Relatos con música

De nuevos y viejos trovadores

Vieja Trova Santiaguera

Sorprende comprobar cómo un territorio tan pequeño y aislado, influido, no sólo geográficamente, sino también por otros factores sociales, ambientales e incluso históricos por una gran potencia, haya podido sobrevivir a base de su propia cultura musical, deshaciéndose de modas más o menos pasajeras, y manteniendo sus raíces sólidas por los siglos de los siglos. Decir Cuba es identificar inmediatamente ritmos, sones, bailes, instrumentos, formas de interpretar incluso las más tradicionales partituras que, en manos de los músicos cubanos, suenan de otra manera, con estilo propio que se identifica rápidamente. Tomando, eso sí, por las hojas escurridizas, la metáfora de García Márquez, Cuba está unida a la música como el moscardón al zumbido.

Pablo Milanés

Conocí a Pablo Milanés en una sala de conciertos que se ubicaba en la calle Jacometrezo de Madrid, la que une la plaza de Santo Domingo con la del Callao, una noche, allá por finales de los 90. Al finalizar su actuación me acerqué para saludar al trovador que charlaba amigablemente con otros asistentes al recital, entre ellos el premio Nobel García Márquez. Me invitó al corrillo y mi fascinación hizo que, naturalmente, intercambiara unas palabras con el escritor colombiano, de quien había leído casi toda su obra y preparaba un trabajo de doctorado sobre la diferencia entre el García Márquez escritor y el periodista. Nuestra conversación duró poco; mientras nos dirigíamos a la salida, recibí un codazo en los riñones de una mujer, su esposa, que se lo llevó escaleras arriba, sin tiempo siquiera para despedirme de él. Me quedé con Milanés que, al menos, no llevaba agresores a su alrededor para espantar de mala manera a sus admiradores.

Arriba Leo Brouwer y Silvio Rodríguez. Abajo Sara González y Eduardo Ramos

Pablo Milanés formaba parte de lo que se llamó la Nueva Trova Cubana, un movimiento musical nacido en la isla a mediados de los años 60, con dos características muy particulares: desde la tradición musical cubana, lanzar al mundo un mensaje político y social pro revolución, aquella que había colocado a la isla en un lugar destacado en la historia del siglo XX. Apadrinada políticamente por Haydée Santamaría, una guerrillera que participó en el asalto al cuartel de Moncada y fundó el movimiento 26 de julio, la Nueva Trova Cubana fue capaz de recuperar a poetas como Nicolás Guillén o José Martí e incorporar sus poemas como letras de sus canciones. Leo Brouwer, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Eduardo Ramos, Sara González o Emilio Salvador fueron algunos de los más dignos representantes del sentir cubano de la época, manteniendo fieles sus tradiciones musicales y gritando al mundo que la revolución era posible, como lo era la igualdad, la libertad, la convivencia entre razas y la no discriminación. Si políticamente estaban auspiciados por la guerrillera Santamaría, musicalmente su padrino fue Carlos Puebla, quien cantara las excelencias del comandante Che Guevara

Por aquella época, último cuarto del siglo XX, surgió una corriente musical muy potente que atravesó el Atlántico y llegó a Europa. La canción latinoamericana, caracterizada por sus ritmos tradicionales, pero con un mensaje social muy del momento, se hizo fuerte en las grandes ciudades del Viejo Continente, que le abrió sus más prestigiosos escenarios para recibir a cohorte tan distinguida: desde el Olympia de París al Royal Albert Hall de Londres pasando por Roma, Viena, Berlín o Madrid, cantautores como Mercedes Sosa, Eduardo Falú, Facundo Cabral, José Larralde, Daniel Viglietti o grupos como Los Chalchaleros, Inti-Hillimani, Quilapayún o Los Incas, lanzaron su voz para demostrar que América Latina era un vendaval de música, tradición y reivindicación de derechos, muchos de los cuales, o casi todos, estaban pisoteados por las botas de las dictaduras militares que se habían asentado en la zona.

Pero estos nuevos trovadores habían tomado el relevo de otra casta que no había hecho tanto ruido y carecía de etiquetas políticas. En su equipaje sólo había tradición, ritmo y esa pasión musical que caracteriza a todo un continente en especial y a una isla en particular.

Una mañana de primavera, a mediados de la década de los 90, coincidí en el hall de la Casa de la Radio, en Prado del Rey, con un grupo de enclenques ancianos despistados.  Como abultado equipaje portaban fundas de guitarras y un pesado contrabajo. Gorras de visera, guayaberas y pantalones de tergal de un color impreciso a modo de uniforme. Uniformes también las arrugas de sus caras, sus ojos brillantes y despistados y sus manos firmes, pese a la edad. Me acerqué a ellos, intentando aliviar, si podía, sus dudas:

Venimo a Radio 3. ¿Dónde etá eso, chico?

Eran los componentes de la Vieja Trova Santiaguera, un grupo del Oriente cubano que recorría Europa en aquella época, mostrando todo el folklore de la isla, atesorado durante años en sus viejos instrumentos y sus voces ya algo desgastadas. El son, y la rumba, el bolero, la guaracha, el danzón, la habanera, la criolla, el guaguancó, el danzonete… Todo cabía en aquellas fundas de guitarra añosas y en aquel contrabajo que pesaba más que el transportista.

La Vieja Trova Santiaguera tenía su origen en la ciudad de Santiago, cuando un grupo de trabajadores, ya jubilados, decidió ser portavoz de la tradición musical cubana, con gran éxito. 

El quinteto lo componían Pancho Cobas, albañil y guitarrista, Reinaldo Hierrezuelo, vendedor de comercio y voz solista, Aristóteles Limonta, también albañil y contrabajo, Reinaldo Creagh, carpintero, claves y voz, y Ricardo de los Santos, fontanero y a cargo de las maracas. 

Recorrieron Europa durante el año 96 y al siguiente, la productora de cine Scorpio rodó una película sobre esta peculiar banda que llevó por título “Lágrimas negras”, estrenada en Rotterdam en el mes de octubre de 1997. Fue el final de este grupo tradicional que dejó en los aficionados a la música cubana la esencia más exquisita de la tradición musical de la isla.

Gabriel Sánchez

El Paralítico, por la Vieja Trova Santiaguera:

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