Lecturas

Sueños de alondras y búhos

Toda una vida madrugando y no me había enterado de que a los que nos despertamos al alba nos llaman alondras. A los otros, a los de “poco madrugar y mucho trasnochar”, se les dice búhos, apelativo más ajustado, me parece a mí. Y existe un tercer grupo, que no está muy definido, el de los que pueden moverse con facilidad entre madrugar y trasnochar, y que es mayoritario, que serían los colibríes, vaya usted a saber porqué. Esto tiene que ver –leo en la Wikipedia– con el denominado cronotipo, que se formula en función del particular ciclo circadiano de cada uno, básicamente la adaptación a la luz y temperatura exterior. Durante siglos, desde Aristóteles y Galeno, se pensó que el medio ambiente imponía su ley y rutina a los seres vivos, que respondíamos a esos factores exógenos, pero resultó que no era así. Los estudios de Dortus de Mairan, en el siglo XVIII, y otros posteriores, lo rebatieron. En 1960, el biólogo rumano Halberg puso nombre al descubrimiento: ciclo circadiano, derivado de los términos latinos circa (alrededor) y diem (día).

Para no pocas personas, el dilema existencial consiste en madrugar o no madrugar. Y la elección pocas veces está en su mano, por lo que deben traicionar a su cronotipo. Al menos durante la etapa estudiantil y laboral. Solo al final del trayecto, con la jubilación, la respuesta queda en su mano. El mercado laboral manda, ¡ese sí que es un factor exógeno determinante! Un viejo refrán ya lo advertía: “A misa temprano nunca va el amo”.

Pero el hallazgo del cronotipo rompió con un cliché. Levantarse temprano no era un suplicio para todo el mundo. Algunos lo prefieren. Al escritor japonés Haruki Murakami se le cita como ejemplo de escritor alondra por su carácter madrugador cuando se trata de escribir: “Me levanto temprano por la mañana, a las 4 en punto me siento en mi escritorio y todo lo que hago es soñar”. 

Se entiende que, aunque sea a esa nebulosa hora, habla de soñar despierto: “Tienes que soñar intencionalmente. La mayoría de las personas sueñan cuando están dormidas. Pero para ser escritor, tienes que soñar intencionalmente mientras estás despierto”. 

El poeta Paul Valery escribía todos los días de cuatro a siete de la mañana por considerar que se trataba de la “hora pura y profunda”, y Ernest Hemingway se levantaba con las primeras luces del día para ponerse a trabajar, a pesar de su fama de trasnochador y de juerguista, por lo que, en alguna ocasión, a buen seguro, lo haría con resaca. Pero fiel a su oficio (y a su cronotipo) mostraba una férrea voluntad: “Cuando trabajo en un libro o en un cuento escribo cada mañana tan pronto como pueda hacerlo, después de la primera luz del día. No hay nadie que te perturbe y hace frío, y vienes a tu trabajo y te calientas mientras escribes”.

Pero existe, no nos engañemos, la idea romántica de que la noche es el territorio de la escritura. Se dice que Silvia Plath escribió sus mejores poemas por la noche. También Balzac escribió durante interminables noches sus impíos retratos de la burguesía francesa. Bueno, según parece, Balzac escribía a todas horas.

Pero el escritor emblemático de la noche es Kafka, a quien el insomnio le procuró largas horas nocturnas de una extraña e hipnótica lucidez, entre la vigilia y el sueño, para captar estados anímicos y palabras inaccesibles. “Mi insomnio solo oculta un gran temor a la muerte. Tal vez temo que mi alma, que cuando duermo me abandona, no pueda regresar al despertar”, dejó escrito en una de sus cartas, una idea que reiteraría en los Diarios: “Tal vez haya otras formas de escritura, pero solo conozco esta. En la noche, cuando el miedo me impide dormir”. El miedo a no saber diferenciar lo soñado estaba pues en la literatura de Kafka. Nada más aterrador que dormir, si se corre el riesgo de despertar y descubrir que estábamos soñando. 

“La literatura no es más que un sueño dirigido”, decía Borges, que en palabras de Murakami es “el sueño intencionado”. 

Pero, como decía más arriba, la mayoría de los humanos responden al cronotipo colibrí. Se calcula que la mitad de la población. La otra mitad se la reparten a partes iguales alondras y búhos. Flaubert, Simone de Beauvoir, Navokov, Joyce… escribían por la tarde, principalmente. Les podemos tildar de colibríes.

Aunque luego está la edad, un factor endógeno a tener en cuenta. Si para escribir primero hay que vivir (y leer, sobre todo leer), las distintas horas del día ofrecen diferentes experiencias que acumular a lo largo del tiempo para alimentar la imaginación, ese “sueño dirigido”. El poeta que era Borges de joven buscó la inspiración allí donde la vida empezaba con las primeras luces nocturnas y los primeros acordes del tango. El colombiano William Ospina señaló esta coincidencia: “Nacieron en el mismo lugar y por la misma época. Una suerte de extraña y ambigua fraternidad unió a Borges y a su poesía con el tango, la música de los arrabales de su ciudad. Al comienzo, la literatura de Borges buscaba lo mismo que el tango, captar la extrañeza de la ciudad humilde y vieja, el enjambre de los destinos humanos sacudidos por la pobreza y por el arrabal, el malevaje que montaba guardia en las esquinas, un mundo bravo y elemental en el que se podía sentir el sabor de la épica”. 

Todo esto (nos) ocurría por la noche. Y Borges era joven (y nosotros también lo fuimos). Con el paso del tiempo lo dejaría magistralmente registrado el argentino: “En aquel tiempo, buscaba atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas, el centro y la serenidad”. Esto lo escribió Borges para el prólogo de la edición de Fervor de Buenos Aires en 1969. La primera edición data de 1923. Habían transcurrido cuarenta y seis años desde “aquel tiempo”.

Después de haber indagado sobre este asunto no dejo de preguntarme qué hora del día sería la ideal para escribir si es que en algún momento me decidiera a hacerlo. Aunque, lleno de dudas, también sopeso si sería un consuelo, ante un previsible fracaso, culpar a mi cronotipo incierto de ello y no a una insospechada falta de talento.

ALFONSO SÁNCHEZ

2 comentarios en «Sueños de alondras y búhos»

  • De los búhos puedo decir, tras larga experiencia, que el día parte con desventaja a veces inalcanzable.

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  • Parece ser que hay algunos, quizás muchos que no creen en el cronotipo. Y también parece que los escritores trabajan a cualquier hora, según el gusto de cada cual. Se puede elegir.
    La reflexión final tiene mucha miga. ¿Por qué adelantar el fracaso? Y sobre todo, ¿a qué consideramos fracaso?

    Respuesta

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