El guitarrista manco
Aquel joven gitano manouche, una rama de los gitanos sinti, procedentes de la Europa Central, tenía cualidades para la música. En el campamento familiar donde habitaban los romaníes a las afueras de París, el joven Django Reinhardt andaba siempre con una guitarra en la mano. La rasgaba, trasteaba, sacaba alguna nota perdida… Nada especial. Un tío del clan le regaló su banjo. Con este instrumento de cuerda, originario de los negros esclavos de los Estados Unidos, el joven Django, también esclavo, de alguna manera, de una sociedad que los tenía relegados al ostracismo, aunque ellos siempre vivieron con extraordinarios aires de libertad, comenzó a ganarse la vida en clubes de mala muerte del París nocturno de entreguerras. Tocaba en compañía de algunos primos y hermanos y llevaban el sustento a la familia.
Una noche de 1928, al regreso de una de las veladas parisinas, entró en la caravana que compartía con su esposa. Estaba llena de flores de papel que la mujer iba a vender al día siguiente por las calles y mercados de la capital. Vio un ratón y cogió una vela para localizarle y echarle de su vivienda. La mala fortuna hizo que la vela prendiera alguna de las flores listas para la venta. La caravana se incendió. Django y su esposa lograron salir vivos del incendio, pero el músico quedó sensiblemente afectado por el fuego. Su mano izquierda y su pierna derecha, desde la rodilla hasta el muslo, estaban prácticamente carbonizadas. Año y medio de hospital. Logró salvar la pierna –los médicos le habían anunciado que debían amputarla y él se negó-. Pero los dedos de la mano izquierda, el anular y el meñique, quedaron cerrados sobre la palma de la mano, pues los tendones, con el calor, se habían atrofiado. Y hubo que cambiar de instrumento, pues su mano diezmada no podía con los trastes del mástil del instrumento esclavo. Y la guitarra fue su salvación. En dos años logró un sonido nuevo, diferente, que salía de la guitarra, al aplicar sólo el índice y el corazón a los acordes.
Corrían aires novedosos en el París de principios de la década de los 30. La incursión de nuevos ritmos procedentes de los Estados Unidos calaba en la sociedad europea, ávida de novedades musicales. El jazz, por ejemplo, irrumpió en París con tal fuerza que brotaban las bandas que intentaban imitar el sonido de las big band norteamericanas. El ídolo de todos los parisinos era Louis Armstrong. Django no perdió la oportunidad y comenzó a bucear en esos nuevos sonidos con su guitarra. Y un hombre se le cruzó en el camino hacia el éxito: Stéphane Grappelli, virtuoso del violín, que también había sido seducido por el jazz. Viendo las posibilidades que el guitarrista tenía le propuso crear una banda de cuerda. Así nació el Quintette du Hot Club de France. Estaba compuesto por Django, su hermano Joseph como segunda guitarra, Roger Chaput, Louis Vola (que no era gitano), y el propio Grappelli al violín. Éste, sin ser gitano, había llevado una vida también de padecimiento, miseria y rechazo social. A los 12 años, huérfano, se echó a la calle con su violín para intentar sobrevivir con las limosnas que recibía de los transeúntes que escuchaban su música. Después, tocando en cines y teatros acompañando los espectáculos comenzó a despuntar hasta convertirse en la figura legendaria del jazz que fue siempre.
El quinteto cosechó grandes éxitos y recorrió varios países europeos llevando su original sonido por salas de fiesta, clubes y auditorios. Ganaron mucho dinero con el sonido manouche o gypsy jazz, que así se llamaba el estilo que el grupo de cuerda daba a toda su obra.
Cuando Francia fue invadida por Alemania en 1940 el quinteto estaba en Londres. Grappelli decidió quedarse en la capital británica. Django regresó a París donde residía su familia. Su condición de gitano era un riesgo que superó gracias a su música. El quinteto se deshizo, pero Django siguió tocando en los clubes parisinos, cuyos clientes más principales iban vestidos de gris, con quepí y botas altas, pistola al cinto. Un general alemán, conocido como doctor jazz, por su afición melomaniática a este género musical, le protegió durante la ocupación hasta que la situación se hizo irresistible y ni el doctor jazz pudo hacer nada por él. Huyó a Suiza para evitar la deportación, como la habían sufrido otros miembros de la familia Reinhardt.
Finalizada la guerra, Django siguió tocando en los clubes parisinos que le habían visto triunfar antes de la contienda. Y la fama saltó barreras. Acompañado de músicos locales, el guitarrista realizó una gira por los Estados Unidos con un éxito relativo. A su vuelta comentó a sus allegados que los yanquis no habían entendido su música y eso que la compartió con figuras legendarias del jazz como Duke Ellington.
En 1946 volvió a reencontrarse con Stéphane Grappelli, pero ya no era lo mismo. La música había evolucionado, la amistad se había perdido y recomponer el quinteto no tenía ya ningún futuro. Cada uno por su lado. Pero antes de separarse, los dos músicos grabaron una versión completamente libre, original y muy manouche del himno de la República Francesa, como símbolo de libertad; esa libertad que los dos habían perseguido desde niños y que otros intentaron arrebatársela por todos los medios sin conseguirlo.
Nota para el final: Django Reinhardt nació en 1910 en Liberchies, Bélgica y murió de un derrame cerebral en Samois sur Seine en 1953. Nunca aprendió a leer ni escribir y, naturalmente, no sabía leer música ni había aprendido solfeo. Todo de oído, de vista y de corazón.
GABRIEL SÁNCHEZ
Manoir de mes rêves, la Marseillaise, interpretada por Django Reinhardt y Stéphane Grapelli: