100 veces Alfonsina
( A Consuelo Martínez Moraga, con mi gratitud )
Corría el año 1975. El periodista Pedro Rodríguez dirigía un grupo de reporteros en el diario Arriba que publicaban sus reportajes en la doble página central de huecograbado. La sección se llamaba “Patrulla 142”. El número hacía referencia a la ubicación del edificio donde se encontraba la redacción y talleres del diario: Avenida del Generalísimo, 142. Y en esa doble de hueco vertíamos, casi a diario, nuestras experiencias los jóvenes periodistas a los que se nos daba la primera oportunidad de lucirnos. Cabía de todo, el caso era entretener a los lectores, si es que en el 75 quedaba alguno de aquel híbrido en formato tabloide que todavía lucía en su mancheta el yugo y las flechas sobre la leyenda “Fundado por José Antonio Primo de Rivera”.
Una tarde, Pedro dejó una invitación con una nota sobre mi mesa: “Vete y le haces una entrevista”. No dijo más y se dio media vuelta, marchándose con ese garbo gallego que sólo él era capaz de darle a su corpachón de casi dos metros de estatura, el faldón de la camisa siempre por fuera del pantalón, el nudo de la corbata a la altura del segundo botón de la camisa, y la espalda encorvada como si temiera darse con el dintel de las puertas en la cabeza.
Actuaba en el teatro Alcalá Mercedes Sosa y su inseparable guitarrista Colacho Brizuela. Andaban de gira por Europa y habían recalado en Madrid para ofrecer dos recitales. Aunque era día laborable, el teatro estaba de bote en bote. El bombo legüero de Sosa, que la había acompañado durante toda su actuación, guardó silencio en la última pieza que ofreció. Sólo se oía la voz de la india y los arpegios de Brizuela. Era Alfonsina y el mar.
Ya en el camerino, Mercedes Sosa me confesó su disgusto cada vez que tenía que recordar a Alfonsina en los recitales.
-No es lo mismo: Ramírez la concibió para un cuarteto compuesto por contrabajo, piano, guitarra y voz. Así no llena; quedas con hambre de mar.
Hambre de mar fue lo que debió sentir Alfonsina Storni la tarde del 29 de octubre de 1938 en el espigón de la playa de la Perla, en Mar del Plata, cuando decidió saltar al vacío para envolverse en las olas y jugar con la espuma en forma de caracolas que se arremolinaban en la escollera.
El nombre de esta poeta, maestra, actriz y dramaturga argentina, ha pasado a la historia tristemente por su fatal desenlace y no por el patrimonio cultural que atesoró durante sus 46 años de vida, aunque Jorge Luis Borges dijera de ella que nunca representó la excelencia de la lírica porteña.
Hija de un matrimonio argentino emigrante a Suiza, Alfonsina nació en el país helvético en 1892. Cuatro años más tarde la familia regresó y se instaló en Santa Fe, donde el padre abrió un bar restaurante. Como apenas entraban clientes pensó que no era cuestión de desperdiciar el alcohol que estaba en los anaqueles y decidió bebérselo todo. Penurias económicas, padre alcohólico y desdicha tras desdicha jalonaron los primeros años de Alfonsina en aquel territorio del interior que la ahogaba. Con extraordinario esfuerzo logró hacerse maestra. El teatro fue su primera incursión en el mundo de las letras, gracias a las representaciones a las que acudía en Buenos Aires y en Montevideo.
La revista Atlántida le aceptó sus primeros versos. Amor pasajero, momento estelar… quién sabe lo que provocó su embarazo en 1912, a temprana edad y en soltería. Señalada por una sociedad arcaica, compuesta en su mayoría por terratenientes criollos, Alfonsina siguió enarbolando su bandera feminista, liberal e independiente. Comenzó a escribir en los diarios más prestigiosos del país. Por aquella época conoció el amor y la desgracia: el primero se llamaba Horacio Quiroga y cultivaba también la literatura; la segunda, un cáncer de pecho que la provocaba grandísimos dolores y la obligó a pasar por el quirófano en varias ocasiones, sin resultado. El amor imposible abrió el camino a la decisión final: Quiroga, aquejado de una dolencia incurable, decidió ganarle la batalla a la muerte y no esperó su llegada. En 1937, ayudado por un amigo, bebió un vaso de cianuro y murió entre espantosos dolores. Un año después, Alfonsina siguió la misma senda, cambiando el veneno por el agua salada.
El día antes escribió una carta a su hijo Alejandro y envió su último verso a la redacción del diario La Nación. Se titulaba Voy a dormir.
Dientes de flores, cofia de rocío,
Manos de hierbas, tú, nodriza fina,
Tenme prestas las sábanas terrosas
Y el edredón de musgos escardados.
Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
Una constelación; la que te guste;
Todas son buenas; bájala un poquito.
Déjame sola: oyes romper los brotes.
Te acuna un pie celeste desde arriba
Y un pájaro te traza unos compases
para que olvides. Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido.
Zenón Ramírez fue maestro de Alfonsina en sus años de estudiante y siguió su carrera literaria con el orgullo que supone tener alumnos sobresalientes. Y le contó la tragedia a su hijo Ariel, folklorista y compositor, precursor de un movimiento musical argentino llamado nativismo, que defiende y prioriza el valor de la propia tierra frente a los extranjerismos. Junto al poeta Félix Luna, quien puso la letra, inspirada como puede comprobarse en el último poema de Alfonsina, son los autores de la legendaria Alfonsina y el mar, la zamba que en 1969 grabó Mercedes Sosa para darla a conocer al mundo entero. La partitura original dura cuatro minutos y treinta y cinco segundos y, como toda zamba, comienza con una introducción de ocho compases, dos versos, coro, estribillo, dos versos, segundo coro y un final. Todas las estrofas llevan doce compases, divididos en tres frases de cuatro compases cada una.
Viene a cuento esta explicación sobre el pentagrama, porque, según el poeta y musicólogo guatemalteco Hugo Cuevas Mohr, hay más de 100 versiones de Alfonsina y el mar. Y, naturalmente, cada una tiene su propio diseño, según quien la interprete. La lista es tan grande que sólo citamos los nombres de los más afamados, por muy dispares que parezcan: Alberto Cortez, Plácido Domingo, Diego el Cigala, Miguel Bosé, Antonio Machín, Alfredo Kraus, Lucho Gatica, Los Panchos y… Shakira. Bueno, ésta última, si quieren, pueden hacer como que se les ha olvidado incluirla.
GABRIEL SÁNCHEZ
Alfonsina y el mar, interpretada por Mercedes Sosa en 1969
Gracias Gabriel por mostrarnos la riqueza que puede existir en una misma pieza con sus diferentes versiones – la de Diego el Cigala con Nestor Marconi me ha encantado especialmente.
Gabriel, gracias por haber rescatado a Alfonsina del fondo del mar y por haberme tocado el alma.