El huerto de Landero
De un tiempo a esta parte tengo la impresión de que cada vez que un autor consagrado publica nuevo libro la crítica lo recibe con elogios, merecidos en la mayor parte de los casos, seguramente, pero sin que señalen deficiencia alguna. No ocurre lo mismo con autores menos leídos, por noveles o minoritarios de vocación, a los que se trata con distinto rasero, me parece a mí, pues veo que sí se les dedica, junto a palabras de apoyo a lo meritorio del esfuerzo, señalamientos de errores o deficiencias, bien en el estilo, en la estructura, por ser reiterativos o por la débil composición de algún personaje.
Estaba yo dándole vueltas a esto mientras repasaba las reseñas sobre el último libro publicado por Luis Landero, que un buen amigo me había recomendado, sin dar más detalles, salvo alguna referencia a coincidencias biográficas. Tras haberlo leído busqué reseñas y constaté que todas competían en elogios y que defectos no le han visto. Como no soy crítico, sólo un lector pertinaz, no me he parado a buscarlos, y además dudo mucho de mi competencia para poder señalar alguno, si es que lo hubiera; y, sin embargo, si sé que El huerto de Emerson me ha dejado una sensación ambigua, me ha interesado, pero a la vez me ha fallado, seguramente por alguna expectativa que yo mismo me había creado falsamente. Aunque no deja de preocuparme que habiendo tenido en mis manos una obra maestra, el no darme cuenta dice poco de mi capacidad lectora. Qué Borges me perdone.
Fui lector de las primeras novelas de Landero, Juegos de la edad tardía, Caballeros de fortuna y El guitarrista. No leí las siguientes, y no fue porque no me gustasen estas tres, no con la misma intensidad, obviamente, sino porque en la vida del lector se cruzan constantemente tentaciones de indagar nuevas rutas, ora autores franceses, ora novela anglosajona, o enfrentarse a esas novelas, esta vez sí, “que hay que leer y aún no hemos leído”. En definitiva, que dejé a Landero a un lado con una cierta sensación de que había dejado de sorprenderme.
Como no tenía más referencias, al comprar El huerto de Emerson, que así se titula la obra, pensé que estaba adquiriendo la última novela escrita por el autor. ¿Una novela? No, una novela no es. O sí, también podría considerarse así, pues tiene el género las puertas tan abiertas a estas alturas que puede hospedar a los más diversos visitantes. El libro que Landero ha publicado son unas memorias en la que nos habla de la importancia de la memoria para el escritor; nos cuenta retazos de su niñez y juventud, del granero para alimentar su escritura que son aquellos recuerdos; nos los va ofreciendo en píldoras dulces, a modo de antología de recuerdos que convierte en cuentos breves. El huerto de Emerson es una invitación de Landero a sus lectores a que pasen al salón de su casa, la de su infancia y también a su escritorio para compartir sus reflexiones de creador literario. El tono melancólico y la calidad de su escritura me devolvió enseguida a aquellas primeras novelas que leí, al recuerdo de cómo las comentamos entre amigos lectores, del impacto que nos causó Juegos de la edad tardía.
Sin embargo, no es aquel rescoldo del brasero alrededor del que se cuentan historias en los pueblos durante el invierno y la melancolía que provocan, ni su escritura brillante a fuer de sencilla lo que me ha sorprendido de El huerto de Emerson. Lo que me ha llamado la atención, y no me esperaba, pues creí haber comprado una novela, como decía, ha sido el ejercicio metaliterario y de autoficción que ha hecho Landero. Hasta nos ofrece su particular poética mediante una plegaria que entona para vencer un hipotético bloqueo creativo: “¡Oh, señor!, a ti me encomiendo (…) lléname la cabeza de fantasías y concédeme la gracia de encontrar el nombre exacto de las cosas (…) Líbrame, señor, del sueño de la perfección, pero a la vez recuérdame que no merece la pena escribir si no se aspira a la perfección (…) no me conviertas en un irresponsable que escribe a lo que sale, juguete de las musas (…) cuida de que el peso de la prosa no vaya a impedirme elevar el vuelo. Hazme leve, pero hazme también denso, y transparente y opaco a la vez. (…) No me extravíes en jardines psicológicos o doctrinales, y, si lo haces, no permitas que se formen grumos teóricos o edificantes (…) No permitas, mi señor, que confíe más en el argumento que en la escritura, pero regálame buenos argumentos…
En definitiva, Landero pide a ese poderoso dios que le dote del talento y los recursos narrativos que ha apreciado en los escritores que admira, y cita unos cuantos, y a la vez que le libre de caer en errores que desde su juicio literario han estropeado muchas obras de ficción. De éstas no pone ejemplos, pero seguro que los tiene. Sin esconder al narrador de sus ficciones, Landero esta vez se ha puesto las lentes del viejo profesor de literatura para hablarnos de su narrativa. Y en algún momento me ha recordado, será por el “bloqueo creativo” como motor de la narración, la obra del griego-sueco Kallifatides que tanto éxito tuvo en España hace un par de años: Otra vida por vivir. En ella, el autor griego, que ha escrito la mayor parte de su obra en sueco -emigró a Suecia muy joven- relata un viaje a su país de origen, en el que se topa con un presente de pobreza y le desata los recuerdos de niñez, dando lugar a un hermoso poema en prosa sobre la lengua, la memoria, la pobreza y la honestidad. En una entrevista a cuento de su publicación en España, Kallifatides decía que, para él, “la escritura es un manantial (y) uno no puede escribir cuando los recuerdos lo abandonan”. Sobre estas ideas gira El huerto de Emerson, una reflexión sobre la escritura, la memoria y la lectura. Un camino que, puestos a aventurar, lo mismo a su autor le proporciona otra vida por escribir, sus reflexiones de lector. Ya decía Borges que los grandes lectores son más infrecuentes que los grandes escritores. A mí me interesaría conocer sus reflexiones.
ALFONSO SÁNCHEZ
A diferencia del crítico -o del pertinaz lector que es Alfonso-, no suelo leer las reseñas de un libro antes de leerlo, como tampoco leo los prólogos de las novelas. De las dos experiencias salgo siempre tocado, y muchas hundido. Soy lector compulsivo de Landero, al que conozco, y siempre recibo un libro nuevo como un gran acontecimiento. Vaya, que soy un convencido del universo Faroni y alrededores. Veo que Alfonso, un poco mosca con tanto unánime elogio, ha hecho algo tan español como pensar que alguna trampa ha de haber. Normal. La ha buscado, y hasta puedo compartir algún resquemor. Sin embargo, lo que creo es que le ha encantado, y le ha encantado porque ha leído muy muy bien el libro, y, al final, no ha querido estar en el incómodo territorio de la unanimidad que reconoce como una obra mayor El huerto de Emerson. La disidencia, en muchos casos, es el recipiente que esconde las esencias de la emoción y la felicidad. También en la lectura. Los lectores voraces se parecen mucho a un hincha de fútbol, o a un aficionado a los toros, siempre están esperando que les visite la perfección. Y eso genera ansiedad. Un bendita y pulcra ansiedad. Me gusta el libro por raro; cierto no se sabe qué es, una novela, un diario, un cuaderno de notas, un examen de conciencia a o un curso para escritores de un escritor humilde, verdadero, y sencillo, o sea, auténtico. Lo es cuando asegura que «si en algo soy bueno de verdad es en crear apariencias y hacer ilusionismo con las palabras». En El huerto…lo vuelve a confirmar. Y, sin embargo, qué difícil es escribir tan fácil como Luis Landero. Para mí, el mejor discípulo en estos tiempos de Cervantes y Galdós.
Presentación, y comentarios del libro muy interesantes. Y más porque genera discrepancias. No voy a tener más remedio que leerlo.
Soy de la opinión de que todo aquel que se sienta delante de un teclado (o coge una pluma, que tal vez todavía los haya), escribe un texto y lo publica a través de una editorial, merece mi reconocimiento y respeto, entre otras razones porque, como ser humano, ha creado algo, ha colaborado con su trabajo a la expansión cultural y dona su ingenio (mucho o poco) para satisfacción de los demás.
Soy seguidor de la producción literaria de Luis Landero desde sus juegos de la edad tardía hasta la lluvia fina que mojó mi imaginación con esa interesante y divertida historia familiar, tal vez porque todos nos vemos un poco reflejados en sus estrambóticos personajes. Pero llega un momento en el que al escritor hay que exigirle, que para eso somos sus lectores, contenidos que nos sorprendan, situaciones que nos ilustren, momentos mágicos que sólo la literatura, la buena literatura, es capaz de proporcionar. Y no es el caso del huerto en el que nos trata de meter Landero.
Jordi Gracia, en el último Babelia, publicó una critica amable del libro. Amable, como todas las críticas en las que el firmante no se atreve a pasar la raya de la buena educación. Sí, pero… Hay capítulos mejores que otros, historias más interesantes…. En fin que lo que vino a decir Gracia es que el libro está bien, pero nada más. Y comparto sus argumentos: los recuerdos de juventud, mejor que los soliloquios en los que nos intenta dar una imagen no sé muy bien de quién, ya lo hizo desde su balcón en invierno. Bueno, pues ya está. Ahora, a otra cosa, porque esa veta ya está gastada. Lo reconoce el autor en las primeras líneas: no sé de qué escribir. Ya se nota.
Nadie le puede hurtar a Landero su capacidad literaria, su prosa fluida, su sencillez narrativa. Pero esperaba otro Landero, como Alfonso Sánchez.