Ciencia y espíritu, ¡qué bomba!

Imagina que acabas de leer El pasajero y Stella Maris, las dos novelas en una con las que Cormac McCarthy nos descerraja dos tiros entre la mente racional y el alma, sea esta lo quiera significar; que mientras hojeas distraídamente las páginas de libros de los últimos suplementos publicados ves signos para continuar dándole vueltas a aquello que acabas de leer en McCarthy y no te lo puedes borrar de la mente; que llegas a pensar, con no poca inquietud, que podrías ser víctima de una confabulación, o que algo se ha ensamblado en el tiempo para que no pares de rumiar la historia de los hermanos Western (los protagonistas de la novela de McCarthy), de pensar en el espíritu o el alma, la ciencia, la realidad o el sueño, y el universo, y dudas sobre si dedicar los años de vida que te quedan a tratar de comprender en qué consiste la mecánica cuántica, y desistir de descifrar a Kant, Hegel y Marx, y no te digo ya ¡a Wittgenstein! Sí, a esto también te puede conducir la literatura.

Pues leo que dice el editor Jacobo Siruela en EL CULTURAL que “La idea moderna de que la realidad es esencialmente material y la mente un mero epifenómeno de ella ha caducado desde que la física cuántica estableció la inseparable relación entre la mente y la materia, que ha hecho añicos la objetividad clásica. Incluso Einstein se negaba a admitirlo, pero la teoría cuántica ha sido totalmente probada. El problema es que nadie puede entender que la función de la onda se divida en dos realidades, o que el observador provoque cambios en lo que observa, o que una partícula pueda estar en dos lugares al mismo tiempo. Y como nadie puede entender todas estas paradojas del mundo microscópico, tampoco se acaba de aceptar, entre otras cosas porque echa en tierra los principios tradicionales de la objetividad científica. Sin embargo, el siglo XXI es cuántico, y en muchos aspectos debe ampliar la estrecha y trasnochada perspectiva de que lo material es el único fundamento de la realidad. Por eso la metafísica, o el estudio de los sueños, tiene tanta actualidad”. La entrevistadora, Nuria Azancot, recuerda el impacto en el mundo de la edición que han tenido dos proyectos que puso en pie Jacobo Siruela, la editorial que lleva su nombre, Siruela, y Atalanta, que tanto han influido en mejorar el panorama intelectual español y que sirvieron de ejemplo y estímulo para otros proyectos editoriales que siguieron su estela. Porque si pudiéramos hablar de una poética de la edición, seguramente la de Jacobo Siruela podría explicarse en estas palabras que se recogen en la entrevista: “Lo espiritual está en el centro de mi forma de pensar y sentir. La ciencia solo se ocupa del mundo exterior, pero, ¿qué pasa con la realidad interior? Porque esta realidad, aunque invisible, es en gran parte nuestro invisible, es en gran parte nuestro principio y fundamento de nuestra experiencia con lo real; hasta la física lo afirma hoy en día. Pero lo sustancial es otra cosa: el pensamiento metafísico puede dar sentido a la existencia; la ciencia, no. La ciencia solo da la descripción más exacta del mundo exterior. Y el ser humano necesita un sentido interior que yo he estado buscando durante toda mi vida y ofreciéndolo de las más diversas maneras en los libros que publico (…) Yo sigo la ciencia para saber acerca del mundo externo, pero son los conocimientos espirituales los que profundizan y dan sentido al mundo interno. Por supuesto, a veces entran en colisión, pero pueden perfectamente convivir desde el momento en que se ocupan de dos planos totalmente diferentes”.
Ciencia

Hablemos primero de ciencia. De las bombas atómicas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki (225.000 muertos) se puede considerar el padre a Robert J. Oppenheimer (en las novelas citadas de McCarthy, el padre de los Western trabajó a su servicio en el Proyecto Manhattan, como se denominó la investigación que consiguió la primera bomba atómica), del que ahora se publica en España su monumental biografía (800 páginas) escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin. El título, El triunfo y la tragedia de J.Robert Oppenheimer. Prometeo americano. Reseña el libro Edu Galán, y cuenta que en él se desmienten algunas leyendas sobre el personaje. Por ejemplo, que fuera comunista o se arrepintiera al final de su vida de su invento: “No: Oppenheimer no fue comunista. Sí: simpatizó con algunas causas cercanas al Partido durante la década de los treinta. No: luego se convirtió en un patriota norteamericano tan cercano a elefantes como a burros, de quien fuese el presidente. Sí: tuvo un tiempo de zozobra, posterior a la guerra, provocado más por una caza de brujas que por su remordimiento tras crear ese terrible implosionador de mundos (…) odiaba cualquier relación con el remordimiento”.
Espíritu
Y del espíritu, el deseo como una de sus manifestaciones. CULTURAS dedica su portada y el reportaje principal al poder del deseo y para ello se reseñan algunas publicaciones recientes sobre el tema. Su autor, Albert Lladó, recuerda que el filósofo Gilles Deleuze sostenía que el aspecto revolucionario del deseo hacía que se levantara frente a toda institución, incluida la psicoanalítica. Que no se desea nunca a alguien o algo, se desea siempre a un conjunto: “Porque el deseo no es una cuestión abstracta.” Citando a Proust, nos dice que nunca deseamos a una persona o a un objeto aislado, sino el paisaje en el que está inmerso, el contexto en el que lo imaginamos. No hay deseo, pues, sin relación ni vínculo: “Yo no deseo nunca algo y nada más. Desear es construir un agenciamiento”.
Spinoza sostenía que “la esencia del hombre es el deseo”. Lo cita en esas páginas José Antonio Marina, autor de El deseo interminable, y añade: “hay deseos que compartimos con nuestros antepasados animales: evitar el dolor, alcanzar el placer, comer, beber, aparearnos, descansar, relacionarnos. La cultura ha ido ampliando, modulando y diversificando esos deseos básicos.”

Otro autor citado es Juan Arnau, estudioso del pensamiento indio, y crítico con la deriva de la filosofía excesivamente materialista, que ha publicado En la mente del mundo donde distingue entre espíritu y alma (o conciencia y psique) para comprender que la materia del mundo no son los átomos, sino el deseo y la percepción, que son los que proyectan el espacio y el tiempo. Si el resto de animales tienen alma (tienen memoria y voluntad), nosotros podemos participar del espíritu porque podemos convertirlo todo en símbolo y, a la vez, tomar distancia y conciencia de nosotros mismos: “El sueño, el recuerdo y el anhelo confirman este hecho fundamental de la vida de la conciencia”.
Por su parte, Clara Serra en su libro Leonas y zorras recalca que “El deseo de las mujeres ha sido especialmente penalizado, censurado y estigmatizado por una sociedad machista y puritana que ha querido hacer sentir a las mujeres culpables por sus deseos”, por ello advierte de que el deseo no se elige ni es fruto de nuestra decisión, mientras que la voluntad sí puede oponerse a él, por lo que es la voluntad el límite, la puerta que nunca debe cruzarse, “allí donde nace la violencia que nunca deberíamos tolerar”. Por último, el psiquiatra Fernando Colina en su obra Deseo sobre deseo, analiza la censura, la fuerza, la realidad, la imaginación, el goce y la amistad como los “seis dueños del deseo”, cuyo difícil equilibrio nos exige constantes compromisos que pueden ajustar o enrarecer el equilibrio personal. El deseo, entendido como dispositivo mental, se ofrece como “centinela principal de la salud”. Cuando existe una mala distribución, caemos en la neurosis. Cuando entramos de lleno en la desmesura, llega el trastorno pasional. Si el deseo palidece, llamamos a nuestra dolencia melancolía. Pero, aún más grave, cuando nos quedamos sin palabras para nombrar nuestro deseo, sin un lenguaje compartido, el delirio nos invita al territorio de la psicosis”. (Alicia Western termina internada en Stella Maris, un psiquiátrico donde es analizada por presunta esquizofrenia, víctima del deseo trágico de amar a su hermano).
Memoria
Edurne Portela publica nueva novela, Maddi y las fronteras, motivo por el que la entrevista Inés Martín Rodrigo para ABRIL: “Es la historia, en realidad, de María Josefa Sansberro, más conocida como Maddi. Una mujer valiente, contradictoria, católica y divorciada, comprometida, agente de la Resistencia, que nació en la localidad vasca de Oiartzun en 1895, regentó un hotel en la frontera pirenaica entre España y Francia, y fue deportada a los campos de concentración de Dachau, Ravensbrück y, finalmente, Sachsenhausen, donde murió en 1944”. En la entrevista se habla de la memoria:
— ¿La memoria es política?
— Absolutamente. La memoria individual está siempre dentro de un contexto social, político e histórico. Y todo ese contexto está cargado de una ideología, la queramos ver o no, y de una política. Cuando hablamos de recuperar el pasado, una frase que es un poco peligrosa, siempre lo hacemos con una intención. Puede ser una buena intención, para recuperar historias que merecen la pena, para reivindicar a los que no han tenido voz en la historia. Pero incluso con las mejores intenciones hay un objetivo político. Nunca podemos hablar de memorias neutras. (…) A nivel íntimo, ¿quiénes somos sin memoria individual? Nada. Y lo mismo a nivel social. El presente no puede ser nada si no tenemos en cuenta de dónde venimos, y el pasado no lo podemos entender sin la perspectiva del presente.


Escribe Marta Rebón en EL CULTURAL, a propósito del escritor Gueorgui Gospodínov (Bulgaria, 1968), del que reseña su última novela, Las tempestálidas, que los escritores europeos cuyos países padecieron el yugo de imperios y utopías, así como las traumáticas consecuencias de sus derrumbes, tienen mucho que decirnos sobre los monstruos de la memoria y su empleo como herramienta de manipulación social. “Ante un futuro incierto, se conjura un simulacro del pasado convenientemente idealizado al que propone regresar, algo objetivamente imposible.”
Rebón, experta conocedora de la producción literaria de la periferia oriental y del sureste europeo, cree que sus escritores nos están ofreciendo ahora las mejores interpretaciones de nuestra contemporaneidad: “Y en esta constelación (con Tokarczuk, Kurkov, Cartarescu o Krasznahorkai), brilla Gospodínov, poeta, dramaturgo y recopilador de historias culturales de la vida bajo el comunismo, además de novelista. Y lo hace con un resplandor particular, tal vez, como él mismo ha explicado, “debido a la idiosincrasia búlgara, doblemente derrotada en el siglo anterior, y cuyas décadas bajo el socialismo destacaron por no destacar en nada.”
Y en ABC CULTURAL, Álvaro Pombo, que acaba de publicar Santander 1936, del que ya nos hicimos eco, dialoga con Javier Villuendas en un repaso de ideas y experiencias que van desde la memoria de la guerra civil recreada a través de la experiencia de su familia, hasta la política actual, el pensamiento zen o la idea de Dios, del que considera se habla de manera incorrecta: “En primer lugar hay que hablar con las obras. Cualquier asceta te diría que tienes que hacer un camino. No puedes ser a la vez teólogo y sinvergüenza. Hay que pensar en lo de San Juan de la Cruz: `Ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley´ (…) todos tenemos una jungla interior que hay que controlar sea como sea, (y para ello) estudiar el zen y leer a Henry James, creo que ambas cosas son excelentes”.
E. Huilson
(P.D.: Para construir una bomba de uranio, primero hay que separar el U-238 que se encuentra en la naturaleza de U-235. En mil libras de uranio natural hay solo unas siete de U-235, o sea que de entrada es preciso doblar mucho el lomo. Se conocen varios métodos para separarlo (o enriquecerlo, como a ellos les gusta decir) y el sistema electromagnético no es el mejor. Simplemente fue el primero. El calutrón lo inventó E. O. Lawrence y era básicamente un espectrómetro de masa que servía además como recipiente para el uranio enriquecido. Lo del ‘cal’ viene de California. ‘Tron’ es un préstamo del griego. Alicia Western en Stella Maris).