo muy peligrosos en eso, opina la escritora francesa, porque los algoritmos de esas aplicaciones te reafirman en tus propias opiniones: “Al informarse de esa forma, nunca se enfrentan a una opinión contraria a la suya, no están expuestos a la contradicción. Si enciendo la radio pública francesa, escucharé a gente que está en las antípodas de lo que yo pienso, pero para mí es interesante escuchar ese discurso y tomar conciencia de que hay gente que piensa de forma opuesta a la mía. Si me informo a través de las redes sociales tenderá a mantenerme dentro de mi propio universo de pensamiento”.
En Los reyes de la casa, uno de los personajes, la joven Melanie, comienza a subir videos a Youtube, con tanto éxito que crea su propio canal. El éxito de seguidores continua y pronto aparecen interesados en que sus productos aparezcan en dicho canal. El negocio funciona. Y este es un punto fundamental a tener en cuenta: cómo el neoliberalismo y la globalización han instalado en la retina de los seres humanos que todo puede estar a la venta, incluso la vida privada de una niña, pues el poder de las pantallas y la concepción de vender y producir está absolutamente radicado en nuestras existencias.
De lo que se trata es de hacer fortuna

Fortuna es el título de la novela de Hernán Díaz, que esta semana reseña Gonzalo Torné en LA LECTURA. Una historia con una original estructura narrativa (también, de algún modo, la reseña) que se abre con una novela, un texto de ficción en el mundo donde viven los personajes “reales” escrito en un elegante estilo documental y realista. La novela cuenta el auge financiero de los Rask (cuya fortuna viene de las plantaciones de tabaco donde se empleaban esclavos) durante los años 20 y su desdichado matrimonio, marcado por las enfermedades mentales de su esposa. Esa novela dentro de la novela se titula Obligaciones y se convierte en un éxito de ventas, “está en boca de todos”, y un empresario, Andrew Bevel, que se ve retratado en el personaje de Rask, se siente obligado a responder para lo que empieza a escribir una especie de autobiografía, cuyos apuntes es lo que leemos. La tercera parte son los recuerdos de una secretaria del empresario Bevel y a través de ellos conocemos los entresijos de la gran empresa (un relato terrorífico del capitalismo que desde entonces no ha dejado de refinar sus instrumentos de control sádico sobre sus trabajadores) y nos devela que lo que molestó a Bevel de la novela Obligaciones fue el retrato de su esposa, negando que fuera una enferma mental, y que muriera aislada entre sufrimientos. Finalmente, la cuarta parte es el diario de la esposa, Mildred, de cuyo contenido no da pistas el reseñista para evitar un espóiler. Pero sí concluye Torné la reseña alertando de que estamos ante un “sofisticado dispositivo al servicio de un encontronazo directo contra los amos del dinero y los usos de las fortunas, contra el paulatino estrangulamiento que el capitalismo financiero ha sometido a la sociedad”, a la vez que señala un cierto tinte moralizante y maniqueo. Un jugoso dispositivo con cuatro personajes y cuatro géneros distintos, novela, autobiografía, recuerdos y diario.
Improductividad como arma de batalla
Entre géneros precisamente se mueve Gozo, de Azahara Alonso. En BABELIA, Carlos Pardo se pregunta si estamos ante una novela o un ensayo lírico, un diario reflexivo o un cuaderno de viaje. A su juicio, “nuestra época se vuelve temerosa de la potencia ambigua de ciertos géneros literarios, en especial del ensayo, y a veces no sabe en qué lugar colocarlo. De un ensayo que tenga la capacidad de volver a los orígenes ágiles y libres de su forma literaria: que, lejos de querer convencernos de un mensaje unívoco con una prosa funcional, sea una hipótesis, una muy brillante, de lectura del mundo, una tentativa de orden”. Y, a su juicio, esto es Gozo, un ensayo muy libre y una novela protagonizada por las ideas, un diálogo con los espacios donde transcurre la vida y con un amplio acervo de lecturas: de Georges Perec a Roland Barthes, Carmen Martín Gaite, Susan Sontag, Donna Stonecipher…”.

La historia se basa en la decisión de la autora y su pareja de cogerse un año sabático en una isla de Malta, Gozo, una isla con algo del encanto de los espacios de reflexión: una fotogenia de lo despoblado, del paraíso de difícil acceso donde empezar a entender su vida. En Gozo los turistas pagan tan sólo el trayecto de salida de la isla, no el de entrada. También podría parecer una cárcel, pero el horizonte es infinito.
Ahora bien, se pregunta, ¿qué es un año sabático? ¿Qué concebimos como trabajo y qué como esclavitud consentida? La escritura de Alonso, dice Pardo, despliega su clarividencia (y un don para la equidistancia) sobre los lugares comunes que nos aprisionan: la afectividad jalonada por la jornada laboral, el concepto productivo del ocio, la búsqueda de “la autenticidad escenificada” en el turismo…
Podría entenderse Gozo como un libro acerca de este subversivo placer de no hacer nada, se nos dice, pero son muchas más las perspectivas que aborda gracias a la observación de la isla, de sus vecinos y sus historias. El lector puede engañarse con la naturalidad del resultado: en un diario bien escrito cabe todo. Pero cada una de estas pequeñas piezas reflexivas encaja armónicamente en una visión más compleja y ambiciosa: la disonancia social de nuestro sistema productivo, la impropiedad de nuestra vida personal. “¿Cómo he podido resignarme a trabajar y no llegar a fin de mes?”, escribe Alonso en su ensayo lírico, para el que el crítico no ahorra elogios: “Gozo es un prodigio de equilibrios: entre la frase memorable (nunca cursi) y una ambición reflexiva de mayor calado; entre la anécdota biográfica y la dimensión social; entre el micro de la isla y el macro de nuestro mundo”.
En la entrevista a la autora que firma en el mismo suplemento Sergio C. Fanjul, Alonso cuenta que vivió un año sobre ese pedazo de tierra, Gozo, investigando las profundidades de lo que significa un año sabático. Allí pudo reflexionar largamente sobre elementos cruciales de la vida contemporánea: ¿por qué la gente hace tantas fotos a todo, todo el rato? ¿Por qué los turistas se comen los lugares turísticos? ¿Por qué trabajamos tanto? Y, sobre todo, ¿por qué no podemos dejar de trabajar tanto, ni siquiera cuando dejamos de trabajar?
“Pertenezco a una generación un poco bisagra”, dice Alonso, “hemos recibido el mensaje de la meritocracia y la cultura del esfuerzo, nos han dicho que las cosas merecen la pena si te esfuerzas…, pero no he visto materializada esa promesa”. Hay otras muchas reflexiones jugosas en la entrevista como por ejemplo cuando dice que “cuesta mucho decir: me voy a tomar un tiempo libre y no hacer nada, solo lo que me apetezca. Las mujeres, sobre todo, siempre hemos tenido que justificar lo laboriosas y trabajadoras que somos”. También le preocupa la profunda identificación entre el trabajo y la persona: “cuando nos preguntan qué somos, más que buscar una definición más, digamos, existencial, preferimos responder con nuestro oficio. Abogado, conductora, carnicero, periodista. De ahí que cuando la voz narradora del libro tiene que explicar que no está haciendo nada, que solo desea pasar un año sabático, suelan surgir los malentendidos y la incomprensión, hasta la sospecha”.
Y todo esto escrito, según el entrevistador, más que con ardor revolucionario, con cierto hastío existencial, como si más que ver arder los pilares del sistema quisiera que la dejaran en paz de una vez”.
O volver a la niñez…

… pero como el tiempo es irreversible, podemos consolarnos con revisar alguno de aquellos libros que nos hicieron felices en la niñez. Puesto que ayer, 2 de abril, celebramos como cada año el Día del Libro Infantil (ese día, en 1805, nació Hans Christian Andersen), cerraremos esta entrega tomando nota de la publicación de Skellig, del escritor de Newcastle, David Almond. No llegamos a saber muy bien quién es Skellig, una criatura extraordinaria que el niño Michael descubre en el garaje de la nueva casa donde han ido a vivir él y sus padres. Parece un ser mágico con alas, ¿un ángel?, al que le encanta la comida china y la cerveza negra. Desde su descubrimiento estará presente en la vida de Michael, y en la de su vecina, Mina, en una etapa crucial en la vida del chico, pues coincide con la enfermedad de su hermana, un bebé que se debate entre la vida y la muerte, trasunto de la vida de Almond que perdió a la suya, según se nos informa en la reseña de Antonia Justicia, en CULTURAS.
E. Huilson
Fortuna y Gozo, pŕoximos objetivos . Marta Sanz me aburre.