Relatos con música

Gracias a la vida

Violeta Parra grabando en Santiago año 1957 (Fundación Violeta Parra)

Me la definió con respeto y gracia mi colega Abel Esquivel, el director de la emisora de radio chilena Solo Noticias, una noche cálida de noviembre, mientras tomábamos pisco sour en una terraza próxima a la Alameda, en el Santiago cosmopolita que parece que nunca duerme: “Era una india fea, bajita y renegrida. Tenía muy mala leche y un corazón de oro. Era la mejor”. Violeta Parra es todo un icono para el Chile tradicional, el de ayer y el de hoy, y su figura sigue siendo venerada como la de Gabriela Mistral, Pablo Neruda o Víctor Jara.

Más de 3.000 canciones populares recopiló la folklorista a lo largo de toda su carrera, recorriendo el estrecho país andino de norte a sur con su guitarra a cuestas; ese país que plasmó no sólo en los pentagramas, sino también en lienzos, esculturas, bordados y piezas de cerámica. Violeta era, en el mejor sentido de la palabra, una artista total. 

Tan completa, que París, la meca del arte y de la cultura, le abrió todas sus puertas para mostrar la extensa obra que llevaba su firma. Teatros, museos, galerías y cafés bohemios no pudieron resistirse a albergarla, y lo mismo cantaba en el Olimpia que exponía sus cuadritos en un cubil del Barrio Latino. Y allí conoció al antropólogo suizo Gilbert Favre. Y hablaron y hablaron de la cultura popular chilena, de las tradiciones ancestrales de los indios mapuches, del puna o de cómo los pueblos andinos son capaces de vivir a más de 3.000 metros de altura sin sentir el soroche, de los efectos placebos de la hoja de coca como sustancia terapéutica… Y la conversación se prolongó tanto en el tiempo que traspasó el espacio y Favre se fue a Chile a conocer de cerca lo que Violeta le había contado tan lejos. Y la india fea, bajita y renegrida se enamoró locamente del rubio de ojos claros que se convirtió en fuente de inspiración para dar vida a sus más bellas canciones: Corazón maldito, Gavilán, gavilán, Qué he sacado con quererte…  

Violeta junto a Gilbert Favre, en un imagen de 1964 (Fundación Violeta Parra)

Con Favre, Violeta parecía que había vuelto a los 17 años y vivió con el joven suizo el idilio de amor que siempre había soñado. Pero el idilio fue eso, sólo un sueño en vez de una pasión y el tiempo, inexorable cuando se pone cazurro, mandó al traste la relación. Y ese amor de juventud comenzó a desinflarse como un globo al que se le va escapando el aire por un agujerito, poco a poco. Para poner tierra y solución de por medio, Favre decidió traspasar la frontera e instalarse en la vecina Bolivia. La escapada le inspiró a la folklorista una nueva tonada, Run, run, se fue pal norte

Sola, decidió compartir el folklore y su arte con su principal fuente de inspiración: el pueblo chileno. Instaló una carpa en la Comuna de la Reina, situada en la Avenida de la Cañada, esquina con Toro Zambrano, en el Santiago vital, cerca del río Mapocho. Allí, cada día, Violeta enseñaba a todo el que se acercaba a tejer, pintar, esculpir, modelar el barro, dar vida a los instrumentos tradicionales, quena, charango, zampoña o a hacer vibrar la piel del bombo legüero por si su bien amado lo escuchaba en la distancia. Y como no obtuvo respuesta decidió ir a buscarlo. Anduvo por ciudades, charcos, playas, desiertos, montañas, llanos… Y, en  Bolivia, lo encontró.  Recorrió su casa, su calle, su patio, conoció a su esposa –¡se había casado!- y a su familia. La trató como a una amiga lejana, del sur. En su mirada, en su actitud, en su comportamiento, Violeta reconoció al irreconocible, pero no asumió lo inasumible: hacía tiempo que la había olvidado.

Quienes la trataron a su vuelta la encontraron triste, deprimida, casi desalmada. El corazón de oro se le había fundido en el crisol de la melancolía. “Me falta algo, no sé qué es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás”, la oyeron decir en el interior de su carpa, casi ayuna de visitantes, escenario de otro fracaso. Allí firmó su testamento, a modo de balada, durante los primeros días del año 67:

Gracias a la vida que me ha dado tanto. 
Me dio dos luceros que, cuando los abro, 
perfecto distingo lo negro del blanco, 
y en el alto cielo su fondo estrellado 
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto. 
Me ha dado el oído que, en todo su ancho, 
graba noche y día grillos y canarios; 
martillos, turbinas, ladridos, chubascos, 
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto. 

Me ha dado el sonido y el abecedario, 
con él las palabras que pienso y declaro: 
madre, amigo, hermano, y luz alumbrando 
la ruta del alma del que estoy amando.Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos,
Playas y desiertos montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto
Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano,
Cuando miro al bueno tan lejos del malo,
Cuando miro al fondo de tus ojos claros. Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto.
Así yo distingo dicha de quebranto,
Los dos materiales que forman mi canto,
Y el canto de ustedes que es el mismo canto
Y el canto de todos, que es mi propio canto.

A las seis de la tarde del 5 de febrero de 1967, coincidiendo con el toque de campanas de la catedral, se oyó un sonido sordo, hueco que procedía del interior de la carpa de la Reina. La pistola, aún humeante, señalaba el alma de Violeta. Fue su forma particular y definitiva de distinguir dicha de quebranto. El eco del disparo se fue pal norte por ver si el fiel amado lo escuchaba, por fin, en la distancia.

(Dedicado a Ana Amador, con todo mi afecto y gratitud).

GABRIEL SÁNCHEZ

Gracias a la vida en la voz de Violeta Parra:

Un comentario en «Gracias a la vida»

  • Que haya usted pensado en dedicarme este relato musical con la gran Violeta Parra como protagonista es un honor para mí. Y eso, gracias a la vida, a los amigos y al periodismo que nos ha dado tanto.

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