Andanzas de un piernas
La historia de un pícaro moderno contada por él mismo
No creo que responda a la casualidad que el periodista de TVE Paco Pérez Galán haya iniciado su carrera como novelista con una historia de tintes humorísticos, mucha ironía, en la que las peripecias del protagonista, Luis Blas Blas (un acierto el nombre, funciona bien en el relato), nos lleva a vivir unas inquietantes aventuras por las que caminan desde la golfería superviviente de unos chavales, potenciales delincuentes, a un empresario que ya lo es (delincuente) pero no se considera como tal, pues todo es negocio para él, ganancia rápida y dinero a buen recaudo. La novela transcurre en la España del tiempo histórico que va de la Transición hasta la llegada de los socialistas al gobierno, época de cambios sociales y zozobras políticas, de expectativas de progresos y pelotazos, y mucho dinero viajando en distraídas maletas; tiempo de esperanzas colectivas y sus correspondientes desengaños y, sobrevolando, el miedo a una vuelta atrás. Una época idónea para estas andanzas en las que no podían dejar de aparecer policías y jueces no siempre a la altura de la rectitud social que se les supone, intermediarios de estilos mafiosos y cónsules corruptos (en Suiza, claro). Y como ingrediente complementario, esa parte del periodismo ejercido por individuos en busca del estrellato y de mucho postureo, que el lector avezado podrá conjeturar si el parecido de alguno de ellos se corresponde con personajes de carne y hueso o solo responden “a una mera casualidad”.
La experiencia como periodista de Pérez Galán en el campo de la justicia, lo que se llama coloquialmente un reportero de Tribunales, y su especialización después en el terreno de la información económica, siempre en TVE, más la experiencia acumulada en su ya vida madura, nutren de conocimientos y anécdotas la trama de la novela. Para algún lector puede que alguna de esas anécdotas resulte algo innecesaria, pues hay bastantes, y no le faltaría razón del todo, pero no nos desvían del hilo central de la historia a la que se vuelve de inmediato, lo que es importante para el ritmo del relato. Y es que, vaya por delante, el pulso sintético del periodista se percibe en la brevedad con que trata de introducir cada personaje y situación, así como en la división en breves capítulos del relato, lo que facilita una lectura ágil. Se nota que la habilidad de contar una historia en un minuto de televisión, tiempo al que se ve constreñido el periodista audiovisual, es un buen ejercicio para mantener también el ritmo en la ficción.
En una entrevista recogida en Elescritor.es, con motivo de la publicación de la novela, el autor declara su interés por el papel del antihéroe, del personaje anónimo al que define como un “peatón de la historia”, que a menudo deviene en pícaro, un clásico en la tradición literaria española. En el comienzo de la novela: “Me llamo Blas Blas, Luis Blas Blas, como mi padre y mi abuelo, y soy el sexto de nueve hermanos (…) Los primeros pasos laborales los encaminé hacia el sector servicios porque me parecía menos esforzado que el industrial”, resuena el eco de los relatos picarescos. Un ejemplo podría ser La vida del Buscón, que empieza con un: “Yo, señora, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero…”. Referencia al padre que también hará Blas Blas, para informarnos que, a pesar de franquista, fue buena persona y apreciado por el pueblo pues “al correr de los años, ya muerto y enterrado (…), le dedicaron una calle y todo a aquel maestro, que había impartido capones, las primeras letras y las cuatro reglas, a unos muchachos y muchachas que desde bien pequeños sabían lo que era la siega y la trilla, cómo paría una vaca (…) y que la pobreza se convirtiese en miseria”.
Pérez Galán dice en la citada entrevista que ha tratado de huir de cualquier moralina y de dar clases de ética, que su intención ha sido la de contar una historia clásica, en clave de humor, con su planteamiento, nudo y desenlace y que entretenga al lector. Efectivamente, no es “una novela de tesis” o ideológica, algo que se agradece, lo que no nos impide hacer una lectura moral de los sucesos que se cuentan y del comportamiento de los personajes que los protagonizan. Y esa lectura, al menos para quien escribe esta reseña, nos muestra una visión un tanto pesimista de la condición humana, un mundo en el que el poder del dinero, por cómo lo facilita al que lo tiene, o por cómo fascina al que lo anhela, parece ser imbatible como dueño y señor.
Veamos un ejemplo. Avanzado su relato, Luis Blas Blas, “el piernas” (títere, persona sin autoridad ni relieve, según la Rae, por su incapacidad de hacer las cosas bien) comparte la siguiente reflexión con los lectores: “…no se explicaba cómo podía haber cometido estos desmanes. Una vez más pensé que una cosa no es incompatible con la otra y que la inteligencia al servicio del mal es una opción posible y no infrecuente”. Es obvio que a menudo la inteligencia trabaja al servicio del mal, pero el matiz de la reflexión en la historia es que Blas Blas ¡no se está refiriendo a sus propias “andanzas” (dejémoslas en) ilegales!, sino a las de un destacado comisario de policía que urdió una trama para hacerse con el botín de los atracos perpetrados por delincuentes. Podríamos decir aquello de que Blas Blas ve en ojo ajeno… A nuestro protagonista no le falta inteligencia para urdir trapicheos y ejerce la autoridad sobre sus “colegas” de fechorías si es preciso; y comparte esa visión de largo alcance cuyo fin es hacerse con el dinero suficiente, hacerse rico, y no trabajar más: “Somos un país de rentistas frustrados”, sentencia, justificándose, Blas Blas, a la vez que se permite ironizar sobre las creencias de uno de los personajes de peso en la historia y en su vida, de la que dice que es “una persona de principios, creía en la educación como herramienta base de la transformación social y esas cosas; en el esfuerzo personal, el mérito y la igualdad de oportunidades.”
El protagonista de Andanzas de un piernas viaja por distintos países europeos, donde pasa por trances divertidos y tiene algún hallazgo feliz para delinquir (para no revelar más digamos solamente que la evasión de capitales es el motor de la historia), y también viaja a Brasil por la mismas necesidades del negocio. En esa parte de la historia, el autor-periodista suplanta en algunos tramos al narrador y nos deleita con disquisiciones sobre el café, el negocio del campo y la bondad de sus playas. Tampoco faltan a lo largo de la historia agudas reflexiones críticas sobre el arte pictórico de Blas Blas, a quien no imaginábamos tan versado en arte, aunque él niegue que lo sea, por lo que bien pudiera haber sido ilustrado en arte, sin compartirlo con el lector, gracias a la relación con esa novia culta, que trabaja fuera de España, actúa con sensatez, y ejerce, digámoslo de paso, de contrapunto moral, y cuyo desenlace no debo desvelar aquí.
Pérez Galán cita, entre los que podrían ser sus influencias, a escritores como Camba, Delibes, Cela, Umbral y Mendoza. No va desencaminado, pero creo que Cela y Mendoza son los que más resuenan en esta “comedia ligera”, como le gusta llamar el autor a su primera novela. Aunque por encima de esa influencia moderna sigue pesando la tradición picaresca española.
Quevedo dejó a su Buscón planeando irse a la Indias “a ver si mudando mundo y tierra, mejoraría mi suerte. Y fueme peor (…) pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”. Sírvale al autor esta reflexión por si tiene en mente divertirnos con una segunda parte de las Andanzas de Blas Blas, como ha conseguido con esta primera. O si lo desea, déjele en lo suyo, tratando de pasar de villano a caballero, lo que hoy se traduciría de ser “un piernas” a empresario, y lo mismo nos lo encontramos, en vez de en Brasil, en China, y hablando no de café sino de mascarillas a buen precio y mejor comisión. Otro negocio.
ALFONSO SÁNCHEZ
Muy buena esta reseña, que anima a disfrutar inmediatamente de las aventuras de los numerosos «chorizos» que nos rodean y nos acompañarán siempre por los siglos de los siglos.