A chufla lo toma la gente
No era capaz de aporrear ni una sola tecla de la Olivetti con la que componía sus columnas, si antes no le había dado dos tragos al gin tonic de Gordons que siempre tenía a su derecha, como un faro que le indicara el camino correcto. “Tragos largos, largos como un día sin pan, tal y como escribió Cela en el inicio de su Pascual Duarte”, decía no sé si para justificarse o simplemente porque le gustaba citar a los clásicos. Le conocí en la redacción de Arriba, en la década de los 70 y volví a coincidir con él y su gin tonic en algún otro sitio. “Hay que apurar el vaso hasta el final, lamer incluso los cubos de hielo si todavía no se han derretido, que las espinas se comen también, porque ‘to es alimento’, que diría El Piyayo”.
– ¡Coño, Manolo, el Piyayo! He oído hablar mucho de ese personaje…
– Paisano y un gran cantaor. Lástima que su figura y su legado hayan caído en el olvido. Tuvo mala suerte, la vida no le sonrió como a otros.
Manuel Alcántara apartó la máquina a empujones con su mano izquierda y se sirvió un segundo pelotazo. Y me contó.
Se llamaba Rafael Flores Nieto y vino al mundo en la calle Trinidad, en el año 1864. Siempre se dijo que había nacido en el Perchel, pero no es cierto. El error se debe a que hay muy pocos datos biográficos sobre este personaje que recorrió la Málaga de principios de siglo con su guitarra a cuestas y sus cuatro cosillas que vendía a quien se las quería comprar: peines, hojas de afeitar, pastillas de jabón de olor…Y si nadie le compraba su mercancía, Rafael se arrancaba por siguiriyas, que en ese cante está el caldo espeso, decía, a ver si tenía mejor suerte con el flamenco que con la quincalla. Había que ganarse el pan, fuera como fuera, de una manera o de otra. ¡Ah, ganarse el pan!
El apodo le vino por su abuelo y su padre. Piyayo significa pillao, bebedor y aunque el pobre era parco hasta en eso, hay veces que tienes que cargar con el mote como con una losa, te guste o no. Pero a él le daba igual. ¡Piyayo!, le decían desde la puerta de la taberna o del colmado. Y allá que acudía el pobre con su guitarra en la mano a ver qué caía. En otras ocasiones la cita era más contundente. En las tabernas del Altozano o en las de las callejas que van a dar a la plaza de Santa María se apalabraba una juerga que el señorito iba a dar en su particular serrallo. Y hasta allí se acercaba el Piyayo, el Rabúo y Manolillo el Herraor para divertir a la concurrencia a cambio de unos pocos billetes que luego se repartían a regañadientes, discutiendo como pobres en pajar. Que si yo he tocao mejor que tú, que si tú no has bailao na… En fin.
Lo que sí hay que reconocer es que en todas las fiestas la figura era Rafael. Los señoritos le buscaban porque había trascendido la particular forma de interpretación de este gitano que componía sus propias letras y entonaba cualquier palo con aires de ultramar. La guajira era su principal referencia. ¿Por qué? Circulan muchas versiones. Hay quien dice que fue soldado en la guerra de Cuba y que se trajo los aires caribeños de la isla y los incluyó en su repertorio. Pero eso no es posible. No hay soldados de reemplazo con 34 años. Lo más probable es que el Piyayo conociera la isla que hasta 1898 fue colonia española a causa de un castigo. En 1895, Rafael Flores mató a una mujer en una venta de un pueblo de Sevilla. Pretendía dejar como prenda de una deuda una escopeta de dos cañones. La mujer se negó a cerrar el trato, discutieron y la escopeta se disparó. A los dos días, el Piyayo fue detenido en Málaga. Cinco años de cárcel. Se le envió a Cuba como leva de presos en plena guerra.
Allá en los cañaverales
grandes golpes de machete
gritos de los mayorales.
Las coplas que cantaba eran reflejo de su experiencia en la isla, pero las entonaba de un modo zumbón que gustaba mucho a la gente, seguramente por lo novedoso del ritmo.
Adiós, patio de la cárcel
Nos tenemos que acordar
Mucho frío poca copa
Mucha jambre, poco pan (…)
La leyenda del Piyayo se fue extendiendo por toda la ciudad. Solo o acompañado del Rabúo como tocaor ocasional, el peculiar arte de Rafael, sus tangos, sus fandangos, sus bulerías, seguirillas o soleares, se hizo célebre. Tanto es así que un malagueño ilustre, el poeta José Carlos Luna, académico de la Lengua y de la Academia de la Historia, le compuso unos versos. A partir de ahí, la leyenda del Piyayo trascendió ciudad, provincia, región y no sé si decir país. Son esos versos que empiezan así:
¿Tú conoces al ‘Piyayo’:
un viejecillo renegro, reseco y chicuelo;
la mirada de gallo
pendenciero
y hocico de raposo
tiñoso…
que pide limosna por tangos
y maldice cantando fandangos
gangosos?
¡A chufla lo toma la gente,
y a mí me da pena
y me causa un respeto imponente!
Pero, ay, pobre Luna. Se ve que no le conoció más que de oídas. Y si es cierto que todo poeta debe tener su propia licencia para componer la obra y adaptar rimas y medidas según convenga, también hay que reconocer que una obra queda coja si se falsea la verdad, máxime cuando todo el mundo la conoce y no se puede esconder. El Piyayo no era “reseco y chicuelo”, sino espigado y de muy buena planta; un tiarrón nada pendenciero; el pobre era más bueno que el pan, después de pagar no se sabe qué cuentas con la justicia en sus años mozos. En otro pasaje de la obra de Luna se dice:
Es su extraño arte
su cepo y su cruz,
su vida y su luz,
su tabaco y su aguardientillo…
y su pan y el de sus nietecillos:
“churumbeles” con greñas de alambre
y panzas de sapo,
que aúllan de hambre
tiritando bajo los harapos,
sin madre que lave su roña;
sin padre que ‘afane’,
porque pena una muerte en Santoña,
sin más sombra que la del abuelo…
¡Poca sombra, porque es tan chicuelo!
El Piyayo no tenía nietos porque era soltero. Seguramente Luna confundió al personaje con su amigo José Garvín Navarrete, el Rabúo, compañero ocasional de juergas, que tenía hijo y nuera en prisión. No se sabe si el Rabúo llevaba pescaíto y pan a sus nietos. Eso que quede a discreción del poeta.
Aún así, las coplas del Piyayo dieron al personaje la popularidad que no pudo conseguir con su arte. En 1956, Luis Lucía llevó las andanzas del Piyayo al cine, con Valeriano León como protagonista. Pero lo hizo basándose en los versos de José Carlos Luna: un gitano que tiene que luchar por sacar a sus nietos adelante en una vida llena de sinsabores. Puestos a inventarse nietos, nada menos que doce se cuentan en la cinta. Más serios han sido Juanito Valderrama, José Menese o José Mercé, que han llevado el arte del malagueño renegro a la cima del flamenco por tangos y bulerías, bien con las propias letras del Piyayo o con otras alusivas a su arte o a su verdadero modo de vida.
Murió en plena posguerra, en noviembre de 1940 en una caseta desangelada y medio derruida de la plazuela de Santa María. Nadie se acordó de enterrarle en el cementerio del Batatal con su guitarra, esa que llevaba a cuestas por tabernas, ventas y colmados. Bueno, la verdad es que, en aquel año, ya nadie quería acordarse de nada.
GABRIEL SÁNCHEZ
Tangos de Málaga, también conocidos como tangos de El Piyayo en la voz de Camarón: «Quisiera volverme pulga / y meterme en un colchón / pa dormir con quien quisiera / y que me diera calor…».
» EL piyayo» forma parte de mi infancia.
Me encantaba que mi hermano mayor me lo recitara .
Gracias por traerme estos recuerdos y haberle conocido mejor gracias a vosotros
Gracias por haber publicado este articulo, mi madre cantaba los cantes del piyayo y me gustaba mucho oírlos y gracias a ella los descubrí. Ahora a través de este artículo sé más de este cantaor, de su cante y por qué le llaman los cantes del Piyayo; es que estos cantes tienen nombre propio, todavía hoy en día se escuchan y muchos de ellos se han escuchado de boca de los grandes del cante. Gracias por acercarnos más a la cultura del cante y de nuestra ciudad.