Una orquesta, una pieza, un adiós
-Caballeros, ha sido un honor compartir esta velada con todos ustedes. A partir de este momento doy el concierto por finalizado.
Pero ningún músico se movió de su sitio. Eran las dos y diez de la madrugada. Una tenue luz, posiblemente la de algún farolillo que no se había apagado con la brisa marina que recorría la cubierta del barco a esas horas o tal vez los destellos blanquecinos que enviaba la luna en aquella noche despejada, iluminaba las caras serias y compungidas de los músicos.
-La última, maestro, dijo alguien.
Y comenzó a sonar el Nearer, My God, to Thee. Lo tocaron sin partitura y sin apenas ver dónde ponían los dedos en el mástil del violín o del cello. El piano hacía tiempo que ya no formaba parte de la orquesta. En aquel rincón de cubierta no era posible encontrar ninguno.
Los ocho integrantes de la orquesta se despidieron abrazándose. Cada uno intentó, a su manera, poner orden a sus ideas, sus recuerdos, sus vivencias, pues conocían el destino final que les esperaba. El barco estaba completamente escorado, las escenas de pánico se repetían por toda la cubierta, los botes salvavidas no daban abasto para evacuar a los pasajeros. Lo habían observado durante las dos horas largas de concierto, en un vano intento de tranquilizar al pasaje. Ellos, desde su responsabilidad, habían cumplido sobradamente su papel.
La famosa orquesta del Titanic ha pasado a la historia como símbolo de los más acreditados valores británicos: la entrega, el sacrificio, el estoicismo, una forma de sentir que las generaciones de la época parecían haber olvidado.
De los ocho integrantes de la orquesta, siete eran británicos. Sólo uno, Roger Bricou, era francés. Había sido contratada por la agencia Black Talent, de Liverpool. Las compañías navieras cedían esta responsabilidad (la de entretener a los pasajeros de los barcos en las grandes travesías) a agencias que se encargaban de reclutar a los artistas y pagarlos por los servicios prestados. No formaban parte de la tripulación. El director de la orquesta del Titanaic era Wallace Hartley, un violinista de 37 años. Además de Bricou, el grupo lo formaban Fred Clarke, P.C. Taylor, G. Krins, Theorore Brailey, Jack Humen y J. Woodward. Todos perecieron en el naufragio y tan sólo se pudieron recuperar tres cadáveres.
Según distintas versiones y testimonios, a las doce y veinte de la noche del 15 de abril, la orquesta se instaló en el salón de primera clase. Aquel día no estaba prevista ninguna actuación ni había sido convocado el tradicional baile nocturno. Toda la tripulación se había ido a dormir. Cuando sonaron las alarmas, el director Hartley llamó a los músicos con el fin de intentar calmar los ánimos de los pasajeros. El salón reunía las condiciones apropiadas para la actuación.
Cerca de la una y media de la madrugada, los músicos se trasladaron a la sala de los botes de la cubierta de popa, pues el salón de primera clase ya estaba completamente inundado. La casualidad hizo que pudieran arrumbar hasta allí un piano Steinway, con lo cual la música adquirió un aire un poco más festivo. Tocaron valses de Strauss, música de Sullivan… Piezas todas ellas muy conocidas con el fin de elevar la moral de los pasajeros que deambulaban de un lado a otro, intentando salir de la nave en cuanto fuera posible.
Pero la cubierta de popa comenzó a hundirse al mismo tiempo que se escoraba la proa. Y la orquesta decidió trasladarse a la zona que aún quedaba fuera de las fauces del mar. Allí, sin luz, los músicos se deshicieron de las partituras y tocaron de memoria las piezas que todos conocían. Hasta que llegó el momento fatídico de la despedida.
El cadáver del director, Wallace Hartley, fue encontrado abrazado a su violín. Había sido un regalo de su prometida y llevaba una inscripción: “Para Wally con motivo de nuestro compromiso”. Parecía una premonición, pues el verdadero compromiso del director de la orquesta fue la de amenizar la trágica velada hasta el último momento.
Y una nota final: los detalles de las últimas horas de los miembros de la orquesta se han obtenido de los testimonios recogidos en el libro “El Titanic”, obra del periodista Geoff Tibbals y de las declaraciones que Mary Hilda Slayter, superviviente del naufragio, hizo al diario norteamericano Worcester Gazette de Massachusetts el 19 de abril de 1912.
GABRIEL SÁNCHEZ
Nearer, my God, the Thee, (de la película Titanic de James Cameron, 1997), interpretada en el momento de su hundimiento.
Muy bueno. El Titanic, navega y se hunde de nuevo, a manos de Gabriel Sánchez. Un relato que añade nuevas matices a todo lo sabido del famoso barco, construido y concebido para perdurar.