La Noticia

Sardinas en lata

Metro de Japón (F. Ungaro)

Cada día, más de 167 millones de personas, que se hayan contabilizado, viajan en redes de metro de todo el mundo. Dicho de otra manera, es como si un día, casi todos los habitantes de España, Francia y Reino Unido hubieran desaparecido de la superficie terrestre, nunca mejor dicho, porque estuvieran bajo tierra sentados en vagones o de pie apretujados en esas horas punta trasladándose de un lugar a otro por decenas de cientos de túneles. El mundo convertido en un queso gruyere.

Da un poco de impresión, y de grima, solo de pensarnos como gusanos o topos circulando kilómetros y kilómetros en la oscuridad por esos túneles subterráneos a muchos metros bajo tierra, como el de la estación Arsenalna, en Kiev, que se hunde a más de 105 metros de profundidad. Los avances tienen a veces esas cosas, dan aprehensión al imaginarlos, pero satisfacción al conocer sus ventajas.

No hay nada más cómodo para llegar a su hora –por norma general- que el metro: sin semáforos, sin atascos; es rápido y económico. Es verdad que en horas punta se puede viajar como sardina en lata, pero es lo que tiene que seamos muchos o que no nos pongan suficientes vagones. Los metros con mayor número de pasajeros hoy en día son los de Seul, Pekín, Shangai, Tokio y Moscú. En las dos primeras ciudades, con más de 8 millones de pasajeros por día. Seguramente las sardinas en lata no son iguales.

Quienes no pudieron imaginar este trajín ferroviario, por mucha visión que tuvieran, fueron los proyectistas de las primeras líneas de metro.

El primer metro

El metro más antiguo del mundo es el de Londres. Pensado en la década de 1830 y construido en 1862, el primer tramo se abrió al público en enero 1863 y cubría el trayecto entre Paddington y Farringdon. Utilizaba vagones de madera iluminados por gas, arrastrados por locomotoras de vapor. Desde el día de su inauguración, con 38.000 viajeros, fue un éxito.


Viaje de prueba del metro de Londres, realizado el 24 de mayo de 1862 (Hulton Archive)

Ahora, es el undécimo sistema de metro más transitado del mundo y maneja alrededor de 4,8 millones de pasajeros diarios. Sus más de 400 escaleras mecánicas del metro londinense recorren cada semana la distancia equivalente a dos veces la vuelta al mundo. El diseñador del emblemático mapa del metro, tan imitado, fue el ingeniero Harry Beck, que se basó en un diagrama de un circuito eléctrico.

El suburbano de Londres, conocido como The Tube por la forma de sus túneles, tiene decenas de anécdotas. Se dice que la estación de Aldgate, en las líneas Circle y Metropolitan, está construida sobre una enorme fosa de la época de la peste, donde hay enterrados más de mil cadáveres. La fauna que se ve en la red del tubo contabiliza pájaros carpinteros, ciervos, gavilanes, murciélagos, serpientes de hierba, tritones crestados y gusanos lentos.

Luego están las leyendas: Se cree que el fantasma de William Terris, que falleció cerca de la estación en 1897, está presente en Covent Garden.

Y también tenemos algunas noticias falsas o fake news: Se dijo que el primer bebé nacido en el metro se llamaba Thelma Ursula Beatrice Eleanor (de modo que sus iniciales se leerían TUBE), una historia falsa ya que su nombre era Marie Cordery.

En 2017, siempre atentos al devenir de los tiempos, en sus anuncios por megafonía el Metro londinense decidió cambiar el clásico “señoras y caballeros” por un “hola a todos” a fin de ser más neutro e inclusivo.

La crónica de París

Con el objetivo de modernizar la ciudad, en París también se decidió construir una red de metro. Al mando estaba Fulgence Bienvenue. No llegaron por tres meses a la apertura de la Exposición Universal, pero se consiguió realizar el primer viaje el 19 de julio de 1900.

Los comienzos del gigantesco proyecto fueron muy criticados. El prefecto de la Región del Sena, el abogado Eugène Poubelle se quejaba, en vísperas de la Expo Universal, que en lugar de promover majestuosos hoteles para acoger a visitantes distinguidos de todo el mundo, “la capital se resignase a dejar que se construyera el trenecito de los pequeños parisinos, el metro de los radicales socialistas, el juguete electoral de los intereses miopes, para los trabajadores de la pequeña industria, los tenderos, los vinateros del pequeño comercio y los coros de modistillas de domingos en los barrios de París”.

Metro de Paris 1900 (La Figaro)

No todos eran tan críticos. Le Figaro publicaba el 19 de julio de 1900 un artículo de Charles Chincholle que había acompañado el día anterior al director de Obra de París en una primera inspección de la Metropolitana. Chincholle calificaba la construcción de los túneles de “casi milagrosa” y describía los vagones de la siguiente manera: “Los vagones de primera clase tienen 30 asientos, los de segunda 32 y 10 de pie; no hay terceros. El asiento de primera clase cuesta 0,25, el de segunda 0,15. Por esta pequeña suma, se puede hacer todo el viaje, pero sin conexión. Varios vagones son mixtos, es decir, contienen tanto 1ª como 2ª. Los coches son muy cómodos. Una alfombra recorre la longitud de los vagones de primera, cuyos asientos están revestidos de marroquinería. Los asientos de segunda son de varillas de pino y roble, alternadas, describiendo curvas muy suaves para el respaldo y la pierna (…). Las puertas, que son todas correderas, se abren a ambos lados del vagón. Se entra por un lado y se sale por el otro”.

Chincholle continua su crónica calificando de muy feliz cierta innovación: “En cuanto pase por una estación, un cartel luminoso le indicará el nombre de la siguiente lo que permitirá a los pasajeros prepararse para bajar y dirigirse a las puertas de salida. Esto sin duda acortará las paradas, lo que es importante, especialmente en los días festivos, cuando es probable que haya muchos pasajeros”.

Y aunque recordaba las críticas, chanzas y hasta canciones burlonas contra la Metropolitana, intuía que el nuevo metro “será el preferido por los parisinos y atraerá a la mayoría de la gente”. Cuánta razón tenía.

La “filomena” de Nueva York

La conocida como la Gran Ventisca de 1888 fue la causa de que en Nueva York se empezara a pensar en un sistema de transporte bajo tierra. Fue una de las peores tormentas de nieve que han azotado a los Estados Unidos. Una “filomena” que provocó que el transporte ferroviario dentro y fuera de la ciudad de Nueva York quedara bloqueado e inutilizado durante días.

Los ingenieros comenzaron por enterrar cables de teléfono y telégrafo y acabaron construyendo 9,1 millas de línea de metro subterránea.


El alcalde George B. McClellan está en la primera fila, en el extremo derecho. (Foto del New York Times)

El primer viaje se realizó el 27 de octubre de 1904. El entonces alcalde George B. McCellan utilizó una palanca de plata maciza (que está expuesta en la Sociedad Histórica de Nueva York) para poner en marcha el primer vagón. Sólo debía arrancar la máquina, pero McCellan estaba tan entusiasmado que condujo el vagón hasta Harlem. El metro se abrió al público a las 7 de la tarde de esa noche y, por la mañana, más de 100.000 personas habían viajado en el nuevo sistema.

Madrid, 1919

En España, el primer metro se construyó en Madrid unos años después, el 17 de octubre de 1919, y el primer trayecto transcurrió desde la céntrica Sol hasta Cuatro Caminos, con un total de 8 estaciones y 3,48 kilómetros. El rey Alfonso XIII asistió a la inauguración, de lo que dejó constancia una fotografía de Julio Duque para ABC en la que, desafortunadamente, salió con los ojos cerrados. Especialistas del periódico tuvieron el detalle de “abrírselos”, retocando la imagen para su publicación el día siguiente.

Inauguración del metro de Madrid (foto sin retocar) en 1919 (F: Julio Duque/ABC)

En Madrid, este trayecto fue una revolución, así se decía que los “madrileños pudieron ganar calidad de vida al emplear diez minutos para saltar de Sol a Cuatro Caminos, en lugar de los 30 que tardaban a pie”.

Muy poco después, el metro llegó a Barcelona. Su éxito se extendió a Valencia, Bilbao, Sevilla, Málaga, Granada y Palma de Mallorca.

Como curiosidad, el metro de Shangai, con sus 743 kilómetros de longitud, es el más largo del mundo. Pero el más bonito es el de Moscú. Eso dicen.

Ana Amador

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