Una maja desnuda: Florine Stettheimer se pinta a sí misma
Uno de los primeros autorretratos de desnudo pintados por una mujer en la historia del arte occidental, A Model, es obra de Florine Stettheimer (1871-1944), quien lo pintó en 1916, a la edad de 45 años, en una época en que retratarse desnuda era un acto poco menos que inimaginable y, desde luego, transgresor.
Para conocer a Florine viajamos a Nueva York, año 1871, donde nace en el seno de una familia judía rica y acomodada. El padre les abandona muy pronto y la familia queda compuesta solo por mujeres. La madre, Rosetta, junto a Florine y dos de sus hermanas, Carrie y Ettie, formarán a partir de entonces una piña y vivirán juntas el resto de sus vidas. Juntas viajarán por toda Europa; se establecen en Alemania y viajan a menudo a Francia, Italia, Londres y España, frecuentando museos de arte, salones, galerías y estudios de artistas. Sólo regresarán a Nueva York tras estallar la Primera Guerra Mundial. Florine, que había estudiado arte en Nueva York y en Alemania, regresa influida por los movimientos más vanguardistas del momento y pinta aquello que ve y siente a su alrededor, con un estilo nuevo y propio. Organiza su primera exposición individual en una prestigiosa galería neoyorquina, pero es un fracaso: no vende un solo cuadro. No volverá a hacer una exposición individual.
La vida ociosa de las salonistas
Las cuatro mujeres disfrutan una vida ociosa y superficial en Nueva York. Una vida sin penurias. Para envidia de todos, no necesitan el dinero, ya lo tienen, y para asombro de muchos tampoco buscan la fama. Una de las hermanas, Ettie, se dedica a escribir novelas que no dejaron huella bajo el nombre de Henrie Waste. La otra, Carrie, se pasó veinte años construyendo con esmero y minuciosidad una casa de muñecas que hoy puede contemplarse en el Museo de la ciudad de Nueva York.
Florine es la más polifacética de todas. Escribe poemas y pinta mostrando los placeres de la vida en unas obras divertidas y de colores brillantes. Más que por sus creaciones, las hermanas son conocidas como las ‘salonistas’: abren los salones de su casa a los amigos en sus famosos ‘parties’ donde se habla de todo y de nada, y muestran los nuevos cuadros de Florine. Intelectuales y artistas como Marcel Duchamp, Giorgia O’Keeffe o el escultor Gaston Lachaise, fotógrafos como Alfred Stieglitz y escritores como Carl van Vechten, todos ellos amigos íntimos, se dan cita en el salón de las Stettheimer. A todos ellos los pintará Florine, que vive la vida feliz como se desprende de uno de sus escritos: “me gustan las zapatillas doradas/me gustan las ostras frías/y mi jardín de flores mezcladas/y el cielo lleno de torres/y el tráfico en las calles/y los dulces de Maillard”.
Un ser poco corriente. Su amigo Carl Van Vechten la consideraba una persona «completamente egocéntrica», que “no inspiraba amor, ni afecto, ni siquiera una cálida amistad, pero suscitaba interés, respeto, admiración y entusiasmo».
¿Solterona excéntrica o pionera feminista?
De gustos extravagantes, frívola y superficial, a Florine la han descrito las crónicas de la época como una solterona excéntrica, decepcionada por no vender su obra en una exposición temprana, que dejó de exponer y sólo mostró su trabajo a amigos en su salón privado. Los críticos de su obra pasaron por alto los elementos dadaístas y surrealistas de sus cuadros y calificaron su pintura de ingenua y naif. Por el contrario, una biografía publicada recientemente por la doctora de Arte por la Universidad de Yale Barbara J. Bloemink pone patas arriba aquellas críticas y califica a Florine Stettheimer de descaradamente feminista, creativa, moderna y pionera sin complejos de la autonomía femenina. Y lo hace a través de sus cuadros.
Algunos ejemplos que explica la biógrafa:
Autorretrato
Florine no dudó en pintarse a sí misma desnuda, en un autorretrato de cuerpo entero que realizó en 1916. Y, a pesar de la polémica que podía suscitar en la época, Stettheimer estaba orgullosa de su obra. Colocó el cuadro como pieza fundamental de su estudio de Nueva York, y, sabedora de su transgresora obra, la convirtió en protagonista total de un cuadro posterior titulado Soirée.
Como explica Bloemink, Stettheimer era plenamente consciente del feminismo subversivo de su punto de vista «femenino». Basó su autorretrato en dos desnudos que en su época se consideraron escandalosos y «moralmente depravados» por la mirada de confrontación de sus protagonistas femeninas: la Maja desnuda de Francisco Goya, que Florine descubrió en una visita al Museo del Prado en 1912, y la Olympia de Manet, que había escandalizado al Salón de París de 1865. Al igual que la Maja, Florine se dibuja apoyada sobre su cadera derecha con su vello púbico presentado de forma óptima al espectador, y a diferencia de Olympia, prostituta a quien le ofrecen un ramo de flores de un admirador, Florine se complace a sí misma sosteniendo sus propias flores.
Studio Party
Soirée (Studio Party, pintado hacia 1917) muestra a miembros del círculo social de Stettheimer descansando y contemplando cuadros en unos de los salones de la casa, donde destaca su Desnudo. La ocasión que retrata es la contemplación del nuevo cuadro de la artista, mostrado de espaldas sobre un caballete. Varios artistas e intelectuales, amigos todos, se disponen alrededor de la sala; sin embargo, sólo los artistas Gaston Lachaise y Albert Gleizes estudian atentamente la nueva obra. Todos los demás invitados conversan o miran pasivamente.
El Autorretrato de Stettheimer está en la pared del fondo de la escena. Es imposible ignorarlo, dado su tamaño y su prominente ubicación, pero sólo uno de los invitados mira la imagen desnuda de la artista: Juliette (la mujer de Albert Gleizes), en el sofá rojo, con la mano levantada, los ojos y la boca abiertos, reconoce el parecido entre el sujeto del cuadro y su anfitriona. Sentada junto a Gleizes está la propia Stettheimer, con la cabeza en el mismo ángulo, apoyada en su brazo doblado, como en su autorretrato. Mientras la artista mira al espectador, su expresión medio divertida nos reta a apreciar la ironía del autorretrato y la ceguera de quienes la rodean.
Asbury Park South
El ingenio satírico de Stettheimer brilla en Asbury Park South (1920), que ella consideraba una de sus mejores obras. El cuadro presenta radiantes tonos amarillos y el animado movimiento de los bañistas blancos y negros que se entremezclan en la playa de Nueva Jersey, pero, en realidad, Asbury Park era una playa segregada, la restringida zona afroamericana. De nuevo, incluye a su círculo íntimo, entre ellos Duchamp y el escritor Carl Van Vechten y también se representa ella, bajo una sombrilla verde. A diferencia de las representaciones de afroamericanos que hacían sus contemporáneos blancos -en su mayoría caricaturas estereotipadas-, todas las figuras del cuadro son personalidades bien definidas y el ambiente es jubiloso y festivo. La observación minuciosa y precisa del artista queda patente en la diversidad del color de la piel de las figuras, que va desde el moreno claro hasta el marrón más oscuro.
Lake Placid
Exploró temas tan provocativos como el género, la raza, la religión y la sexualidad de una forma abierta y festiva. En 1919 pintó Lake Placid, situado en el lago contiguo a Camp Calumet, la casa de verano de su primo, Edwin Seligman. Bloemink, autora de su autobiografía, explica que, en aquella época, Lake Placid era un retiro popular con clubes de moda y «campamentos» de lujo conocidos por su fanatismo contra judíos y católicos. El primo de Florine, Seligman, era un respetado profesor de economía de la Universidad de Columbia que compró su propiedad en Lake Placid a principios de 1905. Sin embargo, como judío no se le permitió ser miembro del prestigioso Lake Placid Club ni acudir al popular Morley’s Hotel por el antisemitismo de sus dueños. Entre las diversas figuras del cuadro figuran muchos de los amigos neoyorquinos de los Stettheimer: la galerista Marie Sterner; el artista Maurice Sterne; Seligman y su hija; el rabino Stephen Wise; José Luis de Medina y Carvajal, marqués de Buenavista, secretario católico de la embajada peruana; Elizabeth Duncan, bailarina y atea declarada; y las cuatro Stettheimer. Todos retozan, nadan, navegan o toman el sol en el lago; sin embargo, ninguno de ellos habría sido admitido ni en el Lake Placid Club ni en el Morley’s Hotel.
Florine Stettheimer no era una activista, como se abstiene de decir Bloemink, pero utilizó sus cuadros para poner de relieve la autonomía femenina y su compromiso con un mundo más igualitario. A pesar de sus desaires, su snobismo y su cuidada educación, consiguió desafiar el statu quo del momento con cuadros llenos de provocación, ingenio y humor.
El agujero de la señorita Mouse
Las hermanas nunca se casaron. Aunque Florine mantuvo numerosas relaciones románticas con hombres (quizá incluso con mujeres), como atestiguan sus cuadros, diarios y poemas, su amplitud de miras se reflejaba sobre todo en su franca oposición al matrimonio. Con ironía se defiende de los hombres que se sienten ofendidos por su independencia: “Ocasionalmente / Un ser humano / Vio mi luz / Se precipitó / Se chamuscó / Se asustó / Salió corriendo (…)”.
En uno de sus cuadros de la serie Las Catedrales del Arte, la Quinta Avenida, que representa una boda, todos los personajes son nítidos a excepción de la novia que aparece, ya casada, borrosa o borrada.
La aversión que Florine sentía hacia el matrimonio quedó plasmado en este pequeño poema: “La dulce señorita Mouse / quería su propia casa / así que se casó con el señor Topo / y sólo consiguió un agujero”.
Ana Amador
Más información sobre Florine Stettheimer en el artículo de The New Yorker firmado por Adam Gopnik, en este otro de Art Net News de Sarah Cascone y a través de una visión irónica de Barbara J. Bloemink que imagina lo bien que se lo hubiera pasado Florine Stettheimer con Donald Trump.
POSTDATA. Por esas casualidades de la vida, hemos visitado la Royal Academic of Arts de Londres que presenta en estos días -hasta el 12 de febrero de 2023- una exposición bajo el título Making Modernism con obras de pintoras alemanas que fueron pioneras en la historia del Modernismo del siglo XX como Paula Modersohn-Becker, Käthe Kollwitz, Gabriele Münter y Marianne Werefkin. Entre las obras expuestas, descubrimos un autorretrato de desnudo de Paula Modersohn-Becker realizado en 1906, diez años antes que el autorretrato de la propia Stettheimer. La composición de la pintora alemana se basa en fotografías de la artista en su estudio en París, probablemente capturadas por su hermana. Modersohn-Becker a menudo se mostraba a sí misma y a sus modelos sujetando frutas o flores a imitación de pinturas renacentistas. De esta manera, según los expertos, se sitúa a sí misma en la tradición histórica del arte, pero al mismo tiempo a través de una simplificación de la forma, explora una estética modernista.