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Permiso para travestirse

Plaza de la Concordia, París, 1933

La prefactura de Policía de París “autoriza a la joven Rosa Bonheur, que vive en París, calle … n° 320, a vestirse de hombre por razones de salud, sin que pueda, bajo este disfraz, presentarse en espectáculos, bailes y otros lugares de reunión abiertos al público. La presente autorización es válida sólo por seis meses, a contar desde hoy”. Era mayo de 1852. Rosa Bonheur, célebre pintora de animales, que llevaba el pelo corto, fumaba habanos, era lesbiana declarada y no aguantaba “a las mujeres que pedían permiso para pensar”, tuvo que someterse durante un tiempo a la insólita ordenanza inventada por el conde Dubois.

Estamos en Francia, año 1800.  Fouché era ministro de Interior cuando Louis Nicolas Pierre Joseph, Conde Dubois, fue nombrado prefecto de la policía de París. Dubois, un tipo siniestro, no soportaba que las mujeres vistieran pantalones, y “abusaran de ese disfraz”. Le parecía que de esta forma usurpaban la identidad masculina. Convencido de que “ninguna mujer deja la ropa de su sexo si no es por motivos de salud», y pensando «que las mujeres travestidas se exponen a infinidad de inconvenientes, e incluso a la incomprensión de los agentes de policía, si no se les proporciona un permiso especial», se inventó ese año la ordenanza que tituló con su singular lógica “permission de travestissement» (permiso para travestirse).

Uno de los permisos para travestirse otorgados a Rosa Bonheur

PANTALONES CON PERMISO DE SANIDAD

Para que una mujer pudiera llevar pantalones en el París de Napoleón Bonaparte, la ordenanza exigía que se presentara una solicitud a la prefectura de policía, acompañada de un certificado expedido por un agente de salud. De lo contrario, «toda mujer que sea encontrada vistiendo pantalones y que no tenga el permiso será detenida y llevada a la jefatura de policía, sin especificar el castigo. La autorización debía renovarse cada seis meses.

Durante un siglo, numerosas mujeres solicitaron este permiso en París. Entre ellas, destacan la cortesana y actriz teatral Marguerite Bellanguer, la escritora feminista, pacifista y socialista Hélène Brion, Clémentine Delait, conocida como la mujer barbuda; la arqueóloga y exploradora Jane Dieulafoy, quien tuvo que pedir el permiso a su regreso a París después de llevar pantalones “para viajar más libremente” por países como Persia, Marruecos o España; Gisele d’Estoc, escultora, feminista, anarquista y amante de la esgrima; o la pintora Nathalie Micas que fue la compañera inseparable de Rosa Bonheur. Se dice que incluso la novelista George Sand, pseudónimo de Amantine-Aurore-Lucile Dupin, quien, durante su adolescencia en España, había llevado vestimenta masculina sin problema, tuvo que pedir algún permiso, aunque se negó a ello más tarde. “Vestir de hombre era más económico, más seguro y más estimulante para una escritora que podía así acercarse al mundo de los hombres, en los teatros, por ejemplo”, dijo en una ocasión. Se las puede rastrear en los buscadores de internet.

LA PRENSA SE MOFA

Como la aldea gala ante los romanos, una mujer se enfrenta a la ley. Es Astié de Valsayre, implicada en la lucha para vestir pantalón desde 1880 y que más tarde pelearía por otras reivindicaciones, como igualdad de salarios, acceso de las mujeres a los estudios y derecho al voto. Astié es una experimentada esgrimista, deportista destacada, enamorada de la aventura; una mujer atrevida, feminista. Para la sociedad de la época, un escándalo de mujer. Bien es cierto que, con 40 años, en 1886, retó en duelo de espada a una norteamericana que, durante la batalla de Waterloo, se había atrevido a decir que las doctoras francesas eran inferiores a las americanas. Un grabado de la época da fe de ello.

En 1887, Astié solicita a la prefectura de Policía la derogación de la ley con estos argumentos: “En todos los combates por tierra o por mar, la mujer, a causa de su ropa, es una víctima predestinada a la muerte (…) Parece lógico y humano suprimir esta ley que prohíbe a las mujeres llevar ropa masculina”.

Caricatura publicada en la revista Le Charivari el 28 de septiembre de 1889, a propósito de las reivindicaciones de Mme Astié de Valsayre por los derechos de la mujer

Su petición es objeto de burla por la prensa de la época. “Una dama que se ha hecho después de algunos años con un nombre de excéntrica, Mme. Astié, viene a solicitar en la Cámara de Diputados, una petición bastante original. Lo que pide no es nada menos que el derecho de las mujeres a llevar pantalón”, dicen torpes y sorprendidos los periódicos. “¿Cuándo parará el humor belicoso de madame Astié?”, ironiza Le Siécle el 26 de agosto de 1888. “En los salones, los vestidos de baile, extremadamente largos, no han impedido jamás a una dama bailar un vals”, añade el diario. “Creed que serán numerosas aquellas que renunciarán al esplendor de las sedas, a la suavidad de las lanas, a los largos senderos de flores y a los corpiños ajustados”, pronostica con razón Astié de Valsayre.

Su tentativa fracasa. La norma no se deroga. Y vuelve a escribir al señor Prefecto: “Considerando que el vestido femenino es solo útil para las mujeres que no tienen nada que hacer, le advierto que a partir de ahora me vestiré como un hombre cada vez que mis ocupaciones así lo necesiten, pues hay que terminar de una vez con la dicotomía ‘sufrir para ser bella’.” Dicho y hecho. Punto y pelota.

Ante la avalancha que se intuía, la mencionada norma fue suavizada en 1892 y en 1909 con la publicación de dos circulares que autorizaban a las mujeres a llevar ropas masculinas para su uso “en los deportes velocípedos”, es decir, ¡se les permitía llevar pantalón para montar en bicicleta o a caballo! Pero la realidad es imparable y el tiempo vino a dar la razón a Astié de Valsayre. París olvidó esa normativa que había entrado en vigor en 1800 y aunque se dejó de aplicar a principios del siglo XX no fue hasta 2013 cuando quedó finalmente derogada. Olvidos de la política.

Una anécdota: lejos de París, en La Habana, donde se prohibía que las mujeres entraran con falda-pantalón en las iglesias, el diario cubano La Prensa se preguntaba: “Si la falda pantalón es inmoral por vestir a las mujeres como hombres, ¿no es mucho más inmoral que los curas, que son hombres, se vistan como mujeres?”. La sinrazón de la indumentaria. Dime como vistes… y te diré el tiempo que viviste, podríamos decir.

                                                                                                                             Ana Amador

3 comentarios en «Permiso para travestirse»

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