Relatos con música

¡Viva el infierno a ritmo de cancán!

Bailarinas del Mouline Rouge (París)

Este Offenbach era un guasón de categoría. Escandalizaba al todo París con sus obras cada vez que anunciaba un estreno en el théâtre des Bouffes, cuya concesión le había proporcionado el Estado francés cuando regresó a París en 1850, después de haber huido de la capital francesa en 1848 para quitarse de en medio de las tensiones políticas que se vivían  en Francia y que dieron paso ese mismo año a la proclamación de la segunda república. 

Jacques Offenbach

Oriundo de Colonia, en la Germania de 1819,  pronto se decantó por la música, pues su padre, un encuadernador de origen judío era un modesto compositor que firmaba sus partituras como Isaac Juda Eberst. Pero como el hecho de ser judío ya estaba mal visto en la Alemania de principios del siglo XIX, prefirió cambiar el apellido familiar y adoptar el del nombre de su ciudad natal, Offenbach del Mero, cerca de Fráncfort.

El joven Jacques, ya Offenbach, se trasladó a París en 1830 para seguir sus estudios musicales, nada menos que teniendo como maestro a Luigi Cherubini en el conservatorio parisino. Destacó como violonchelista y encontró acomodo en una orquesta cómica. ¡Ay, la vida cómica, bufa, desenfrenada de ese París que atraía como un imán a los bon vivant de toda Europa con sus cabarets, sus fiestas palaciegas, los escarceos amorosos con ésas o aquellas damas de la alta y media sociedad…! Total, que el joven Offenbach decidió instalarse en la capital francesa. Y se dedicó a la composición de obras bufas, de esas que se interpretaban en los grandes escenarios antes de la representación seria, y a las que acudían la flor y nata de la sociedad.

Según la legislación francesa, las obras bufas o cómicas no podían tener más de dos actos. Se trataba de no ensombrecer la representación seria que podría disfrutarse a continuación. Nada de competencia, aunque el humor fuera más agradecido y apreciado por los que acudían a los teatros que la seriedad de la ópera formal.

Pero en 1858, ya instalado en su Thèâtre des Bouffes, Ofrenbach rompió todos los esquemas y se arriesgó. Compuso una opereta que los historiadores y los críticos han calificado como el germen del teatro musical o de la comedia musical, como prefieran. Constaba de cuatro actos y su duración era similar a la de una ópera al uso, aunque la calificación de opereta, así, con ese término despectivo, ya era sinónimo de broma, burla,  frivolidad…, una composición subida de tono.

Orfeo en los Infiernos era una sátira a la famosa ópera de Christoph Gluck Orfeo y Eurídice y que trata del mito griego del amor en la Grecia clásica y cómo la música es capaz de resucitar. Eurídice, que se casa con Orfeo, atraída por la maravillosa música que el apuesto joven saca de su lira, muere a causa de la picadura de una serpiente. Orfeo baja a los infiernos para tratar de rescatar a su amada y devolverla a  la vida.

Cartel de Orfeo en los infiernos

Pues Offenbach hace una versión satírica, mordaz  e irreverente en la que Orfeo baja a buscar a Eurídice, pero ésta está harta de él, no soporta su música y prefiere la juerga con los habitantes infernales. En la obra de Gluck se busca en el infierno el néctar y la ambrosía. El músico satírico prefiere otros manjares y pone en la copa de los habitantes de las calderas de Pedro Botero vino, mucho vino. Al final, Eurídice se queda con sus satánicos amigos y manda a hacer puñetas al pesado de Orfeo, quien abandona el infierno con la lira entre las piernas. Y ahí es donde la opereta adquiere su clímax. Y para ello, nada mejor que la música del galop infernal, que ha pasado a la historia de la música como el cancán. La pieza escandalizó a los asistentes al estreno de la obra, fechado en ParÍs, en el teatro que el propio Offenbach regentaba el 21 de octubre de 1858. Aquellos bailes en el infierno, aquellas insinuaciones, aquellas frases mordaces, salidas de las plumas de los libretistas Héctor Crémieux y Ludovic Halévy, aquella música tan insinuante e irreverente,  aquellas faldas que se levantaban por encima de la rodilla… ¡Que Dios nos perdone a todos!

Pero como la sociedad puritana suele ser la más cínica de todas, el galop infernal fue la pieza más aplaudida y la que ha dado prestigio, nombre y éxito a la composición. Tanto es así que tuvo que representarse en París 228 días consecutivos en una primera fase. Cuando los actores descansaron, Orfeo en los Infiernos volvió al escenario parisino quince días después. Dos años más tarde se estrenó en Viena. En 1961 llegó a Broadway y pocos meses después al Her Majesty’s Theatre de Londres, donde estuvo en cartel durante 76 días de forma ininterrumpida.

Camile Saint-Saens tomó el galop de la opereta, lo ralentizó e hizo un arreglo para cuerda que representa a la tortuga en su famoso Carnaval de los Animales

Para los que no se  escandalizan con el cancán (que en francés significa escándalo), decir que este baile surgió en el barrio obrero parisino de Montparnasse hacia 1830. Era una versión rápida del galope, con compás de 2/4. En un principio se bailaba por parejas, haciendo grandes contorsiones, dando patadas al aire y vistosos brincos. Parece ser que el introductor de estos bruscos y sensuales movimientos fue un acróbata llamado Charles Mazurier, quien se movía en los escenarios con unas contorsiones extraordinarias. La particular forma de ejecutar la danza propició que las mujeres cortesanas se apropiaran del baile, en contraposición con las bailarinas profesionales, mucho más reconocidas profesional y económicamente. Pero como decía aquel, tiene que haber gente pa to.

Gabriel Sánchez

El maestro Nejc Bečan dirige el galop infernal de Orfeo en los Infiernos con la Orquesta sinfónica Gimnazija Kranj:

Baile del famoso cancán que procede de una película recopilatoria de actuaciones de Music Hall realizada en el Reino Unido en 1943:

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