El diabólico Paganini (1): El virtuoso innovador
Era enclenque, feucho, de nariz prominente, algo pálido y muy desaliñado. Así se presentaba en los escenarios italianos y causaba furor. No por su aspecto físico que, como se podía comprobar, daba casi miedo. Pero sus habilidades con el violín le hacían merecedor de la admiración y el aplauso del público. Decir Niccolo Paganini es nombrar al más célebre compositor de partituras para este instrumento de todos los tiempos.
Este genovés, nacido en 1782, tenía vocación musical desde niño. Con cinco años aprendió a tocar la mandolina, algo inusual en un pequeño de esa edad en aquellos tiempos. Cuenta la leyenda que una noche, su madre tuvo una aparición: el propio diablo le dijo al oído que su hijo estaba llamado a ser un gran virtuoso de la música. La madre le contó al padre la aparición y éste, ni corto ni perezoso, se lo creyó. Dispuso que su hijo recibiera lecciones de los más prestigiosos músicos de Génova, y el joven Paganini se tomó muy en serio el aprendizaje. Con diez años ya daba conciertos en público.
Niccolo sufría de una enfermedad llamada Síndrome de Marfan o de Ehlers Danlos, consistente en desarrollar extremidades demasiado largas, sobre todo los brazos. Sus manos eran extraordinariamente flexibles, parecía que no tenían ni huesos ni músculos y le llegaban hasta las rodillas. Esta carencia de salud la transformó en virtud, pues conseguía que sus dedos llegaran a donde no podían llegar los de los demás, sacando notas altas y bajas que parecían imposibles en un mástil de violín convencional.
Este instrumento, considerado hasta ese momento como un mero elemento de acompañamiento de las grandes obras, supuso para Paganini todo un descubrimiento y fue capaz de elevar el violín a la categoría de instrumento solista. Compuso más de 30 conciertos para violín y era capaz de tocar 12 notas por minuto. Conocedor como nadie de los recursos del instrumento, decidió innovar e introdujo en sus composiciones el denominado spiccato, una técnica consistente en golpear el arco contra las cuerdas para producir un sonido más rápido y ligero. Utilizó también el denominado col legno, que se fundamenta en golpear la cuerda con la madera del arco en vez de con la tripa para emitir un sonido diferente, desconocido hasta entonces. Innovó con el pizzicato y el trémulo, sonidos que se hicieron frecuentes en las partituras a partir de las innovaciones del genovés.
Eran frecuentes las improvisaciones sobre el escenario. Además, aprovechando la leyenda de la aparición diabólica y su peculiar aspecto físico, se contorsionaba mientras ejecutaba las obras, la cabeza casi le llegaba a los pies, formando casi un triángulo con todo su cuerpo. Cuando acababa decía: son cosas del diablo. Y el público prorrumpía en una fortísima ovación. Ganó mucho dinero con sus peculiares actuaciones que malgastó entre naipes, burdeles y botellas de alcohol.
Aquejado de tuberculosis, lo que le provocaba crisis de hemoptisis, sífilis e intoxicación por mercurio, su salud se fue quebrando poco a poco. Los médicos le recomendaron que abandonara su adicción al mercurio, un remedio que se recetaba para combatir la sífilis. Pero el músico hizo caso omiso a esta recomendación porque, según decía, era la única medicina que le calmaba los tremendos dolores que le causaba la infección.
En 1840 murió en la localidad francesa de Niza. El obispo de la ciudad negó su entierro en un camposanto cristiano, por su vinculación con el diablo (el purpurado sí creía la leyenda). Su cuerpo fue embalsamado y almacenado en el sótano de la vivienda donde había fallecido. En 1853 el cadáver pudo ser enterrado en la localidad de Gaione. Hubo que recurrir al Papa para que permitiera que los restos de Paganini fueran trasladados hasta Génova para recibir sepultura en el cementerio de la Villetta. Corría el año de 1876. Y es que ya se sabe que los diabólicos no descansan ni muertos.
Gabriel Sánchez
Melodía de Paganini, interpretada en la película basada en la historia del compositor (El Violinista del Diablo, 2013)