El último tango
La gira había empezado en Bogotá y debía prolongarse por las principales ciudades colombianas. Carlos Gardel hizo el viaje acompañado de sus tres músicos habituales, su secretario particular y su agente artístico. El cantante estaba viviendo sus años más dorados. Querido, admirado, respetado, su estilo, su voz, incluso su manera de andar o vestir atraía la atención del mundo entero. En España, decir Gardel era decir tango, sensualidad, goce de lo prohibido, inspiración, sueño, provocación, vida. Todo aquello de lo que no había gozado el icono de la felicidad.
Gardel, o Gardès, había nacido en Toulouse, Francia, en 1890. De padre desconocido, su madre, Berthe Gardès decidió emigrar a la Argentina, como tantos otros europeos, para intentar abrirse camino en el país de la plata. Carlos se crió en los arrabales de Buenos Aires, entre el barrio de Boca y el río de la Plata, entre los barracones de los emigrantes, con olor a mugre y sudor, y las mansiones dieciochescas de la calle Florida, esquina a Corrientes.
En un tugurio esta noche, en un cafetín de medio pelo mañana, en una fiesta pasado, el joven y apuesto Gardel logró subir como la espuma y cosechar éxitos como cantante. Componía sus propios tangos. Como no sabía solfeo, identificaba las teclas del piano con trozos de papel en el que había escrito números. Y, tecla a tecla, salieron sus mejores melodías que paseó por toda Europa a partir de 1925. París fue la meca. Aquí vendió más discos que Bing Crosby, llegó a escribir a un amigo. Y de Francia, a España. Barcelona fue su centro de operaciones para las giras que debía realizar por todo el Continente. Le faltaba por conquistar Estados Unidos. Y allí recaló después de rendir toda Europa a sus pies. Sólo le faltaba América Latina, el subcontinente que le había visto crecer.
La gira debía comenzar en Colombia. Primero Bogotá y después Cali. En la capital, ofreció varios conciertos en teatros atestados que vitoreaban al “zorzal criollo” con tal vehemencia que le obligaban a repetir una y otra vez los tangos más célebres de su repertorio.
Antes de finalizar su estancia en Bogotá, aceptó asistir a un programa de radio en directo y deleitar a la audiencia con su voz. Era la noche del 23 de junio de 1935. El locutor de la emisora La Voz de la Víctor anuncio a la audiencia un programa especial con la participación de Carlos Gardel, patrocinado por la Saco, la compañía aérea que utilizó el cantante para viajar hasta Colombia, y la que debía trasladarle a las distintas ciudades que componían la gira por el país. La emisión comenzó a las once y cuarto de la noche, con la canción criolla Sin nom. Le siguieron a continuación Cuesta abajo, Tengo miedo de tus ojos, El carretero, Catamarca, Melodía de arrabal y, por último, Silencio. A continuación, y como broche final del programa, Gardel se dirigió a la audiencia con estas palabras: “Quiero decirles que he sentido grandes emociones en Colombia. Gracias por tanta amabilidad. Encuentro en la sonrisa de los niños, las miradas de las mujeres y la bondad de los colombianos un cariñoso afecto para mí. La emoción no me deja hablar. Gracias y hasta siempre”.
Pocas horas después, cuando la audiencia aún no se había repuesto de la emoción de haber escuchado en directo a Gardel a través de la radio, tan próximo, tan cálido, tan sincero, tan cariñoso, el mismo locutor anunció a través de La Voz de la Víctor la fatídica noticia: Gardel acababa de morir en un accidente de avión de la compañía Saco, la misma que había patrocinado horas antes el último programa. El siniestro había ocurrido en el aeropuerto Olaya Herrera, en Medellín, cuando el avión se disponía a despegar, después de haber repostado, camino a Cali. Del grupo que acompañaba al cantante, sólo sobrevivieron José María Aguilar, uno de los guitarristas, y José Plaja, un catalán afincado en Buenos Aires que estaba al servicio de Gardel como secretario particular e intérprete de inglés. ¿Las causas del accidente? Parece ser que el avión se salió de la pista y fue a estrellarse contra otro aparato que estaba a 75 metros, esperando orden de despegue.
La desaparición del mito, como casi siempre, estuvo rodeada de truculentas historias, porque los fanáticos del tango se negaban a reconocer la pérdida del más grande intérprete de todos los tiempos. Gardel, se decía, vive en la selva colombiana, con la cara completamente desfigurada, quemada. Gardel, apuntaban otros, no viajaba en ese avión. Ha desaparecido, cansado de tanto éxito, sin vida privada. Los más discretos se atrevieron a aventurar que seguía vivo, pero el accidente le había quebrado la voz para siempre. Tal vez éstos últimos fueron los que mejor aventuraron el verdadero destino de Gardel: sigue vivo, pero con la voz apagada para siempre.
Fue enterrado en Medellín, pero los argentinos reclamaron su cadáver para honrar sus restos para siempre, como si de un prócer de la patria se tratara. El féretro conteniendo el cadáver del cantante viajó durante casi un año a lomos de mulo, en carreta, tren y barco por Colombia, Panamá, los Estados Unidos y, por fin llegó a Buenos Aires en 1936. Si quieren rendirle homenaje no lo busquen en la calle Caminito, ni en el Arrabal. Vayan al cementerio de la Chacarita, y allí lo encontrarán en Cumparsita, con los más altos representantes de la nación argentina, Eva Perón, naturalmente, incluida.
GABRIEL SÁNCHEZ
Carlos Gardel cantó en directo esta Melodía del Arrabal en la emisora colombiana La Voz de la Víctor, pocas horas antes del accidente.
Y no nos resistimos a incluir su famoso Volver, en un fragmento de la película El día que me quieras.