Monumento a la amistad
El viajero que se inicia en el valle del Roncal comienza su andadura en Burgui, el primero de los siete pueblos que están llamando a la puerta del alto Pirineo, en la raya con la provincia de Huesca por el Este y a un tiro de piedra de la frontera francesa, por el Norte. La carretera, cañada ayer para el paso del ganado lanar, sustento primitivo de los habitantes del valle, discurre paralela al rio Esca, afluente del Ebro, que serpentea juguetón entre peñas pulidas ya por el paso del agua. Luego se suceden Vidangoz y, a la derecha, Garde. El viajero sigue la ruta y se topa con un monumento funerario de gran belleza. Se ve desde buena parte del valle por su grandiosidad y esplendor. Además, su ubicación, en un promontorio natural, le da un empaque de atalaya desde la cual se divisa el río, el puente, la carretera, las casas y el humo que surge de sus chimeneas en las frías noches invernales roncalesas. Estamos en Roncal, el pueblo que da nombre a todo el valle. Y el monumento atalaya es el mausoleo del tenor Julián Gayarre. No hay que preguntar por la obra de arte, está a la vista.
Julián Gayarre, mocetón oriundo de Roncal, nació en 1844. De familia campesina, abandonó la escuela cuando realizó los estudios primarios y se fue a los rediles de la Mesa de los Tres Reyes a cuidar ovejas. Tenía 13 años. El oficio de pastor le daba para ganarse la vida y aportar jornal a la familia. Pero el valle se le quedaba pequeño y dos años después probó fortuna en la capital, Pamplona, como dependiente de un pequeño establecimiento. Un día vio desfilar a una banda de música por la calle donde estaba ubicado el comercio y, como las ratas de Hamelín, se fue detrás de ella. Primer contacto con la música y despido fulminante por parte del dueño de la tienda. Vuelta al Roncal. Lumbier, pueblo en las estribaciones del valle del Salazar, le acogió como herrero. No se le daba mal la fragua y decidió volver a Pamplona para trabajar en una forja. Mientras moldeaba el hierro candente, Gayarre cantaba y cantaba. Un compañero, con buen oído, le propuso entrar en el recién creado Orfeón Pamplonés. El maestro Joaquín Maya, nada más escuchar la voz del herrero, le colocó de tenor. Aprendió solfeo siguiendo el método de otro navarro ilustre, Hilarión Eslava, quien le ayudo a estudiar en el conservatorio de Madrid, gracias a una beca que el maestro de Burlada le consiguió y donde en 1868 obtuvo el segundo premio de canto. En el conservatorio coincidió con el maestro Joaquín Gaztambide, quien le rechazó como alumno suyo (famosas son las zarzuelas de quien da nombre a una calle en Madrid, pero oído, lo que se dice oído, debía tener poco). Pero el joven tenor no cejó en su empeño y gracias a amigos y compañeros de canto pamploneses consiguió una beca para estudiar en Milán. Italia, la cumbre del bel canto, le abrió los caminos del éxito, consiguiendo triunfos clamorosos como tenor. Y a partir de ahí, Roma, San Petersburgo, Moscú, Viena, París…. Pero Gayarre jamás olvidó sus orígenes y su Roncal del alma.
En Roma conoció a un joven escultor que tenía estudio en la ciudad eterna: Mariano Benlliure. Entre los dos nació una estrecha amistad, a pesar de los casi 20 años que les separaban. Benlliure admiraba la voz de Gayarre y el tenor se estremecía ante la obra escultórica del artista valenciano. Tanto es así que hicieron una apuesta que debían comprometerse a cumplir, más allá del paso de los años. Si Gayarre moría primero, Benlliure le esculpiría un mausoleo en el que descansaran sus restos. Y si era Benlliure el primero en despedirse de este mundo, Gayarre le cantaría la misa de réquiem.
En diciembre de 1889, Julian Gayarre accedió a cantar en Madrid Los pescadores de perlas, la ópera de Bizet. Estaba enfermo, sufría de bronconeumonía, pero no podía defraudar al público madrileño. Cuando el tenor atacó una nota aguda se le quebró la voz y sufrió un desvanecimiento en el escenario. Nunca se recuperó ni de la bronconeumonía, que le producía alta fiebre, ni de la depresión provocada por el fiasco en la última actuación. Murió el 2 de enero de 1890. Tenía 45 años de edad.
Y Benlliure cumplió su compromiso y al año siguiente empezó a diseñar los bocetos del mausoleo. Comenzaba así la obra funeraria de Benlliure. El monumento a Gayarre es el único en el que no aparece el retrato del fallecido. La obra quedó finalizada en 1897, pero no se instaló en la localidad donde había nacido el tenor hasta cinco años más tarde. ¿Por qué el retraso?
Benlliure, orgulloso de su obra y con el permiso de la familia, exhibió el mausoleo en salones y exposiciones artísticas. Incluso ganó la medalla de honor de escultura en la Exposición Universal de Paris de 1900, donde fue calificada como “triunfo total”. La Reina Regente María Cristina mostró su interés en que la obra fuera instalada en la plaza de Isabel II, frente al Teatro Real, en Madrid. Pero la familia se negó y, finalmente, se impuso la lógica, la cordura, la razón y el deseo de Gayarre, y el monumento funerario fue instalado en Roncal en 1901. Los restos del tenor allí reposan, mirando al valle. Bueno, los restos completos no. Antes de ser embalsamado el cuerpo, se le extirpó la tráquea. Se quería comprobar la fuerza de esta parte fundamental de la garganta que tan portentosamente paseó por los mejores escenarios del mundo.
GABRIEL SÁNCHEZ
Alfredo Kraus interpretó al tenor español Julián Gayarre en la película de 1959 del mismo nombre, que dirigió Domingo Viladomat. Aquí interpreta al tenor mientras trabajaba en la forja.