Aplausos para un espadón sanguinario
¿Es merecedor un sanguinario represor, martillo de libertades y derechos de los ciudadanos, de un reconocimiento y homenaje en forma de pieza musical? Pues parece ser que sí; y encima, con aplauso de propina, año tras año.
Joseph Wenzeslaus, conde de Radetzky, fue un militar austriaco, nacido en la localidad de Trebnitz, en la región de Bohemia en año de gracia de 1776. Perteneciente a una familia de la aristocracia imperial de la rama de los Habsburgo, desde muy joven sintió pasión por las armas. Combatió contra los turcos y los franceses y desempeñó un papel muy destacado en la ofensiva que los aliados europeos prepararon contra Napoleón, siendo un héroe de la batalla de Leipzig en el año 1813. Cuando los territorios italianos de Venecia y Milán pasaron a formar parte del Imperio Austro-Húngaro, el militar, ascendido a mariscal, fue destinado al norte de Italia con el fin de reprimir las revoluciones nacionalistas y liberales de los italianos, que derramaban su sangre por conseguir la independencia de la región y desvincularse de las garras opresoras austriacas. Y Radetzky no lo permitió. Reprimió con saña los levantamientos, venció en combate al rey Alberto I de Cerdeña y restableció el dominio sobre la Lombardía y el Véneto, anulando el único estado italiano que podía hacer frente al poder austriaco.
Su fama llegó a todos los rincones del Imperio. Radetzky simbolizaba el honor y el nacionalismo de Austria. Un arriesgado mariscal que velaba por los intereses de su país para que siguiera dirigiendo los designios de la Europa del siglo XIX, grande, poderosa, arrogante. Agasajos, felicitaciones, homenajes, regalos… ¡Viva el Mariscal! A este júbilo se unió un compositor discreto de valses y polkas, Johann Strauss, de medio pelo, en una sociedad que admiraba a Bruckner o a Von Suppé y que recordaba a figuras de la música como Schubert o Haydn o Mozart. Para ganarse el favor de los que adulaban a Radetzky, y al propio mariscal, compuso una marcha militar en su honor: la Marcha Radetzky. ¡Qué éxito, señores! La partitura, que utilizó como base una antigua canción popular vienesa, llamada “Tinerl-Lied”, fue compuesta en 1848 y pronto se convirtió en un himno nacionalista que era tatareado por todo el pueblo, en honor al militar que había sido capaz de poner a los revoltosos en su sitio. A todos los revoltosos.
Cuando a finales de 1848 y principios de 1849 comenzaron en Austria las revueltas populares, encabezadas por los liberales que cuestionaban el sistema absolutista del emperador Fernando I y su mano derecha, el canciller Metternich, el mariscal Radertzky utilizó los mismos métodos opresores que había usado para aplastar a los italianos. La diferencia estaba en que, en esta ocasión, fueron sus propios compatriotas quienes sufrieron las terribles consecuencias de la represión. Y en ese momento, la marcha se convirtió en un símbolo retrógrado y su autor tuvo que soportar duras críticas, reproches e incluso insultos de una parte del pueblo austriaco que lo calificó de reaccionario. El autor de medio pelo murió ese mismo año de 1849, no se sabe si del disgusto.
La marcha, más allá de las connotaciones políticas de la época, es una pieza de gran belleza y sonoridad, consta de tres partes, siendo iguales la primera y la tercera y pone el broche final al concierto de Año Nuevo que cada 1 de enero ofrece la Orquesta Filarmónica de Viena en su sede, el Musikverein, y al que invita a un director de prestigio para que elija el repertorio y marque las pautas de comportamiento de los músicos. Desde 1946 la partitura que se interpretaba no era la original, sino una versión que en 1914 hizo el austriaco Leopold Weninger. Este compositor se afilió en la década de los años 30 al partido nazi, realizando numerosas composiciones en las que exaltaba el régimen de Hitler en su ideario antisemita y xenófobo.
La Filarmónica de Viena no parecía tener memoria histórica y estuvo tocando la pieza adaptada por el admirador de Hitler hasta 2020. Ese año, el director Andris Nelsons decidió revisar la partitura y desterrar del pentagrama todo lo que oliera a marcialidad nazi. El resultado fue una obra mucho más festiva y menos marcial.
Tal vez habría que preguntarse qué aplauden los asistentes al concierto año tras año: ¿Al autor? ¿Al personaje cuyo nombre da título a la obra? ¿Al nazi que la manipuló en 1914? ¿A Andris Nelsons que la dignificó? ¿A la orquesta?
Pensemos que el aplauso es el reconocimiento a la buena música que suena cada día de Año Nuevo, como un gesto premonitorio de que la música siga inundando nuestra vida durante todo el año.
GABRIEL SÁNCHEZ
Concierto de Año Nuevo 2020. Marcha Radetzky dirigida por Andris Nelsons: