El amplio ARCO de los suplementos culturales
UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS LITERARIOS.
Esta es la semana de ARCO, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de España, que en su 42ª edición y con El Mediterráneo: Un Mar Redondo como tema central, y Madrid como sede habitual, concita la atención del mundo del arte. Y, como no podía ser de otro modo, coloniza las últimas entregas de los suplementos culturales que repasamos cada semana, excepto el suplemento Abril, que edita El Periódico de España, que se declara exclusivamente literario, y Culturas, editado por La Vanguardia, que no hace ninguna referencia a la Feria (no sabemos si por razones geográficas) y limita sus páginas de artes plásticas a una antológica del artista Santi Moix que puede verse en la Fundación Vila Casas de Barcelona. El resto, ABC Cultural, Babelia, La Lectura y El Cultural llevan a sus páginas un amplio despliegue de información de lo que se podrá ver en la Feria y otras muestras paralelas por las galerías de la ciudad.
Como en este repaso semanal nos centramos exclusivamente en las páginas dedicadas a la literatura, entramos en la feria un instante de la mano de Enrique Vila-Matas, para recordar que es nuestro novelista más “artístico”, al que ya de joven, como le cuenta a Andrés Seoane en La Lectura, le gustaba mucho ir a ver arte vanguardista: “Porque me inspiraba deseos de escribir. Creo que es porque siempre era algo distinto, lo que me aburre es lo que ya conozco y ya he visto, la vida cotidiana con sus repeticiones.”
Devoto de Velázquez, no obstante, (“es el más grande de todos”), cuenta que sin arte no sería escritor, y el tipo de escritor que es si no hubiera descubierto a los 15 o 16 años en el Museo Picasso de Barcelona el cuadro del pintor malagueño Las Meninas, y con ello “la idea de que se podía trabajar con los clásicos y hacer tu propia versión contemporánea (…) que se podía trabajar con libros ya publicados, con clásicos”.
Una seña de identidad, la de las constantes reescrituras y reinterpretaciones, de la que Vila-Mata ha hecho todo un arte, como señala Seoane.
En este sentido, es antológica su participación en 2012 en la Documenta de Kassel, a la que fue invitado a participar en una performance consistente en estar sentado durante una semana en un restaurante chino en calidad de escritor residente. Vila-Matas aceptó la insólita propuesta de convertirse en “instalación artística”, y de la experiencia daría cuenta en su novela Kassel no invita a la lógica, de lectura imprescindible para comprender el papel que cumple el arte como motor de su poética. Después vendría otra narración fruto de su encuentro con el arte, Marienbad eléctrico, en la que cuenta sus diálogos en distintos puntos geográficos, Granada y principalmente París, y los equívocos artísticos que se suscitan con su amiga y artista visual Dominique González-Foerster.
“Éxito y decepción”
Pero no todos los novelistas al parecer pueden permitirse la libertad creativa y los tiempos para crear de Vila-Matas. En ABRIL, su director, Álex Sàlmon, comenta a propósito de la entrevista que publican con el escritor Carlos Zanón que muchos autores de gran reconocimiento y ventas interesantes se están viendo obligados a seguir una pauta creativa que llega a convertirse en estresante: “Es la pescadilla que se muerde la cola. Una regularidad en títulos publicados significa ocupar de forma continua las estanterías de las librerías, pero, a la vez, bajar el nivel de exigencia cualitativa. Entonces, ¿qué debe hacerse?”, se pregunta Sàlmon, consciente de que se impone la presión del negocio empresarial. Zanón es un ejemplo:“El respaldo editorial que recibió desde el principio fue muy elevado. Pero la inversión no equilibró la operación, por muy folclórico que pudiera ponerse el autor que, en definitiva, no es un reclamo publicitario en sí mismo, sino un creador.”
En esa entrevista, que firma Inés Martín Rodrigo, Carlos Zanón, poeta y novelista, reconoce que el mundo literario es complicado, “porque es un juego en el que acabas metido. Hay un momento en que te preocupas por las ventas y, si un libro funciona mal, piensas cómo hacer para que vuelva a funcionar. Acabas prostituyendo tu arte, no haces lo que sientes, estás intentando ganar una partida que no es tuya. Tú tendrías que dedicarte a escribir el mejor libro posible y las editoriales tendrían que dedicarse a vender tu libro en el mercado que haya”.
Zanón, autor de la novela negra Yo fui Johnny Thunders, que obtuvo un gran reconocimiento, se lamenta, con una sinceridad poco acostumbrada en el mundo literario, de cómo tratan las editoriales a los autores. Sirvan de ejemplo algunas de sus afirmaciones: “Te entran en el juego de la vanidad. Te vienen a buscar, te llevan, el hotel… todo es fantástico. Así te pagan menos, porque como te pagan con vanidad (ríe)… No te cuidan. Cuando tienes una trayectoria, de pronto te das cuenta de que te quedas como fuera y tienes que estar pidiendo atención. Produce terror ver cómo a escritores muy buenos o a escritores mayores nadie les hace caso (…) Mientras funciona o eres la novedad, te aceptan sin aceptarte, pero llega un momento en el que te das cuenta de que no les sirves. Eso es muy cruel (…) No tienen en cuenta el valor artístico de las cosas, si funciona una cosa, hacen doscientas salchichas. A mí me parece muy bien que tal escritor venda mucho, pero lo que hace es una mierda. No es lo mismo Bustamante que Tom Waits (…) la industria se mueve en el terreno de la novedad, pero tú no, tú necesitas un tiempo para madurar tu novela. Si te pasas tres o cuatro años, ya te dicen: tendríamos que empezar a mover (…) Eso empobrece toda la cultura del país, porque si tienes que publicar una novela cada dos años, entregarás una novela escrita en dos años. Entonces, libros poco ambiciosos, pequeños, que se arriesgan poco (…) te pervierte, porque, como escritor, para defenderte, empiezas a buscar esferas de poder, agujeros y trincheras desde las que defenderte. Y la parte más perversa es la gente que acaba hablando bien de otra gente porque luego le dará esa beca o es jurado de ese premio. Eso pervierte su alma (…) Por ejemplo, salvo honradas excepciones, los premios Planeta son malos libros, son malos libros a veces de grandes escritores…”
¿A qué le ha sabido el éxito cuando lo ha tenido?, le pregunta la entrevistadora, “a decepción”, responde el escritor.
Escribir sin esperar nada a cambio
Puede que fuera huyendo de la presión editorial que Alejandro Gándara, autor de, entre otras, la novela Últimas noticias de nuestro mundo, se haya tomado su tiempo para volver a las librerías con Primer amor. Nuria Azancot le entrevista en El Cultural, recordando que ganó el premio Nadal de 1992 con Ciegas esperanzas y el Herralde con la antes citada. Dice de él que fue “referencia obligada” de nuestras letras. Luego, voluntariamente, vino un cierto silencio y algo de olvido”. Lo cierto es que Gándara ha tardado cinco años en volver a publicar y eso le hace sentirse de vuelta de todo, del mundo literario y sus vanidades: “tengo una mirada absolutamente distinta sobre lo literario y sobre mi propia labor de escritura. Es como si algo del tiempo o de la experiencia hubiera cuajado en la mente y se comunicara directamente con el corazón. Creo que pienso de otra manera y que escribo de otra manera.”
Explica Gándara que ya no espera nada ni en general ni en particular, que el acto de escribir se ha convertido para él en una acto que se basta a sí mismo: “Porque no se trata de escribir y publicar, sino de aceptar la vida sirviéndose de lo mejor que tiene. Y sin duda, crear y aprender está entre lo mejor”.
Y como muestra de su argumento valga esta respuesta sobre el proceso de su escritura: “Para escribir una novela los personajes deben estar tan vivos como las ideas que los van a alimentar. Y ambos cambian durante el proceso de escritura (…) lo que cuentas al final no es lo que querías contar al principio: la razón es que has aprendido por el camino. La literatura es una metamorfosis. Y tan emocionante es sufrirla como contemplarla.”
Y ahí radicaría el íntimo y verdadero éxito: “No creo que pueda juzgarse nada por el éxito de crítica o de los lectores, suponiendo que sepamos en qué consiste la crítica y en qué consisten los lectores. Personalmente, prefiero un crítico que sepa de qué estoy hablando o que se arriesgue a saber de qué estoy hablando, y que a partir de ahí, cómo lo he hecho y dicte su opinión”.
Algunos buenos críticos
Entre esos críticos de los que habla Gándara, nos atrevemos a citar a uno de los más destacados del presente, Domingo Ródenas de Moya, que reseña en Babelia la última novela de Ignacio Martínez de Pisón, Castillos de fuego. Observa que responde a una constante de la narrativa del autor, “la de un realismo pormenorizado en comportamientos, escenarios y atmósferas, y la de la pintura social de la España contemporánea, desde la Guerra Civil y el franquismo hasta la Transición y más acá. Perseverancia que confiere cierta monótona previsibilidad a sus ficciones, pero también lo ha convertido en un meticuloso ingeniero de artefactos novelescos impecablemente montados sobre una trama robusta y bien escandida que actúa como dispositivo de amarre del lector”.
En Castillos de fuego, “novela extensísima”, señala, se reconstruye la España tenebrosa de la inmediata posguerra, del otoño de 1939 al de 1945, a través de dos jóvenes comunistas, Eloy y Valentín, de destinos divergentes y enfrentados, dramático el primero, siniestro el segundo, alrededor de los cuales va discurriendo la vida amedrentada de aquel tiempo infame.
“No todas estas escenas resultan funcionales”, sentencia Ródenas de Moya, “como tampoco lo son bastantes de los copiosos diálogos o de los acontecimientos narrados. Pero este defecto es tributario de la avaricia del dato nimio que es inherente a un realismo de recreación sociohistórica. Con esta poética, Castillos de fuego está entre lo mejor que puede hacerse y eso no es poca cosa. Dicho de otro modo: Pisón logra su propósito y entrega una de sus mejores novelas”.
Y en Culturas leemos a otro de los críticos de mayor solvencia, J.A. Masoliver Ródenas, firmando la reseña de la última novela de Andrés Barba El último día de la vida anterior, en la que aprecia algo que le ha maravillado siempre, “que situaciones inverosímiles nos arrastren como lectores como si realmente pudiesen ocurrir, tal vez porque el marco en el que se desarrolla pertenece a la realidad más inmediata”.
El argumento, explica, trata de una mujer de treinta y seis años que cuando entra en la casa que va a vender ve a un niño de unos siete años que parece muy familiarizado con ella. En lo que podríamos llamar primera parte de la novela, todo lo vemos desde la perspectiva de ella, y en la segunda desde la de él. Dos relatos distintos e igualmente fascinantes, siempre en torno a esta casa que nunca se va a vender, habitada por reflejos o fantasmas. “Hay una serena naturalidad en tanta extrañeza, y una fuerza visual en este mundo fantasmagórico, dentro de una prosa que fluye suavemente, enriquecida por los abundantes y atractivos símiles, que contribuyen a dar corporeidad, presencia física, a los sentimientos, los pensamientos y la imaginación”. Barba es un defensor del género fantástico en el que siempre ha visto a sus grandes escritores como escritores realistas. Ahí queda la advertencia por si se animan a explorar que ocurrió El último día de la vida anterior.
E. Huilson