Soñando despierta
A los trece años empecé a notar la mirada del hombre. No me refiero a la mirada curiosa de los chicos de mi edad (la verdad es que no me hacían ni caso), sino al ojo depredador del hombre adulto. El que huele la inocencia, se esconde como las ratas.
Llevo años ignorando, insultando, maldiciendo y escupiendo al acosador urbano. Los hay más y menos guarros. Algunos me dan hasta pena… Cada vez que uno de estos energúmenos se atreve a hacerme un comentario salido de tono, me imagino un ritual de tortura. Sueño con partirle la mandíbula de un golpe y dar rodillazos en los ojos hasta que no vea nada. Me calienta el corazón imaginarlo suplicando que pare, que no lo volverá a hacer, mientras yo sigo humillándolo. En mi fantasía de violencia siempre acabo escupiéndole, y usando las palabras para acabar con mi oponente: “vuelves a dirigirte a mí y no lo cuentas, cerdo de mierda”.
Desgraciadamente (aunque quizás sea mejor) no tengo la fuerza física para llevar a cabo mi coreografía gore. Hago un corte de manga y sigo mi camino.
PAULA