Y Martin Wong pasó por Móstoles
Nueva York, años 80. La ciudad padecía una alta tasa de criminalidad y decadencia económica, los homicidios alcanzaban niveles récord, el crack estaba a la vuelta de cada esquina y el sida hacía estragos. En esos años turbios también surgió en la Gran Manzana una oleada de movimientos culturales y artísticos, una explosión creativa y multicultural de la que surgió un puñado de pintores, escultores, escritores y creadores hoy reconocidos.
En ese enjambre artístico y callejero de esta época electrizante coincidieron cuatro artistas de origen chino en sus comienzos: Ai Weiwei, Martin Wong, Frog King Kwok y Tehching Hsieh.
La obra marginal, distópica, sexualizada y poética del pintor Martin Wong (Portland, Oregón, 1946) ha podido verse hasta finales de enero en el Centro de Arte 2 de Mayo, el museo de arte contemporáneo ubicado en Móstoles. Ha sido la primera gran exposición Martin Wong fuera de Estados Unidos y la primera que se realizaba en Europa. Una oportunidad única para conocer la obra de este pintor, fallecido en San Francisco en 1999. Quien desee ver la exposición lo podrá hacer ahora en otras ciudades europeas: pasado mañana, 25 de febrero, se inaugura en el KW Institute for Contemporary Art de Berlín, donde permanecerá hasta el 14 de mayo; después viajará al Camden Art Centre de Londres (7 de julio a 17 de septiembre) y al Stedelijk Museum de Ámsterdam (noviembre de 2023 a febrero de 2024).
Hijo único de madre china y padre chino-mexicano, Martin Wong formó parte de la contracultura norteamericana en San Francisco, donde creció, y más tarde en Nueva York, a donde se trasladó en 1978 para dedicarse en exclusiva a la pintura. Instalado en el Lower East Side, su pintura, como explicaba la guía de mano del CA2M, “refleja problemáticas acuciantes relacionadas con la droga, el deseo homosexual, la hegemonía de un pasado colonial, la subcultura urbana y sus guetos, el racismo y los cuerpos policiales, entre otros”. Todo lo que pinta le fue cercano.
En Nueva York conoció a Ai Weiwei, probablemente el artista chino más reconocido internacionalmente hoy en día. Fueron amigos. Ai Weiwei le recuerda así: “Martin era un tipo alto y un poco encorvado, con su sombrero de cowboy siempre en la cabeza y la punta de sus botas de piel rojiza levantada, con su chaqueta de ante con flecos y sus vaqueros de Levi’s gastados: el auténtico cowboy de medianoche”.
Ai Weiwei, que conserva una pequeña pieza de Wong que representa un muro de ladrillo rojo –una seña de identidad de su obra-, recuerda en su libro 1.000 años de alegrías y penas: “Martin y yo hicimos buenas migas porque a los dos nos gustaba estar parados en la acera, charlando y observando a la gente”.
La obra de Wong no es convencional. Aunque ensayó la cerámica y las artes escénicas, a los treinta años se centró exclusivamente en la pintura. Solía plasmar paredes de ladrillo rojo de Chinatown y el mundo de su entorno más cercano. Mezclaba el lenguaje de la calle y la poesía, la pintura figurativa y las referencias chinas. En una de sus obras –que pudo verse en Móstoles- juntaba ladrillos en forma de corazón, “una cálida y triste imagen con una pincelada sólida y honesta”, en palabras de Ai Weiwei.
LA VIDA
Uno de los cuadros más ilustrativos de la obra de Wong es el que lleva por título La Vida y se encuentra en la Galería de Arte de la Universidad de Yale. El óleo, de gran tamaño, representa un edificio de viviendas en la esquina de las calles Stanton y Ridge. Wong vivía enfrente, en un apartamento de tres habitaciones en el último piso de un edificio de cinco plantas. No tenía televisión. Así que, en las noches calurosas, según su amigo y colega artista Chris Ellis, se sentaba en la ventana de su cocina y observaba lo que ocurría al otro lado de la calle, al modo de James Stewart en «La ventana indiscreta». Lo cuenta el crítico de arte en The Washington Post Sebastian Smee precisando que el artista no pintaba exactamente lo que veía: “La gente de La Vida no eran los residentes del edificio. Eran personas que significaban algo para el artista. El edificio era esencialmente un formato, como un diamante de béisbol, un álbum de fotos o un decorado”.
Entre las personas más cercanas a Wong e influyentes en su obra destaca el poeta y dramaturgo Miguel Piñero, que fue modelo y su amante. Diría de él en una entrevista: “Piñero me mostró el barrio como tema (…) Me enseñaba el barrio por la noche y me leía historias. Hacía que el barrio pareciera muy dramático, como lo era entonces, porque todo estaba en ruinas. Era un animador nato, como un día que le vi leyendo un poema que acababa de escribir a un borracho que estaba desmayado. Estaba sentado en una bolsa de basura leyéndole a un tipo». Wong no sólo utilizó la poesía del propio Piñero, sino que empleó el lenguaje en las pinturas de un modo cada vez más nuyorican (la experiencia de los puertorriqueños en Nueva York), utilizando los patrones híbridos del habla escuchados en las calles del Lower East Side con fines poéticos.
Piñero fue, pues, un mentor mayor para Wong y le ayudó a desenvolverse en la comunidad puertorriqueña. Wong, desde su condición de homosexual, pintó algunos cuadros de temática explícitamente gay y otros menos explícitos en torno a la vida cotidiana de su barrio, un lugar donde la masculinidad solía estar ligada a la violencia, el consumo de drogas, la homofobia y la vida en prisión, que tan bien conocía Piñero.
CUATRO ENCUENTROS POSIBLES
En aquellos años ochenta Wong es probable que conociera, al igual que Ai Weiwei, a Tehching Hsieh, un artista de performance taiwanés que trabajaba en proyectos de larga duración, donde simultaneaba arte y vida. Acciones llamativas como encerrarse un año en una “jaula” de madera sin hablar con nadie, o vivir unido por una cuerda a otra persona durante el mismo tiempo, o evitar entrar en ningún edificio, ni metro, ni tren, ni coche, ni avión ni cueva, también durante el año que duraba la performance. Y también conocería a Frog King Kwork que se relacionó con ellos a través de la galería KWOK, de la que fue propietario y que dirigió durante un tiempo en Chinatown y el SoHo.
De hecho, fue la exposición “Taiping Tianguo: Una historia de encuentros posibles” la que unió para siempre los nombres de Ai Weiwei, Frog King Kwok, Tehching Hsieh y Martin Wong en su etapa neoyorkina. Taiping Tianguo (Reino de la Paz Eterna) era el nombre que Wong utilizó como inspiración para un cuadro, hoy perdido, que sirvió de metáfora del Nueva York de los años ochenta y principios de los noventa, un lugar y una época cruciales para la vida y la obra de los cuatro artistas.
En vida, Wong no fue muy reconocido. Comparado con sus contemporáneos, entre los que figuran Basquiat, Keith Haring e incluso el joven Ai Weiwei, todos ellos residentes en Manhattan en esos años, Wong parecía un marginado. Pero con el tiempo, el Wong asiático-americano, inmigrante, outsider, víctima del sida, hippie, grafitero y neoyorkino, ha ido creciendo en relevancia artística y así lo han visto los comisarios de la exposición que abrió su etapa europea en el CA2M de Móstoles y este año circulará por Europa, Krist Gruijthuijsen y el español Agustin Pérez Rubio. Un acierto.
Ana Amador
Nota: Las imágenes, excepto la fotografía del artista y la obra La Vida, han sido obtenidas en la visita a la Exposición Martin Wong, Travesuras Maliciosas del Centro de Arte 2 de Mayo CA2M, por A.A.