Obras de fantasía y miedo
Para distinguir la literatura fantástica de la ciencia ficción un viejo profesor de Lengua y Literatura tenía la siguiente fórmula: “En el género ‘fantástico’ los animales hablan, en la ciencia ficción no”. Se me quedó grabada aquella lección del bachillerato. Evidentemente, aunque no deje de ser cierta, la regla es incompleta. Con mayor rigor se ha escrito que, si bien en ambos casos, fantasía y ciencia ficción, ocurren hechos extraordinarios, imposibles en el momento en que se describen, en la ciencia ficción se explican esos fenómenos mediante la utilización de leyes físicas o avances de la tecnología, luego persiguen basarse en la razón. No así en el caso de los acontecimientos fantásticos o sobrenaturales, que apelan al mundo de la magia. El guionista de televisión Rod Serling, que algo sabía de esto, dejó una frase esclarecedora: «la ciencia ficción hace lo improbable posible, mientras que la ficción fantástica hace lo imposible probable». O sea, que los animales hablen.
Pero tampoco se agotan ahí las posibilidades, pues hay un denominado “fantástico cotidiano” que quizá inauguró Kafka en La metamorfosis. Julio Cortázar, autor de memorables cuentos considerados fantásticos, se mostraba incapaz de establecer con precisión el límite entre lo fantástico y lo real: “Mis cuentos son reales”, decía, “comienzan en un sitio determinado y le pasa a gente como nosotros. En un momento hay la invasión de lo fantástico. Yo la sufro, y el cuento funciona entonces como catarsis. Creo haberme librado de algunas neurosis escribiendo algunos cuentos fantásticos.»
Viene esto a cuento porque andamos de obras en casa desde hace ya casi un mes y parece que durarán otro tanto, aunque ya no lo sabemos a ciencia cierta. En el desbarajuste que toda obra supone, tanto de la casa como del espíritu de uno, me topé de manera reveladora con una antología de cuentos de Cortázar y releí el que tiene por título Casa tomada, por parecerme que venía al pelo. Es la historia de dos hermanos que viven en una casa grande que ha pertenecido a diversas generaciones de familiares. Un día comienzan a oír extraños sonidos en algunas habitaciones, susurros, la caída de algún objeto, por lo que van cerrando esas estancias, dejan de visitarlas, a la vez que ellos se encierran al otro lado de la casa, una parte de la vivienda que se les va empequeñeciendo según avanzan esos ruidos extraños. Finalmente deciden abandonar la casa y tiran la llave a una alcantarilla.
Cortázar animaba a no buscar una definición preceptiva de lo fantástico en la literatura o fuera de ella y recomendaba que “cada uno consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias, y se plantee personalmente el problema de esas situaciones (…), de esas llamadas coincidencias en que, de golpe, nuestra inteligencia tienen la impresión de que las leyes a que obedecemos habitualmente no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción”.
Por las obras, como decía, nuestra casa también parece ahora tomada. Desde el principio acordamos que nos quedaríamos a vivir mientras se hacían las reformas previstas, interrumpiendo lo menos posible; y viceversa. Nosotros hemos venido cumpliendo a rajatabla el pacto: no pisamos por donde no se debe; nos encerramos en una habitación casi todo el día y solo entramos en la cocina si es imprescindible; lo mismo en el váter. Si ellos están cumpliendo su parte no lo puedo asegurar porque en cierto modo he olvidado los términos del acuerdo según han ido pasando los días y aumenta el estruendo y el polvo; o quizás nunca se habló claramente de sus prerrogativas o derechos. Ellos, cuando llegan a casa, van de un lado a otro, hacen ruido constantemente, entran y salen. Lo oímos desde nuestra habitación, donde nos encerramos cuando ellos aparecen. Tiran muros, levantan el piso, y han quitado todos los enchufes de modo que parece que las paredes vomitaran cables. Nosotros aprovechamos cuando se van, hacia el atardecer, para observar todo lo que han destrozado (primero se rompe y luego se reconstruye, así es, nos dijeron) y lo comentamos en voz baja. Nos susurramos que tal cosa no nos parece que estuviera en el acuerdo y nos preguntamos sobre si eso o aquello estará ya terminado o no, si se quedará de esa manera. Ahora que lo pienso, no sé porqué nos ha dado por hablar en voz baja entre nosotros, y sobre todo lo estúpido que es hacerlo cuando ellos ya se han ido. Nos hacemos el propósito de preguntar al día siguiente, cuando regresen, si tal detalle se quedará tal cual está o si los cables que cuelgan volverán a ocultarse tras la pared, como debían de estar antes. Pero luego no lo hacemos. Lo de preguntar. Nos decidimos en silencio, mejor dicho, en voz baja, que mejor será esperar a ver si lo resuelven sin preguntar mucho, que será mejor.
Vienen pronto por la mañana algunos días, pero otros no, o simplemente no vienen. No siempre avisan y, como he dicho, tampoco nosotros andamos preguntando. Pero, eso sí, siempre estamos levantados al amanecer por si ellos llegan un día pronto y abrirles la puerta, que no tengan que esperar. Cumplimos el pacto. Cuando les abro entran con una envidiable decisión y a la vez con cierto mohín de desgana, me da la impresión. Miran lo que hicieron el día anterior y es como si a la vez pensaran en lo que aún les queda con cierta pesadumbre. Quizá también ellos estén hartos. Y, aunque no siempre vienen los mismos, si parece que se conocen bien entre ellos. De hecho, he percibido que hablan los unos de los otros, aunque no sabemos bien lo que dicen porque si estamos cerca nosotros ellos se callan. Parece que no quieren que sepamos demasiado. Enseguida cogen sus herramientas y empiezan a trabajar. Nosotros volvemos a encerrarnos, un día más, para no molestarles.
Escribo estas líneas por la noche. Llevo días pensando que quizá debería intentar escribir un cuento para calmar esta neurosis que se parece a la que citaba Cortázar. De ahí que haya buscado información sobre las reglas de lo fantástico, porque creo que sería el género idóneo para expresar lo que pasa por mi cabeza. Por si me animo a intentarlo. Por si me da por escribir para saber qué escribiría si escribiese. Aunque quizá, ahora que lo pienso mejor, debería investigar las claves de un género que podría ser más apropiado, el género de terror. Noël Carroll considera la naturaleza del terror como un estado emocional causado por el pensamiento en un monstruo que es amenazador… ¿Tengo yo ya un monstruo para mi cuento? Es fundamental tener un monstruo. Un Frankenstein, un Drácula, un Doctor Jekill y Mr Hyde son los modelos tradicionales. ¿Valdría como monstruo amenazador un miedo psíquico incontrolado a una cuadrilla de “reformistas” armada de martillos mecánicos, taladradoras y cubos? Pensaré en ello. Si me dejan con sus ruidos. Ellos.
ALFONSO SÁNCHEZ
Y limpiar, y limpiar, y limpiar…
Al final todo encaja
Que miedo Alfonso..fuerza y aguantad en vuestro reducto
En mi opinión hacer obras en casa y seguir viviendo allí es una gran heroicidad , por lo que plantearía la posibilidad de que el género del cuento fuera el de superhéroes… por añadir uno más.