Lecturas

¡Quiero ser Tom Sawyer!

Del placer como guía de lectura

Cuando alguien nos pregunta por las lecturas que nos resultaron más placenteras, las que marcaron en cierto modo nuestra vida lectora, solemos acudir a los libros que llegaron a nuestras manos en el umbral de la adolescencia, lecturas con las que nos topábamos generalmente por casualidad, y nos deslumbraron. Eran historias muy diferentes a los cuentos con los que nos entretenían de niños, llenas de aventuras excitantes que creíamos a nuestro alcance y devorábamos en soledad. En esas historias siempre había algún personaje con el que poder identificarse. Eso nos anunciaba nuevos rasgos de nuestro propio carácter, que hasta esas lecturas desconocíamos, pues el placer nos desvela. El poeta y crítico literario W. H. Auden entendió agudamente que las primeras lecturas se hacen “por placer, pero se trata de un placer indiferenciado, incapaz de distinguir, por ejemplo, el placer estético del aprendizaje o la ensoñación”.

Principalmente se trataba de eso, de soñar. Unos se hacían piratas en La isla del tesoro, otros descubrían su amor por los animales acompañando la dura vida de Colmillo Blanco; los futuros amantes de la ciencia ficción viajaban en globo o submarino de la mano de Julio Verne y los más pandilleros participaban en las correrías veraniegas de Los Cinco, que tan bien retrató Enid Blyton. Incluso algún caso conozco de alguno que se inició tempranamente en la sensualidad con Las mil y una noches. Hay muchos ejemplos, y cada uno tenemos el nuestro. Yo, por ejemplo, ¡siempre quise ser Tom Sawyer! El porqué no lo tengo del todo claro, pero sospecho que, más que por las aventuras que relata la novela, las andanzas junto a su amigo Huck Finn, incluida la incursión en el cementerio con un gato muerto como método para curar verrugas, lo que me pasó realmente es que me enamoré perdidamente de Becky Thacher, como le ocurre a Tom en la novela. La historia de ese amor, sus rupturas y los gestos de nobleza para conseguir el aprecio de ella quedaron grabados en mi memoria mucho más que las peripecias por la que pasan los personajes de esa intriga alrededor de un asesinato por un tesoro escondido en una cueva del que los protagonistas son testigos. Debí de ser más enamoradizo que aventurero.

A aquellas primeras lecturas, impactantes, placenteras, asombrosas, le sucederán otras muchas a lo largo de la vida del lector que también le deleitarán, aunque, irremediablemente, carecerán de esa fascinación provocada por el momento fundacional que supone descubrir que, a través de la literatura, se abren para nuestras vidas otras puertas, además de la de nuestra casa, por las que escapar a experimentar mundos distintos al real que el destino nos ha asignado, a conocer personas diferentes de las de nuestra familia, de las de nuestro colegio o nuestro barrio.

A ese momento irrepetible del descubrimiento, con algo de iniciático, le seguirán posteriores etapas en las que las lecturas vendrán guiadas (y obligadas) por la enseñanza, bien bajo la mirada pedagógica del profesor, bien por las recomendaciones de algún mentor al que reconocemos autoridad estética, o a través de aquellas obras elogiadas por nuestros escritores favoritos. Dejamos atrás la inocencia y nos afanamos en diferenciar el placer estético del de la ensoñación. Y no pocas veces nos obligamos a “paladear” esas obras que aparecen en el canon, no siempre con éxito.

Mark Twain

Algo así me ocurrió a mí con Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain. Años después de aquella lectura que recogía, amén de otras anécdotas, los amores de Tom y Becky, aprendí que para la historia de la literatura la obra magistral de Twain era, sin embargo, la que contaba las andanzas de aquel amigo de Tom: Las aventuras de Huckleberry Finn. No sospechaba yo a mis once o doce años, mientras, al borde de las lágrimas, leía cómo Tom se echaba la culpa de un error de Becky ante el maestro para recuperarla como novia, que sería Huck, el colega de Tom, el héroe de la “gran novela americana”; Huck (y no Tom) era el Odiseo de América para los eruditos, el secundario pasó a ser el protagonista principal, como pasó con Ulises respecto del Aquiles de la Ilíada. Esas aventuras de Huck Finn sería la novela germinal de la literatura americana que influyó en autores como Steinbeck, Dos Passos y Bellow; o en Faulkner, que se declaró heredero suyo. Hemingway llegó a decir que “toda la literatura moderna procede de ese libro”. Y el gran crítico norteamericano, Harold Bloom, sentenció que Twain consagra a su personaje en un himno: “el de la trinidad que forman la noche, la libertad y el río, tres emblemas de vitalidad (…) ningún otro personaje de nuestra tradición novelística es tan querible e influyente como Huckleberry Finn”.

Leí Las aventuras de Huck… años después, pero ya bajo la luz de estas enseñanzas magistrales, y el placer fue también intenso. Pero, a la vez, muy distinto. Norman Mailer contó en un artículo en el NYT, con motivo de que se cumplían cien años de su publicación, que no recordaba si tenía once o trece años cuando leyó por primera vez el Huckleberry Finn, pero sí que llegó a él después del Tom Sawyer y quedó desilusionado: “el personaje de Tom Sawyer, que me había gustado tanto en el primer libro, estaba cambiado, y ya no parecía buena persona”. Quizá a mí me había pasado lo mismo que a Mailer, o a Mailer lo que a mí: que se identificó con el Sawyer enamorado de Becky más que con el aventurero. A saber…

Con el paso de los años, otras lecturas entretuvieron nuestro tiempo y dieron satisfacción a nuestro gusto. Espías, comisarios, poetas desarraigados o revolucionarios, amantes pasionales o pícaros modernos. Con algunos llegamos a identificarnos, pero conscientes de que nunca viviríamos sus aventuras. Y hacíamos dobles lecturas, buscamos la metáfora.

Volviendo a Auden y su reflexiones sobre la lectura, decía éste que “después de los cuarenta, si no nos hemos perdido por completo a nosotros mismos, el placer puede volver a ser lo que era en la infancia: la guía más completa de lo que deberíamos leer”. No es mal consejo buscar el placer antes que cualquier otra enseñanza, que vendrá añadida, pero siempre que seamos conscientes de que si estamos buscando el placer original que nos deparó aquel libro, no lo encontraremos, porque Tom Sawyer ya nunca volverá.

ALFONSO SÁNCHEZ
                                                                                                             

Un comentario en «¡Quiero ser Tom Sawyer!»

  • ¿Y no te hubiera gustado ser Oliver Twist? Me fascina ese personaje y la patulea con la que convive.

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