Semanario Cultural

De vuelta a casa

UNA LECTURA PARTICULAR DE SUPLEMENTOS CULTURALES.

Tras dos semanas de efemérides (Proust, Saramago) y destacadas novedades en las librerías (Cormac McCarthy, Vargas Llosa) alimentando estos resúmenes, con la oportunidad de traer aquí frases estupendas de críticos y literatos, hablar de nuevas traducciones, de libros atractivos para comprar… da la impresión de que la fiesta se ha desvanecido un poco. Esta semana regresamos al solar patrio, y nunca mejor dicho si nos fijamos en La Lectura, que abre sus páginas con un reportaje sobre la figura del líder del fascismo español, José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, y otro en torno a la literatura que acompañó al movimiento político que encabezó. Se explica en el suplemento que la elección del tema no es tanto por la efeméride del fusilamiento de José Antonio por milicianos, el 20 de noviembre, sino a cuenta de la “eventual exhumación” de sus restos, a petición de la familia, del lugar en que está enterrado en la actualidad, el Valle de Cuelgamuros, como se denomina el Valle de los Caídos una vez que ha entrado en vigor la Ley de Memoria Democrática. Una efeméride siempre nos salva una idea…

Juan Marqués, autor del reportaje sobre lo que denomina la “corte literaria de José Antonio”, nos advierte de que “conviene no creerse el mito falangista de la ‘pureza’, pues José Antonio, como después los menos jóvenes de la Falange, sabían bien lo que hacían y cómo estaban manipulando a la militancia universitaria (…) Hubo quien, como Juan Ramón Jiménez, vio las orejas al lobo, pero no se puede exigir a todos su clarividencia. Para Ramón Gómez de la Serna, desde más o menos fuera, hasta Ernesto Giménez Caballero, desde muy dentro, Falange anunciaba un ismo más, una nueva vanguardia estética e ideológica, y para gente como ellos, sumergidos en el vociferante barullo de aquellos años, era algo estimulante”. 

El Grupo de Burgos: de izquierda a derecha Luis Felipe Vivanco, Luis Rosales, Rodrigo Uría, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín, Gonzalo Torrente Ballester y Antonio Tovar. (Foto El Mundo/Nicolás Müller, 1973)

Para los que tengan interés en el tema, el autor del reportaje recuerda el imprescindible libro de Pablo y Mónica Carbajosa La corte literaria de José Antonio, un clásico prologado por uno de los mayores expertos en la época, el catedrático José Carlos Mainer,  que considera que “en lo que concierne a lo literario (y de paso a lo psicológico), el fascismo era un estado difuso”, de lo que se puede concluir que de modo erróneo se ha tendido a equiparar a autores tan dispares, y que nada tenían que ver entre ellos a la luz de su obra, como Cunqueiro o Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, Giménez Caballero o Torrente Ballester.

Más pistas. Apunta el autor del reportaje que “quien quiera comprender por qué un buen muchacho de aquel tiempo podía hacerse falangista ha de leer Leoncio Pancorbo, de José María Alfaro, “una barojiana novela de formación” publicada en 1942, cuya calidad “ha reivindicado hasta Constantino Bértolo”, reconocido editor al que se cita por su adscripción de izquierdas, sobre el que luego volveremos. Un año después, Torrente Ballester publicaría su primera novela, Javier Mariño, la historia de un joven, enamorado de una joven aristócrata y comunista, que abandona España, pero regresa para apoyar a los sublevados contra la República, una novela que tuvo sus más y sus menos con la censura franquista. 

Hay un pasaje en el reportaje de La Lectura donde se afirma que, “fuera de prejuicios”, José Antonio y Ramiro Ledesma (otro falangista destacado) escribían bien.

LA BROMA LEDESMA RAMOS

Y a Ramiro Ledesma y Constantino Bértolo, al falangista y al editor de izquierdas, se les cita en algún momento de la larga (y divertida) entrevista que publica El Cultural con Cristina Morales, premio Nacional de Narrativa 2019 con Lectura fácil, novela que ha adaptado para el teatro Alberto San Juan, y puede verse en Madrid. Cristina Morales, que se declara anarquista, (“el anarquismo es un liberalismo radical y perfeccionado”, defiende), arremete desde su posición ideológica contra el actual estado de cosas: “¿Qué patraña nos quieren vender con eso de que votando influimos en el proceso político? Se participa y se influye de manera extraburocrática desde fuera del sistema de poder de los partidos”.

Cristina Morales

Ella trata de hacerlo también desde la literatura con un “desenmascaramiento” del “lenguaje del poder”. En un momento de diálogo, el entrevistador, Alberto Ojeda, recuerda aquella famosa “gamberrada” de incluir algunos pasajes escritos por el falangista Ramiro Ledesma, sin citarle, en su novela Los combatientes, textos que “enardecieron” a gentes de izquierdas, y que no detectaron la fuente. “Sí”, contesta Morales, “como el propio Constantino Bértolo, que es estalinista”, y concluye: “lo epatante fue que en el 15M se abrazara el discurso de Ledesma Ramos y no oliera a chamusquina nada”. 

Epatante Morales con sus opiniones. Precisamente, sobre las opiniones políticas de los escritores escribe Álex Sálmon, director de Abril, para lamentarse de que hubo un tiempo en que “los escritores en general decidieron prescindir de una opinión política pública (…) consideraron que no era prudente exhibir sus opiniones en relación con salvaguardar su literatura de intromisiones políticas”. Esto habría cambiado en el presente, “por el bien de todos”, y así, “las reflexiones de autores como Arturo Pérez-Reverte, Javier Cercas o Luis García Montero, pertenezcan a un lado de la ribera o al otro, recordando a Sartre y De Beauvoir o, todo lo contrario, elevan el debate intelectual. No parece la sociedad española muy amiga de aceptar con interés la opinión contraria. Pero la literatura, los literatos que nos envuelven y, de alguna forma, nos representan, solucionan esas distancias”. Nos gustaría que así fuera, añadimos desde este Patio, en el que es habitual encontrarse amigos que debaten sobre libros buenos (y también malos) sin que ello suponga que no se critiquen las ideas políticas que consideran erróneas. Así sea y continúe. 

Y como coda de lo dicho más arriba, viene al pelo algún párrafo de la crítica que firma en Babelia Domingo Ródenas sobre el primer tomo aparecido en librerías de la obra periodística de Vargas Llosa, El fuego de la imaginación. Cierra Ródenas su reseña con estas palabras: “La pasión en estas páginas es la de la escritura literaria, de la que la reflexión crítica constituye, para Vargas Llosa, una provincia muy querida. Su posición política fue variando al dictado del principio de realidad (véase ‘Un francotirador tranquilo’, de 1974, sobre Persona non grata, de Jorge Edwards, donde sigue apelando al socialismo, pero ‘ya sin la ilusión, la alegría y el optimismo’ que ha ido arruinando la Cuba castrista); sin embargo, su certidumbre de que la razón del escritor ‘es la protesta, la contradicción y la crítica’ se ha mantenido inamovible, porque la vocación literaria nace de un incurable desacuerdo con la realidad”.

ROSTROS PARA UNA PORTADA

Además de la citada Cristina Morales, que ocupa portada en El Cultural, los suplementos nos dejaron otras caras. La del escritor rumano Mircea Catarescu (otro eterno candidato al Nobel) aparece en ABC Cultural, el autor de El mundo de Sofía, el noruego Jostein Gaarder, en Abril, y el político Francesc Cambó, en Culturas.

Mircea Catarescu

El motivo de la entrevista a Catarescu es la concesión del Premio de Literatura en Lenguas Romances que le será entregado el próximo sábado en la Feria del Libro de Guadalajara (México). Dice de Catarescu la escritora y crítica literaria Mercedes Monmany que se ha convertido en uno de los más feroces e implacables retratistas de la sociedad de su país, Rumanía, durante los años oscuros de la dictadura de Ceausescu. Una época de la que el escritor pudo evadirse, según relata en la entrevista de Karina Sainz Borgo, a través de la literatura: “Viví mucho más, cuando era niño, en la Francia de D’Artagnan, en la América de Winnetou, en la luna con Julio Verne, que en la Rumanía de esos tiempos. Más adelante aprendí a reír con Don Quijote y a llorar con Anna Karenina…”. Catarescu habla en la entrevista de su compromiso con la democracia, el horror de la invasión de Ucrania por Rusia, que califica como un “acto de locura colectiva que no se había visto desde Hitler y Stalin”.

Jostein Gaarder ha vendido 50 millones de ejemplares de El mundo de Sofía. Ahora, a sus 70 años, publica Somos nosotros los que estamos aquí ahora. Una filosofía de la vida, editado por Siruela. Cuenta en Abril, a preguntas de Elena Pita, que ha escrito este libro para sus nietos “planteándoles una pregunta: ¿cómo será el planeta a finales del XXI? Creo que este tipo de cuestionamiento es fundamental para evitar el gran colapso”. Se dice Gaarder optimista, pero hay que hacerse estas preguntas porque podemos admitir que nuestra permanencia individual es limitada pero no que lo sean las condiciones de la vida en el planeta, pues pensar que otros seres a los que daremos vida representarán a la humanidad nos reconcilia con nuestra impermanencia.

Y a Francesc Cambó le lleva Culturas a sus páginas a raíz de la biografía que sobre el líder de la Lliga Regionalista ha escrito Borja de Riquer, que se nos antoja imprescindible… para los interesados en el personaje y la época en que ejerció su labor política.

… Y UNA RECOMENDACIÓN

J.G. Ballard

Y de las novedades literarias, nos ha llamado la atención la reedición que ha iniciado Alianza de los cuentos de J. G. Ballard, “revolucionario de una ciencia ficción de calidad”, según escribe Javier Blánquez en La Lectura. Ya en 2001, RBA lanzó una edición de los cuentos de Ballard, un escritor a quien Martin Amis consideraba uno de los talentos “más misteriosos y retorcidos de la moderna ficción inglesa, y, con mucho, el más difícil de clasificar”.

Ballard es el autor de novelas a las que el cine ayudó a popularizar, como Crash o El imperio del sol, lo que no fue óbice para que siempre defendiera el cuento como género mayor. En la introducción a la edición que citábamos, dejo escrito: “Los cuentos son la calderilla del tesoro de la ficción. Es fácil pasarlos por alto ante la abundancia de novelas disponibles, una moneda sobrevalorada que con frecuencia resulta ser falsa. En su máxima expresión –Borges, Ray Bradbury y Edgar Allan Poe–, el cuento está acuñado en metal precioso y sus destellos dorados brillarán para siempre en el hondo talego de la imaginación del lector”. Bienvenido sea Ballard.

                                                                                                   E.  Huilson

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