Breve recuerdo de Caballero Bonald
(in memoriam)
El domingo pasado falleció en Madrid el poeta José Manuel Caballero Bonald. Se comunicaba el deceso a primera hora de la mañana. Puede que fuera al alba cuando ocurrió, a esa hora en la que los flamencos antiguos regresaban a casa tras una noche de cantarle a quien lo había podido pagar. A la hora temprana en que empezaban los trabajos en las fraguas de antes para forjar los hierros al compás de martinetes y siguiriyas. Caballero Bonald, poeta, novelista, narrador… e investigador y divulgador del arte flamenco que ensalzó y al que dedicó páginas imprescindibles. También se ocupó de recopilar documentos sonoros de un valor fundamental para el Archivo del cante flamenco, publicado en 1968, tras recorrer durante dos años la geografía andaluza grabando a los viejos cantaores en su hábitat natural: fiestas privadas, patios y tabernas, para así captar mejor sus voces esenciales.
Aquel Archivo del Cante Flamenco, recopilado entre 1964 y 1966, en plena revalorización del flamenco, en la que tanto tuvo que ver Caballero Bonald, puso en conocimiento de los aficionados, y de muchos intelectuales que se acercaban a este arte misterioso, a cantaores de raza como Perrate, Tía Anica la Periñaca, el Borrico de Jerez o Manolito de María.
Cuando leí, hace ya muchos años, Tiempo de guerras perdidas, la primera entrega de sus memorias, quedé deslumbrado por su prosa y la experiencia vital que relataba. Nada conocía de su obra como poeta, salvo que él lo era; nada de su afición a navegar (y a naufragar), que me pareció asombrosa. Tampoco sabía mucho de sus grandes conocimientos de flamencología. Yo me estaba iniciando en la afición al flamenco por entonces, cuando ocurrió lo que quiero dejar escrito ahora aquí, como humilde homenaje. Fue en un mes de febrero de un año de la segunda mitad de la década de los 90 (no recuerdo el año preciso). El marco, el teatro Albéniz de Madrid, donde se celebraba anualmente el Festival Flamenco de Caja Madrid. Actuaba José de la Tomasa esa noche. Después de hacer un par de cantes, el sevillano se levantó de su silla, se acercó al borde del escenario y dirigiéndose al público dijo que quería hacer una dedicatoria especial a un amigo, a un buen aficionado, al hombre que tanto había hecho por dignificar el flamenco, a José Manuel Caballero Bonald. Entonces el espectador que estaba sentado en la butaca de al lado, a mi izquierda justo, se levantó y agradeció el aplauso del público, que se había vuelto hacia él. No me había fijado yo hasta ese momento en quién era mi ilustre vecino. Cuando se sentó, le toqué levemente el brazo y me atreví a decirle “encantado de conocerle, maestro”. No se me ocurrió nada más. “Gracias, igualmente”, me respondió el poeta, y seguimos escuchando el cantaor. Con el tiempo, ese “maestro” cortés que le dije se convirtió en realidad a través de la lectura de buena parte de su obra y de escucharle más de una conferencia.
Aquel día que compartimos patio de butacas no conocía yo su Luces y sombras del flamenco, o no había sido aún publicado, ya digo que no recuerdo el año, un libro imprescindible para quien quiera acercarse a este fenómeno musical, cuyo origen aún nos es desconocido. Sobre ese origen escribe Caballero Bonald en el libro citado, en una muestra de estilo y erudición, lo siguiente: “Dentro del misterio secular que parece envolver su cuna, el flamenco es una de las manifestaciones de la música popular -no ya de España, sino de todo el Occidente europeo- más claramente vinculadas a la supervivencia de ciertas antiguas formas de cultura y, a la vez, más reacias a dejarse analizar. ¿A qué debe atribuirse, como primera medida, el hecho de que tan preclara estirpe musical encontrase en el bajo pueblo andaluz su máxima aclimatación, permaneciendo después en una especie de letargo del que tardaría muchos años en salir, ya convertido en flamenco por obra de unas pocas familias de gitanos?”.
A reflexionar sobre ese misterio dedicó también parte de su vida Caballero Bonald, y a disfrutar como aficionado del cante de muchos artistas que trataba como amigos. También ejerció de productor durante una época de su vida. Quede como muestra para ilustrar este homenaje uno de los temas del primer disco de José Mercé, Bandera de Andalucía, del que fue productor y autor de las letras el poeta de Jerez.
ALFONSO SÁNCHEZ