Morir en forma
GLENN MILLER
Sus tres grandes pasiones fueron la música, el tabaco y la aviación. Glenn Miller había amado la música desde que su padre le compró una mandolina en su Clarinda natal, en el estado de Iowa, donde había venido al mundo en 1904. El instrumento de cuerda fue cambiado por una trompeta, y el joven Miller sacó por su campana los sonidos más dulces y sensuales que se hubieran podido escuchar en aquella época. Ya en la Universidad decidió volver a cambiar de instrumento y se decidió por el trombón. A partir de ahí, todo fueron éxitos musicales y fracasos académicos. Y decidió abandonar los estudios para dedicarse en cuerpo y alma a la música. Su primera pasión
En Nueva York conoció a los más prestigiosos músicos de la época: desde Benny Goodman a Duke Ellington. Tocaba en salas de fiesta, clubes nocturnos, bares de mala muerte, programas de radio, espectáculos musicales…. Todo lo que fuera mostrar sus cualidades con el trombón, dar a conocer su nueva concepción del sonido de los instrumentos de metal en el jazz eran para Miller orgullo, satisfacción, realización personal. Profesionalmente fue Ray Noble, un director británico de orquesta quien le encargó formar una banda de swing en 1935. Compaginaba la dirección del grupo con sus actuaciones musicales hasta que en 1938 pudo formar su gran orquesta, la que le granjearía los mayores éxitos con melodías como Serenata a la luz de la luna o la famosísima En forma. Giras por todo el país, programas de radio, actuaciones en televisión, siempre bajo el patrocinio de la marca de cigarrillos Chesterfield. Y se aficionó al tabaco de tal manera que su gusto se convirtió en adicción. El tabaco, su segunda pasión.
En cuatro años, de 1939 a 1942, la orquesta de Glenn Miller cosechó 16 números uno y 69 éxitos entre los diez primeros. Todo un récord que no fueron capaces de superar nombres como los de Elvis Presley, que obtuvo 38 éxito entre los 10 primeros en el mismo periodo de tiempo, o The Beatles, con 33 éxitos. Miller estaba catapultado para ser el número uno del swing cuando Estados Unidos decidió entrar en la II Guerra Mundial. Y el músico no se lo pensó. Acudió a una oficina de reclutamiento: quería enrolarse en la aviación para participar en la contienda. Fue rechazado. Su edad y sus pulmones, deteriorados por el humo de los Chesterfield servían para soplar por la boquilla del trombón, pero no eran aptos para un soldado en combate. Tanta pasión, la tercera, sentía por los aviones, que removió instituciones, despachos, amistades para poder vestir el uniforme de la Fuerza Aérea Norteamericana. Y lo consiguió. En 1942 fue reclutado con rango de capitán para organizar una orquesta en Gran Bretaña que ofreciera espectáculos musicales a los soldados yanquis desplazados a Europa. Y Miller y algunos de sus más directos colaboradores pusieron rumbo a las Islas Británicas para cumplir esa misión. En tan sólo un año, de 1943 a 1944, la orquesta de Glenn Miller ofreció 800 conciertos en distintos escenarios para las tropas aliadas, acuarteladas en diferentes sedes de las Islas Británicas. Su música se escuchaba en la retaguardia como un bálsamo cuyos efectos más inmediatos, casi instantáneos eran los de los más gratos recuerdos de la tierra que estaba en la otra orilla del Atlántico, las calles iluminadas, los garitos con olor a cerveza y humo, las parejas en las pistas de baile, los cócteles afrodisiacos, la música dulce de la primera hora de la noche. Todo eso transmitía Glenn Miller y su trombón y todo eso recibían los soldados que esperaban, día tras día, su incorporación al frente de batalla o que habían regresado vivos de las misiones más suicidas.
A finales de 1944 la guerra parecía tomar un rumbo definitivo. Liberada gran parte de Francia era cuestión de meses abrir camino para llegar hasta Berlín. Esas navidades iban a ser muy especiales, pues se vaticinaba que serían las últimas lejos de casa. Y había que organizar un gran concierto en la capital que había sido el símbolo de la ocupación de toda Europa: París.
El 15 de diciembre de 1944, Glenn Miller, ascendido ya a Mayor del ejército del Aire de los Estados Unidos, se subió a un avión UC-64 Norseman en el aeropuerto de Clapham, a las afueras de Bedford (Inglaterra). Debía volar a la capital francesa para preparar el concierto de Navidad que iba a celebrarse diez días después. Allí se reuniría con algunos músicos de su banda que habían participado en la liberación de Francia, buscar otros que suplieran las ausencias, preparar el programa, ensayar las obras, escenario, decorados, megafonía…. El sargento John Morgan era el piloto. Morgan había sido llamado a la capital francesa para someterse a un juicio sumarísimo, acusado de contrabando, algo muy frecuente entre los soldados norteamericanos destinados en Europa. Les acompañaba el teniente coronel Norman Baeesell. Poco después del despegue, cuando el avión sobrevolaba el Canal de la Mancha se perdió contacto radiofónico con el aparato que desapareció de los radares. Nunca más se volvió a saber del avión ni de sus tripulantes. Nueve días después, Glenn Miller fue declarado muerto.
Cuando un personaje tan carismático, famoso y apegado a la sociedad como lo fue el músico desaparece en circunstancias extrañas, las especulaciones, los bulos, los rumores, las falsedades, las invenciones y las teorías conspiratorias se apoderan de la realidad: el avión de Miller fue derribado por fuego amigo. Un grupo de bombarderos de la RAF, procedentes de una misión en Alemania volvía a casa y, antes de aterrizar, debían desprenderse de las bombas que no habían sido lanzadas en los objetivos fijados, por seguridad. Se había acotado una zona del Canal para que los aviones evacuaran su mortífera carga. Una de las bombas impactó sobre el UC-64 del ejército norteamericano que volaba a baja altura. El avión había sido derribado por baterías antiaéreas alemanas. Miller, rescatado con vida del accidente, había sido detenido por soldados alemanes, quienes le torturaron hasta la muerte por negarse desvelar el paradero del general Eisenhower… Todo falso.
Las investigaciones concluyeron que el avión en el que viajaba Glenn Miller y sus dos acompañantes volaba a baja altura por el Canal debido al mal tiempo y a la abundante nubosidad. Ese tipo de aparatos tienen un defecto: a baja altura el carburante se hiela y los motores se paran. Eso fue lo que sucedió. El aparato desapareció entre las frías aguas que separan Gran Bretaña del resto de Europa y nunca se recuperó. No se puede demostrar una sospecha que tiene grandes visos de probabilidad. Seguramente Glenn Miller iría fumando en el momento del accidente. Y si no fue así, conviene airear esta posibilidad para tener la certeza de que el músico que cautivó la sociedad norteamericana con sus creaciones murió arropado por sus tres grandes pasiones, que es una manera de morir estando completamente en forma.
GABRIEL SÁNCHEZ
Serenata a la luz de la luna (1941) con Glenn Miller y su orquesta: