Ai Weiwei, el artista que desafía a Pekín
Ai Weiwei es tal vez el artista chino contemporáneo más significativo y reconocido internacionalmente. Es un artista total: escultor, pintor, fotógrafo, director de cine, videoartista, arquitecto, diseñador de ropa, paisajista… Y también escritor.
Ai Weiwei tenía un año en 1958, cuando las autoridades de su país depuraron de un plumazo a su padre, el poeta Ai Qing, y enviaron a toda la familia a una granja de reeducación en los confines de ese territorio gigante que es China. Ai Lao, el hijo de Ai Weiwei, tenía dos años cuando, mucho tiempo después, en 2011, las autoridades chinas (distintas, pero igual de autoritarias) detuvieron a su padre y le mantuvieron preso e incomunicado durante 81 días. Esas dos circunstancias han sido decisivas en el devenir del artista.
Es fundamental conocer su historia para poder entender la obra de Ai Weiwei. Su padre Ai Qing, afiliado al Partido Comunista desde 1941, fue acusado en 1957 de derechista durante la Revolución Cultural. Ai Qing, que ya era un poeta célebre por entonces, muy reconocido, y decano de la universidad YuCai, fue confinado en campos de reeducación, en aislados pueblos de Manchuria y la desolada región de Xinjiang, y silenciado durante 20 años. No volvió a publicar hasta 1979, cuando fue rehabilitado, permitiéndosele reingresar en el partido, y recuperar su reputación. Su hijo, Ai Weiwei, ha recordado en varias ocasiones a su padre trabajando en la limpieza de baños comunales del pueblo o en la recuperación de las tierras.
Más de treinta años separan el castigo al padre del castigo al hijo. Ai Weiwei fue detenido en 2011 por las autoridades chinas, acusado de evasión de delitos económicos y bigamia. Pasó bajo arresto, incomunicado y sin cargos, 81 días, en los que sufrió tortura psicológica: fue vigilado constantemente, las 24 horas del día, por dos guardianes que no dejaban de mirarle, incluso cuando dormía, siempre con la luz encendida en una pequeña habitación de la que no salió hasta que fue puesto en libertad. Para intimidarle aún más, las autoridades le dijeron que la sentencia que le podía caer sería de 12 años y que, para entonces, ni su propio hijo le reconocería.
Esa fue la chispa que encendió en su interior la necesidad de asegurar que su hijo Ai Lao conociese a las generaciones que le precedieron: la suya y la de su padre. A partir de ese momento, Weiwei no ha dejado de poner en orden sus pensamientos y memorias, y el resultado ha sido1.000 years of Joys and Sorrows, un libro aparecido en 2021 en 20 idiomas (en España con el título Mil años de alegrías y penas, editado por Debate), donde narra la vida de su padre desde su infancia hasta su muerte y su propia historia. Y de paso, la historia contemporánea de China.
La historia de Ai Weiwei se refleja constantemente en su obra, donde prevalece a menudo su actuar político sobre la producción artística. Convencido de que sus actos tienen un efecto que sirve para algo, este artista-activista ha creado decenas de documentales, instalaciones singulares y obras de arte que no dejan indiferente a nadie. Denostado por algunos y admirado por muchos, ha hecho de su vida parte de su obra.
DEL DESIERTO DE GOBI A LOS RASCACIELOS DE NUEVA YORK
Weiwei nació en Beijing en 1957 y su familia, como otros cientos de miles, sufrió la purga de la Revolución Cultural. Weiwei tiene, por tanto, una infancia y adolescencia llena de carencias en granjas cercanas al desierto de Gobi, sin electricidad y viviendo bajo tierra por las temperaturas extremas, lo que despertará su imaginación y marcará más tarde su interés por exiliados y refugiados.
De vuelta en Beijing, en 1978 se matricula en la Universidad de Cine, donde estudia animación. Estos estudios serán fundamentales para toda su obra posterior con documentales sobre muy diversos temas: la recuperación de la memoria de los fallecidos en el terremoto Sichuan, la destrucción de su propio taller por las autoridades chinas, los refugiados sirios en el mar Egeo, su detención ilegal…
En 1981, con 24 años, se traslada a vivir a Nueva York donde residirá hasta 1993. En esta época descubre a Duchamp y el arte conceptual. Allí se empapa de arte, pero también malvive, trabajando donde puede, pintando retratos en la calle y siempre con una cámara fotográfica al hombro. En los ochenta, en Nueva York, tener éxito era bastante difícil para un joven chino. Sin embargo, en 1988 expone en la galería de Ethan Cohen y empieza a tener una cierta proyección.
DE BEIJING AL ALENTEJO PORTUGUÉS
En 1993 su padre cae enfermo y Weiwei decide regresar a China e inicia una etapa muy fructífera que le acarreará muchos problemas con las autoridades del país. Seguramente su obra más conocida en esos años es Dropping a Han Dinasty Urn (Dejando caer una urna de la dinastía Han, 1995), una performance que fue recogida en tres imágenes donde Ai Weiwei estrella contra el suelo una urna de 2.000 años de antigüedad. A las acusaciones de profanación respondió con ironía: “El general Mao solía decirnos que solo podemos construir un mundo nuevo si destruimos el viejo”.
Su actividad artística es frenética. Se anima también a escribir y crea un blog sobre la sociedad moderna china al que dedica, junto con twitter, numerosas horas al día. Inconformista y crítico con las políticas culturales del país, a favor siempre de la libertad de expresión y de los derechos humanos, el blog acaba siendo cancelado en 2009. En esos años, aun siendo controvertido, su trabajo ya es apreciado y admirado.
Dos obras adquieren una dimensión extraordinaria en ese tiempo:
Una, aplaudida por el gobierno chino, es el diseño del estadio olímpico de Beijing en 2008, en colaboración con la firma Herzog & de Meuron. Se trata del famoso nido de pájaro, donde queda reflejado su talento como diseñador y arquitecto. A partir de este momento, Ai Weiwei ya no es solo el artista más importante de China, sino que se convierte en un autor reconocido a nivel global.
Otro proyecto, sin embargo, provocó la ira de las autoridades chinas. El artista queda devastado por el terremoto de la provincia Sichuan ocurrido el 12 de mayo de 2008, en el que murieron 90.000 personas, entre ellos miles de niños al colapsar cientos de escuelas de pésima construcción. Ante la falta de datos oficiales, Ai Weiwei inició una investigación personal y trabajó durante meses con decenas de voluntarios para recuperar los nombres de los niños y su memoria. El resultado artístico fue un documental y una instalación llamada Remembering (2009) en donde se cubrió una de las fachadas del museo de Haus der Kunst (Munich, Alemania) con 9.000 mochilas estudiantiles. Además, con otros cien voluntarios, recogió de los escombros del terremoto 90 toneladas de cabillas, varillas de hierro, que fueron recuperadas y enderezadas una a una, simulando en una exposición una placa tectónica que recuerda la huella de aquella catástrofe.
Este trabajo le supuso un duro castigo. Comienza a ser objeto de represalias, incluso es golpeado. Vigilan su estudio, le siguen por la calle, le fotografían, aún así todavía tiene la posibilidad y capacidad de seguir creando. Expone en Londres una de sus más singulares instalaciones, las pipas de girasoles.
La situación empezaba a ser insostenible. El 3 de abril 2011 es detenido en el aeropuerto de Beijing y recluido en paradero desconocido. Las críticas internacionales no se hacen esperar. Pero pasarán 81 días hasta que quede libre. Unos meses en los que el artista no dejará de pensar en su padre y en su hijo. Será un punto de inflexión en su trayectoria.
Continua su vida sin salir de China hasta que en 2015 le levantan la prohibición de viajar fuera del país y se exilia en Berlín, ciudad que abandonará cuatro años después para vivir un tiempo en Cambridge, Reino Unido. No parece encontrar su sitio. Desde hace un año reside más allá del Tajo, en un pueblo del Alentejo (Portugal), donde parece ser feliz. Hasta el momento.
TRES OBRAS
La producción artística de Ai Weiwei es muy abundante, pero baste citar tres obras para reconocer el trabajo que hay detrás de ellas: la primera es la bellísima Descending Light (Luz descendente), que tenemos la oportunidad de ver en España gracias a la galerista Helga de Alvear. Las otras dos son Sunflowers Seeds, (Pipas de girasoles), creada especialmente para exhibirse en la Tate Modern de Londres en 2010, y Law of the Journey (Ley del Viaje), una crítica feroz a la condición de los refugiados en el mundo (2016).
LA LUZ DESCENDENTE
Descending Light es, sin duda, la obra más icónica que tenemos de Ai Weiwei en España y pertenece al museo de Helga de Alvear en Cáceres, cuya visita nunca nos cansaremos de aconsejar.
Ai Weiwei creó esta pieza en 2007 para una exposición de Nueva York. Es una gigantesca lámpara de araña de siete metros de altura, que parece haberse doblado debido al impacto de su caída y yace sobre el suelo. La lámpara queda mantenida por sus colosales anillos estructurales que siguen engalanados con hilos de cristales rojos iluminados desde dentro. Es una metáfora de la China comunista, una caída del orden establecido y tradicional.
La historia de cómo llega hasta España es conocida. La Galería Mary Bond de Nueva York conocía a Helga de Alvear y se puso en contacto con ella poco tiempo después de la exposición americana porque sabía que la obra podía ser de su interés. La Galería neoyorquina necesitaba espacio para otras obras y a Helga le encantó la pieza. Llegaron pronto a un acuerdo. La intuición de Helga hace que salgamos ganando. Hoy es una obra inalcanzable a un bolsillo pudiente y la tenemos en Cáceres.
PIPAS DE GIRASOL
En el año 2008, la Tate Modern de Londres le ofrece la gigantesca Sala de Turbinas para una exposición que se inauguraría en octubre de 2010. El proyecto de Ai Weiwei parece sencillo, pero es impresionante. Se trata de Sunflowers Seeds, Semillas de girasoles, una alfombra enorme de pipas de girasol que cubrió los mil metros cuadrados de la famosa sala de turbinas londinense. La obra fue fabricada por 1.600 artesanos chinos que, durante dos años y medio, crearon a mano cien millones de semillas de girasol, unas pipas de porcelana que, evidentemente, tienen un sentido.
En la Revolución Cultural (1966-76), mientras la gente era despojada de su libertad personal, las imágenes de la propaganda mostraban al presidente Mao como el sol y a los ciudadanos como girasoles girando hacia él. Ese es un sentido. Pero Ai Weiwei también intenta mostrar el reparto de semillas de girasol que se hacía entre la gente como un espacio para el placer, la amistad y la amabilidad en una época de extrema pobreza, represión e incertidumbre. También hay resonancias contemporáneas en la obra, con su combinación de producción en masa y artesanía tradicional que nos invita a mirar más de cerca el fenómeno «made in China».
REFUGIADOS
Su proyecto sobre los refugiados no ha estado exento de críticas. Hablamos de 2016. La pieza, titulada Law of Journey (Ley del viaje), es una embarcación hinchable de 60 metros de largo ocupada por más de 300 hombres, mujeres y niños refugiados sin rostro, hechos completamente de caucho por la misma compañía china que fabrica la mayoría de los botes usados por los inmigrantes para cruzar el mar Mediterráneo y que, en ocasiones, recibe pedidos de hasta mil botes hinchables para Turquía. Así actúa la mafia de la inmigración. La obra de arte fue mostrada por primera vez en el Museo Nacional de Praga y más tarde llevada a la XXI Bienal de Sydney en 2018. La embarcación pone de manifiesto la escala monumental de la crisis humanitaria.
En el mismo proyecto, Ai Weiwei y sus ayudantes recogieron kilos y kilos de ropa y zapatos que los refugiados sirios, afganos, iraquíes dejaron abandonados a su paso por el campo de Indomeni, en la frontera entre Grecia y Macedonia. Trasladado todo a su taller, es lavado y cuidadosamente planchado. Los zapatos limpios. Todo ello es fotografiado y bajo el título de Lavandería expuesto en diferentes salas, entre ellas la Galeria So Hom de Nueva York. “La limpieza es la dignidad humana básica”, dijo el artista al recordar que la vida de los migrantes es una lucha diaria donde no hay tiempo para estas mínimas tareas.
A estas obras se añaden varios vídeos y el documental Human Flow (A la deriva) que recoge vídeos y grabaciones realizadas durante más de dos años en que visitó 40 campamentos de refugiados en distintos países. Ai Weiwei, que se siente también exiliado, se imagina a la deriva en una lancha, visita los campamentos de refugiados sirios, entrevista a la gente, hace traer un piano blanco para que lo toque una mujer que en su país era compositora. Y se fotografía igual que el pequeño Aylan Kurdi, el niño sirio de origen kurdo que falleció ahogado en la playa turca de Bordum el 2 de septiembre de 2015.
Weiwei ha sido elogiado, y también muy criticado, por su protagonismo en toda su obra, pero, qué quieren que les diga, sus imágenes, documentales y obras nos interpelan desde otra óptica la crisis de los refugiados y la difícil lucha en defensa de los derechos humanos y la libertad de expresión.
Ana Amador
Este es el vídeo ‘heavy metal cárcel’ realizado por Ai Weiwei tras ser detenido:
Impresionan tanto la biografía como la obra de este artista. Merece mucho la pena ver esa coherencia entre ambas. Me ha gustado mucho este articulo.